Leonardo-Padura

Leonardo-Padura

El Cultural

Leonardo Padura: "La realidad cubana demuestra la muerte de las ideologías"

30 enero, 2018 00:00

Crepuscular y nostálgico vuelve el expolicía y detective Mario Conde a recorrer las calles de La Habana, en esta ocasión, en busca de una misteriosa Virgen de Regla que le han robado a un antiguo compañero de estudios. Desde el comienzo, un Conde agobiado por la edad, cercano a cumplir los sesenta, advierte que prácticamente nada en este caso es lo que parece. En La transparencia del tiempo (Tusquets) convierte una vez más Leonardo Padura (La Habana, 1955) una trama policiaca en un agudo análisis de la cada vez más maltrecha sociedad cubana. Porque las historias de Mario Conde nunca se quedan solo en una novela negra más (o policiaca, como dice el escritor), no en vano Padura obtuvo en 2015 el Princesa de Asturias por destripar la realidad de su país y la decepción de su generación. En esta ocasión, además de ahondar en la cada vez más amplia brecha entre ricos y pobres en Cuba, una de las mecas de la igualdad hace unas décadas, Padura añade una reflexión filosófica sobre el sentido de la historia, nuestra ambición secular de mejorar la sociedad y nuestro habitual papel como simples peones de los poderosos. Pregunta.- Ya hace casi 30 años que convive con Mario Conde, ¿cómo ha madurado la relación, cómo han cambiado el personaje y usted mismo? Respuesta.- Ambos hemos envejecido, pero él ve la vida desde una perspectiva un poco más desencantada y yo más excéntrica. En la primera novela que escribí, Pasado perfecto, Mario Conde era un personaje que tenía un carácter más utilitario, porque no pensaba que fuéramos a tener una larga convivencia. El personaje me sirvió para ofrecer una mirada con una cierta sensibilidad, inteligencia y espíritu crítico con respecto a la realidad cubana. Por eso cree a este policía heterodoxo, casi hereje. Después profundicé en él y ya ve. No es un alter ego, porque él tiene su propia vida, su oficio, sus propios avatares, pero sí es un personaje que, en el ámbito de experiencias generacionales, orígenes familiares, gustos literarios, está muy cerca de mí y es mi mejor manera de poder hacer el intento de entender y de expresar la realidad cubana. P.- Quizá no un alter ego, pero durante todo este tiempo Conde siempre ha sido, en cierto sentido, un reflejo suyo, ¿hasta qué punto la nostalgia del detective, más acusada que nunca en esta novela, le pertenece a usted? R.- Uno es responsable en gran medida de sus personajes. Hay un pequeño espacio en el cual ni siquiera tratándose de personajes que hayan salido de la vida real uno puede evadirse de su construcción, como el Trotski o el Mercader de El hombre que amaba a los perros. Pero en el caso de un personaje totalmente creado y con tantos puntos de contacto, tantas intimidades compartidas, es muy evidente que su mirada nostálgica y desencantada, esa tristeza que él muchas veces resuelve con el escudo de la ironía, es totalmente mía. De todo lo que dice Mario Conde yo me hago responsable y si tengo que ir a un juicio diría que Mario Conde tal vez no es dueño de la verdad, pero de lo que estoy seguro es de que no ha mentido.

"Mi generación creyó en el sacrificio, se sacrificó, y en la mayoría de los casos no han tenido ese futuro perfecto que nos prometieron"
P.- La novela proyecta un futuro poco halagüeño en función de un presente desolador, ¿es este presente peor en Cuba que ese "pasado perfecto" que dio vida a Mario Conde? R.- Esta pregunta se complica con una cuestión de carácter biológico y cronológico. Cuando uno tiene sesenta años empieza a mirar el pasado con una mirada en la que inevitablemente aparece la nostalgia. Empiezas a sentir que tus capacidades físicas, de asombro, de riesgo, no son las mismas. Y eso permea la mirada que estableces con respecto a todo lo que te rodea, a las personas y a la misma sociedad. Como individuo me siento muy satisfecho de lo que he podido conseguir con lo que he hecho toda mi vida que es trabajar, y tengo un futuro tan perfecto como jamás lo imaginé. Pero miro el pasado y veo momentos de gran entusiasmo, fe, alegría, credulidad, y hoy soy menos crédulo, tengo menos fe y menos alegría. Y creo que en general esto también parte de situaciones que nos envuelven a todos en la sociedad cubana y sobre todo a mi generación, que fue una generación que creyó en el sacrificio, se sacrificó y en la mayoría de los casos no han tenido ese futuro perfecto.

Un futuro aplazado

P.- En la historia se ven dos caras diametralmente opuestas del país, definidas como el Cielo y el Infierno, ¿cómo pueden coexistir en esa misma sociedad, qué futuro le espera a Cuba? R.- En la Cuba de los últimos diez años aparentemente no ha cambiado nada, pero han cambiado muchas cosas. La estructura de la sociedad cubana políticamente no ha cambiado, y económicamente ha cambiado muy poco, pero ha habido toda una serie de movimientos y convulsiones de carácter social que están incidiendo en la vida cubana actual. En la novela hablo de manifestaciones de enriquecimiento y empobrecimiento, que en Cuba son relativos, pero que no existían hace unos años. El tejido social cubano se ha ido dilatando. En los años 80 vivíamos en una sociedad muy compacta en la que todos éramos iguales, aunque como dice Orwell algunos éramos más iguales que otros. Ese pasado perfecto se ha ido quebrando y se ha producido una dilatación de ese tejido social y por eso se ven estas manifestaciones que tiene que ver sobre todo con una estructura económica que no acaba de funcionar. El propio Raúl Castro reconoce que la asignatura pendiente de Cuba es la economía: productividad lamentable, eficiencia desastrosa, rentabilidad a veces inexistente... El hecho de que las cosas hayan cambiado, pero no lo suficiente, nos hace trabajoso perfilar cómo podría ser un futuro cubano en el cual una de las aspiraciones fundamentales de la gente, vivir mejor, no sé si será o cuándo será posible.
"En este siglo XXI aquella utopía de una sociedad mejor, más justa e igualitaria, parece cada vez más lejana e inalcanzable"
P.- Ese proceso que define es algo global, cada vez es más grande la brecha entre muy ricos y muy pobres, pero ¿el hecho de que también se dé algo así en un país como Cuba es síntoma del fracaso de las ideologías igualitaristas que modelaron el siglo XX? R.- No sé si han muerto totalmente. A nivel del discurso político desde luego que no, pero en la realidad se ven manifestaciones diferentes, y eso no lo puede negar nadie en Cuba. Lo que está claro que a lo largo de la historia el hombre siempre ha buscado crear una sociedad mejor, más justa, más igualitaria. Parecía que en el siglo XX se iba a alcanzar y resulta que estamos en un siglo XXI en el que se ha perdido el rumbo de las ideologías y aquella utopía parece cada vez más lejana e inalcanzable.

Filosofía noir

P.- Además del presente, incluye en la novela unos breves episodios históricos que contextualizan la historia de la Virgen perdida, ¿qué otra función cumplen, qué más aportan? R.- Los cubanos hemos vivido una historia en los últimos sesenta años en la que se produjo una revolución que cambió las cosas. Utilizo estos capítulos para hacer una reflexión de hasta qué punto los hombres somos objetos de la historia en distintas circunstancias, épocas y condiciones. La historia, ficticia pero posible, del origen de esta figura de la Virgen me sirve también para hablar de hasta qué punto aquello en lo que creemos se convierte a la vez en refugio y trampa. Hablando de novela no me gusta la palabra filosófica, pero se parece bastante a una reflexión filosófica. P.- En todos estos capítulos late el idealismo de mejorar la sociedad y la sensación de ser presas de la historia, ¿es su visión histórica, guerra, esclavitud, determinismo? R.- Veo la Historia como la posibilidad de entender el pasado, como una forma de iluminar el presente. De todos estos episodios hay uno que es el que mejor explica el sentido delo que yo quería explicar, el del payés catalán del siglo XV. Este hombre viaja con su señor enfermo para tratar de salvarlo. Llega a un punto en el que se da cuenta de que no es posible, él también enferma con la peste. El payés muere, pero el señor se salva por algún "milagro" de la Virgen. Esto quiere decir que los jodidos siempre salen jodidos... P.- Esta es quizá su novela menos negra de la serie, ¿qué libertades y qué marcos fijos ofrece el género? R.- Cuando escribí las cuatro primeras novelas de Conde, todavía investigador policial, en las que quería hablar de la realidad cubana del momento, decidí que estas cuatro novelas tuvieran una cierta unidad de época, de estilo y de concepto. Pero con las dos que cerraban la tetralogía sentí que me había metido en una cárcel, pero hice un esfuerzo y respeté esa estructura, ese marco. Después me puse a escribir novelas alejadas del género policiaco, y empecé a potenciar mi libertad como escritor. Desde entonces he tenido una voluntad muy consciente de utilizar ciertos recursos de la novela policiaca para hacer novelas de carácter más existencial, más filosófico, más histórico y especialmente más social. La novela policiaca o negra, como género, es muy generosa. Lo mismo puedes escribir una historia de puro entretenimiento o de desafío intelectual de desvelar un misterio, o ir más allá y añadir otros ingredientes con esos recursos, que es lo que me interesa a mí. P.- Precisamente es un gran defensor del papel social del género, ¿por qué es necesario ese riesgo al escribir? R.- Es fundamental. Una de las cosas que más me preocupan a mí y a Conde en esta novela, es hasta qué punto la vejez te puede hacer perder capacidades. En el caso del escritor, he visto en grandes maestros como escriben con el oficio, pero pierden la capacidad de riesgo, y yo trato de que el riesgo sea lo que me mantiene haciendo algo que valga la pena. El día en el que no escriba novelas en las que me arriesgue, que no signifiquen un reto, preferiría dejar de escribir. No sé si ese día llegará, o qué será de mí cuando llegué, porque no me imagino despertarme y no sentarme a escribir, pero es un desafío que me impongo porque creo que, si no, perdería sentido como escritor.

Una especie en extinción

"El paso de los grandes detectives de la literatura a la realidad demuestra hasta qué punto han sido representativos de una época"

P.- Casi al final de la novela reflexiona por pluma de Conde, escritor frustrado, sobre la libertad y la escritura, ¿qué significa escribir, la literatura, para Leonardo Padura? R.- La escritura es afortunadamente mi forma de vida, pero también mi forma de vivir. Es mi manera de relacionarme con el mundo. Unamuno decía que "hemos de hallar lo universal en las entrañas de lo local y en lo circunscrito y limitado lo eterno". Para mí escribir es tratar de mirar al mundo desde mi casa de Mantilla. De entender, desde una silla y detrás de un buró, la sociedad que me rodea en Cuba, pero a la vez establecer puentes con una serie de constantes de la condición humana. Y creo que algo debo haber hecho bien, porque las novelas de Conde están traducidas a veintitrés idiomas. ¿Qué le puede decir una historia cubana a un lector estonio? Lo único que puede ser es que haya una comunicación por esa vía de lo universal. Mi manera de expresar eso es la escritura.