El Cultural

Replicantes en Benidorm

10 abril, 2015 12:11

[caption id="attachment_697" width="510"] Una imagen de Sueñan los androides, de Ion de Sosa[/caption]

Tras su estreno como hype del cine resistente en el Festival de Sevilla ha pasado por la sección Forum de la Berlinale y por el Festival Márgenes, y ahora se ha estrenado en la Cineteca de Matadero de Madrid. Se trata del segundo largometraje de Ion de Sosa, Sueñan los androides. No sabemos si su vida terminará ahí o se abrirá camino en otras pantallas, digamos, alternativas, aunque en los últimos tiempos más necesarias que de costumbre. Posiblemente lo haga, pero probablemente ningún efecto boca a boca perpetúe su existencia como lo han hecho otras películas españolas manufacturadas con cuatro perras, alentadas por entusiasmos múltiples (incluidos los de la crítica), y abocadas a reducidos circuitos de distribución, como Los materiales, de Los Hijos; Diamond Flash, de Carlos Vermut; Mapa, de León Siminiani; Los ilusos, de Jonás Trueba; Emak Bakia, de Oskar Alegría; Gente en sitios, de Juan Cavestany, o El futuro, de Luis López Carrasco.

Puede que Sueñan los androides, que debemos entender como una suerte de adaptación sucia, cañí y forzadamente abstracta de la obra de Philip K. Dick en la que se inspiró Blade Runner¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, ocupe un territorio similar o afín al de las películas citadas –de hecho, uno de los productores de la cinta es López Carrasco, integrante además del colectivo Los Hijos, que aparecen fugazmente al final de la película–, pero sus posibles conexiones con el espectador y/o sus conquistas creativas distan mucho de las que proponían aquéllas. Distan mucho, incluso, de la primera y enérgica película del propio Ion de Sosa, True Love, que nos descubrió a un cineasta de raza. Todo aquello que nos invitó a celebrar su descubrimiento –la esencia de una actitud punk impudorosa y fresca en el corazón de una relación sentimental abierta en canal– es lo que echamos en falta de Sueñan los androides. Posiblemente porque el método de trabajo, la necesidad de Sosa de rodar sin normas ni plantillas ni pautas visibles, no ha sido muy distinto.

O quizá sí. Pero al menos eso es lo que dicta la apariencia. Y esta película juega (también desde la apariencia) a ser otra cosa, necesitada seguramente de otras (mejores) ideas y otras (más cabales) costumbres. Sentimos que sobre los instintos del cineasta han pesado demasiado los mecanismos del raciocinio, que sobre la pasión se ha impuesto el cálculo. Acaso lo que separa a True Love de Sueñan los androides es el peso de las pretensiones, los titubeos de un cineasta fuera de foco, sin rumbo claro, devorado (¿presionado?) quizá por la engañosa sombra de las expectativas. La distancia es acaso la genialidad de unas imágenes capaces de articular la inexistencia de un discurso, frente a la banalidad de otras imágenes empeñadas en articular un discurso inexistente. Y ya que toda la mitología que pueda dar sentido (¿lo necesita?) a Sueñan los androides la debe aportar el espectador como buenamente pueda, el débil, irrelevante resultado de la película no puede siquiera ampararse bajo los condicionantes del cine low cost, de la estética feísta, de la abstracción experimental o del llamado neocine. Es algo menos que un error de concepto y algo más que una película fallida.

Digamos que la insolencia que pavoneó Ion de Sosa en su debut –y que daba el tono de la propuesta– ha jugado en su contra en su segundo trabajo. Si entonces se desnudó frente a la cámara, aquí camufla su insolencia en una pose de subversión underground filmando los rascacielos de Benidorm como si se quisiera Godard filmando el París de Alphaville. “Si tienes una buena idea haz la película”, recomienda Guerín, y Ion de Sosa ha seguido este consejo con coraje (su idea de partida, su metáfora, es bien atractiva), aunque fatalmente olvidó la segunda parte: “pero asegúrate antes de tener todo lo necesario para articular la puesta en forma que has imaginado”.

Quizá Sueñan los androides podría haberse hecho con más medios o quizá no, quizá ni siquiera ha sido la escasez de dinero o de tiempo lo que ha lastrado sus objetivos (al menos tal y como este humilde espectador los ha interpretado), quizá efectivamente esta es la película que su director en algún momento había imaginado. Lo que se desprende en todo caso del vago, impreciso pastiche de ciencia-ficción, coplas y retratos domésticos de Sueñan los androides –que acaso se quiere una lectura en código replicante de la crisis actual y la demolición del humanismo–, es la persistente sensación de que echamos en falta las buenas ideas en la puesta en forma. O al menos la clase de ideas que a este cronista puedan cautivarle.