Image: Txomin Badiola, el deseo compartido

Image: Txomin Badiola, el deseo compartido

El Cultural

Txomin Badiola, el deseo compartido

When the shit hits the fan

10 marzo, 2004 23:00

Instalación en Soledad Lorenzo

Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 7 de abril. De 1.700 a 72.000 euros

He oído decir a Txomin Badiola que la escultura en la posmodernidad se ha vaciado de contenidos, inclusive de sentido, y que por ello un artista como él puede ahora incluirlo todo en la escultura, desde un electrodoméstico a una fotografía, desde un mueble a una imagen tomada de internet, desde una canción o un impreso hasta la construcción en madera y metal de la estructura de un ámbito arquitectónico… Todo eso, con algunos otros elementos, está aquí, en la pieza formidable que presta su título a esta exposición: When the shit hits the fan/Cuando la mierda llegue al ventilador (2003).

El conjunto de esta obra -a caballo entre el ensamblaje y la instalación- aparece determinado por su fuerte carácter objetivo, por la facticidad de esos componentes, cuerpos, estampaciones, carpintería, pantallas con imágenes en movimiento, y espacios habitables acotados y simultáneamente entreabiertos al espectador, al que se coloca en situación de voyeur en relación a la intimidad de cuanto está o sucede dentro de este ámbito. Precisamente la actitud atenta y detenida que se postula de “el que mira”, quien debe ir rodeando la pieza si desea realmente contemplarla, favorece su implicación progresiva en la misma obra, hasta significarse con ella y de alguna manera -como diría Duchamp- completarla y testimoniarla, proyectándola desde ahora en esa peculiar ida hacia adelante que llamamos posteridad. En ello parece coincidir Txomin Badiola, que en el catálogo de la exposición insiste en sus ideas sobre la “cualidad de lo incompleto” propia de la obra de arte, y sobre la necesidad de hacer que “las significaciones no estén dirigidas y que la pelota sobre el sentido pase al terreno del espectador”.

Por tanto, autor y espectador han de coincidir no en “despejar” la incógnita de la obra, sino en tratar de “darle sentido”, o sea, en las acciones de mirar, sentir y encontrar o establecer relaciones entre sus elementos, sensaciones y signos. En “compartir” ese deseo radica la trascendencia de este arte. En efecto, la intencionalidad del deseo que Txomin Badiola incluye en esta construcción como conciencia de ella misma, no se agota en la desnuda y expresiva riqueza de sus componentes físicos ni en la eficacia de sus elementos plásticos, sino que es un deseo que va más allá de esos componentes y sus límites, en tanto en cuanto está transferido al “otro”. De ahí se desprende el intenso sentido expansivo o trascendencia de la proposición.

Con todo, tanto en esta escultura-instalación como en el vídeo Malas formas, que completa la muestra (y que fue realizado tomando como punto de partida la exposición retrospectiva que el MACBA dedicó a Badiola en 2002), se configura una evidencia: la de que entre las imágenes, asuntos y obsesiones que transitan por estas piezas, aparece, desaparece y vuelve a aparecer nuevamente el deseo, y más concretamente el deseo sexual, tratado con llaneza y por igual en sus opciones hetero y homosexual. Es un asunto resuelto con una narrativa serena, de ritmo pausado y armonioso, como un andante. El interés y la creatividad de esta videoproyección no radica en los mecanismos de la cámara ni en la calidad excelente de las imágenes, sino sencillamente en la mirada del autor, en su manera de ver y de relacionar “como cineasta”. Se trata de una obra en que los objetos y los espacios interiores configuran un universo cotidiano específico, el del artista, y en el que los cuerpos y, sobre todo, los rostros funcionan como paisaje y relato puramente cinematográfico. Aquí encontramos cumplida, una vez más, la profecía de André Bazin, cuando en 1951 anunciaba que “llegará un tiempo de resurgimientos, es decir, de un cine nuevamente independiente de la novela y del teatro, quizás porque entonces los relatos se han de escribir directamente como películas”.

Así lo hicieron en los sesenta los cineastas de la nouvelle vague, cuyo registro francés de “cine de nuestro tiempo” constituye un perfil poco estudiado en la narrativa de Badiola. Por ejemplo, en el vídeo Malas formas -que, por otra parte, tiene pasajes muy interesantes de “cine casero”, incluyendo imágenes prestadas de películas célebres-, son manifiestos los tres niveles “de realidad” que tanto interesaban a Godard: el de la realidad objetiva; el de la toma de conciencia de lo que encubre o declara la realidad (nivel para el que el montaje resulta esencial); y el de establecer una meditación (por personaje interpuesto o por medio del espectador) sobre la noción de realidad y su sentido, lo que conduce a plantearse el problema de la narrativa propiamente cinematográfica. En fin, la técnica escultórica del ensamblaje, que tan certeramente domina Badiola, le ha servido en su obra videográfica para liberar el montaje y conseguir establecer puentes entre lo real y lo imaginario, entre pura representación y transporte a dominios diferentes, a límites donde la realidad cobra “otra” conciencia de sí misma.


El principio de algo nuevo
La exposición retrospectiva que el MABCA celebró de Txomin Badiola en marzo de 2002 tiene su continuación y su punto final en Soledad Lorenzo. Badiola muestra aquí el vídeo Malas formas (Una historia que se cuenta con historias de otros) una pieza de 45 minutos de la que se van a vender 10 ejemplares (12.000 euros cada uno) y que es, como nos ha dicho un optimista Badiola “clausura de una etapa. He querido poner en formato vídeo todo sobre lo que he trabajado a lo largo de trece años; es la presentación final de toda una trayectoria y el inicio de un nuevo ciclo, es un cambio de actitud, es la muestra de algo que concluye y de algo que empieza”.