Ana, la niña karateca ejemplar para todos.

Ana, la niña karateca ejemplar para todos. Fernando Ruso

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Ana y su cinturón amarillo: “¿Yo? ¿Karate? ¿En silla de ruedas y sin brazos?”

Nació con un síndrome que ni siquiera sabe pronunciar, pero ha logrado lo que pocos creyeron posible: viajar por todo el mundo con su kimono en la maleta.

28 julio, 2017 01:39
Pepe Barahona Fernando Ruso

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Ana nació diferente al resto, pero Ana no es diferente del resto. Al menos, sobre un tatami. El amarillo de su cinturón no es menos amarillo que el de sus compañeros. Tampoco son menos las horas de entrenamiento, la exigencia del maestro o la intensidad de las inmovilizaciones, estrangulaciones, proyecciones o luxaciones que entrena junto a los otros. Nada es diferente, nada es menos porque así lo quieren quienes practican Nihon Tai Jitsu con Ana, la joven que nació sin brazos y que sueña con el cinturón negro.

Artes marciales inclusivas

Ana llega al polideportivo de Espera, un pequeño pueblo de la sierra de Cádiz, sonriendo y en su silla de ruedas eléctrica. Viste de completo blanco. Camiseta de tirantes, pantalones largos y zapatos de deporte. El único color que se ve es el amarillo de su cinturón, que la certifica en el quinto Kyu de Nihon Tai Jitsu, un arte marcial de origen japonés.

Hace sola el camino que va de su casa al centro en el que entrena con otros chicos de la comarca. También iba sola el día que, intrigada, aceptó la invitación del maestro Antonio Pedro Hirch, fundador del club deportivo Anpehi, que integra a personas con todo tipo de discapacidades.

“¿Yo? ¿Karate? ¿Una persona en silla de ruedas y sin brazos?”, pensó. “Creía que no podría hacerlo ni por asomo, jamás de los jamases. Pero…”. Ahí está, tres años después, realizando agarres, luxaciones y proyecciones sobre el tatami, y en su silla de ruedas.

Ana practicando karate.

Ana practicando karate. Fernando Ruso

ANA Y UNA ENFERMEDAD QUE NI ELLA SABE PRONUNCIAR

No hay miradas de extrañeza entre sus compañeros. Ana Valle, que padece una enfermedad que ni siquiera ella misma sabe pronunciar, es una más. Con el kimono, con su cinturón amarillo atado a la cintura, es la misma Ana que en su clase donde a sus 15 años estudia tercer curso de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) o la misma que canta y baila en el salón de su casa. Hoy ya es algo normal, pero hace tres años a sus familiares y compañeros del instituto les sorprendió su decisión. “¿Karate? ¡¿Tú?!”, dijo extrañada su madre.

“Nadie esperaba que yo pudiera hacer karate, pero si quieres, puedes”, explica la joven con una sorprendente madurez. “Son las ganas —confirma—, que le tienes que echar”.

Ese empuje, que sorprende a su propio maestro, la llevó a Yakarta en el pasado mes de octubre para participar en los ‘Juegos Mundiales de Deporte para Todos’. Y allá que fueron, “con la sillita de ruedas, que pesa 200 kilos”, recuerda el maestro Antonio Pedro Hirch. “Y muévete tú por Yakarta con una sillita de 200 kilos”, narra a EL ESPAÑOL, presente en uno de sus entrenamientos.

Antonio junta en el tatami a un buen número de niños con distintas discapacidades, físicas o cognitivas, con otros tantos sin discapacidad. “Síndrome de Down, parálisis cerebral, deformaciones, amputaciones, ciegos, sordos… y otros tantos síndromes impronunciables por mí”, enumera el maestro de Nihon Tai Jitsu.

Antonio da instrucciones a sus pupilos.

Antonio da instrucciones a sus pupilos. Fernando Ruso

La integración es el valor diferencial del club Anpehi. Y es real.

En un día cualquiera, una sesión de entrenamiento como tantas otras, los alumnos se disponen en cuadrícula. No hay diferencias entre quienes tienen una discapacidad y quienes no. Todos se mueven al mismo son en una coreografía más o menos perfecta. Aunque no es perfección lo que persigue el maestro.

“SOLO SE LLEGA MÁS RÁPIDO; JUNTOS, MÁS LEJOS”

“Ana, o Mario, Frank, Hugo, Roberto… me ha enseñado que con ganas todo se puede hacer; y el resto de alumnos sin discapacidad también se llevan esa lección”, explica Antonio Pedro. “Solo se llega más rápido, pero juntos se llega más lejos”, apunta el maestro de Nihon Tai Jitsu.

Y juntos han llegado ya a Indonesia, Inglaterra, Italia, Portugal y otras tantas capitales de España. “Ahora tenemos otro viaje muy importante para nosotros: el desafío Ana 2017, donde haremos 140 kilómetros del camino de Santiago empujando todos su silla de ruedas”, concreta el maestro delante de sus alumnos.

“Y ese viaje, igual que estas clases, será posible gracias a los alumnos sin discapacidad —Antonio señala a Alicia y Andrea, las gemelas de 14 años que acompañarán a Ana en sus momentos más íntimos—, porque gracias a ellos podemos decir que hay una integración plena; si ella, si Rafa, Francisco Javier, Raúl o Rubén —los alumnos sin discapacidad— no integraran a sus compañeros de forma natural, nada de esto sería posible”.

Los alumnos en plena clase de karate.

Los alumnos en plena clase de karate. Fernando Ruso

Como repite el maestro, “el tatami iguala y te pone a prueba”. “Ahí se ve realmente si eres capaz o no. Y lo que buscamos es promover la capacidad en vez de la discapacidad. Es nuestra lucha día a día”.

Por eso, Ana, al carecer de brazos, hace los ejercicios ayudándose de la barbilla, girando con el ‘joystick’ la silla de ruedas; o Mario, diagnosticado de espina bífida y con limitaciones motoras y cognitivas, da con los codos los golpes de piernas porque las suyas no funcionan.

“LA DISCAPACIDAD NO MARCA EL APRENDIZAJE”

“La discapacidad no marca el aprendizaje —defiende el maestro—, lo condiciona la persona que aprende, ya tenga más o menos limitaciones”.

Por eso no hay clases adaptadas en el club Anpehi. La jornada de entrenamiento fluye. Así Frank, un chico de 15 años, con parálisis cerebral y con el habla y la movilidad afectados, mueve su andador para completar los pasos que dan el resto. Lo hace a un ritmo pausado pero se le ve intensidad en su esfuerzo. Suda. Y luce con orgullo el cinturón amarillo. El mismo color que el de Ana.

En ellos cobra sentido el lema del club: “Imposible es solo una opinión”.

Ana es abrazada por sus compañeros.

Ana es abrazada por sus compañeros. Fernando Ruso

—Ana, ¿cuántas veces has escuchado la palabra imposible?

—Muchas. Pero he aprendido que si quieres, puedes. Cada uno hace las cosas a su manera. Lo importante es hacerlas. Y yo lo hago.

—¿Cómo ha influido en tu vida la práctica del Nihon Tai Jitsu?

—Me veo más suelta, también a nivel motor. Creo que ha cambiado mucho mi vida porque renueva mis ganas de seguir para adelante. En parte gracias a mis compañeros con discapacidad, que me demuestran que nunca hay que estar triste, que hay que poner siempre la mejor sonrisa. Y eso hace que tu vida te cambie.

Y así, sin barreras, Ana sueña con llegar a cinturón negro. También a licenciarse en Derecho, su vocación. Objetivos todavía lejanos en un camino del que ya lleva mucho andado.

Ahora, tres años, un buen número de viajes y varios campeonatos después, ya es capaz de responderse a sí misma, a disipar las dudas que surgieron la primera vez que oyó hablar del Nihon Tai Jitsu. “¿Yo? ¿Karate? ¿Una persona en silla de ruedas y sin brazos? Sin duda, ¡claro que sí!”.

Ana en acción.

Ana en acción. Fernando Ruso