Sergio Llull grita de rabia contra el Panathinaikos.

Sergio Llull grita de rabia contra el Panathinaikos. Juanjo Martín EFE

Euroleague

Tarta de cumpleaños de yogur griego para Llull

Los 30 puntos del menorquín soplan las velas del Panathinaikos en un encuentro que empezó a base de triples y terminó desde la defensa (87-84).

16 noviembre, 2016 23:13

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Estaba el Madrid de 'psé'. Ni el pabellón ni el equipo se encontraban. Demasiado frío aunque el termómetro indicase lo contrario. Pero hay un hombre capaz de subir las revoluciones de todos los que le rodean en un santiamén. Un hombre insaciable e irreductible, capaz de cambiar el signo de un partido con sus ojos inyectados en sangre y sus tiros imposibles. Increíble hasta la extenuación, Sergio Llull fue capaz de cambiar el hastío generalizado por la diversión, los bostezos por los 'oh'. De esa explosividad se acabaron por contagiar sus compañeros, capaces de traer de vuelta la defensa a un partido que careció lo suyo de ella para noquear a todo un Panathinaikos (Narración y estadísticas: 87-84).

El conjunto griego bien pareció todo un reflejo fidedigno del Madrid durante muchos minutos. Abusando del tiro exterior, que les daba inmensos réditos, y con cierta fortaleza interior, los hombres de Xavi Pascual se acomodaban a lo que el partido les iba demandando. Se jugaba al son de un acertado Feldeine, de la dirección cargada de solidez de Calathes, de los chispazos de Singleton y de la determinación camuflada de Bourousis. Llovían los puntos, sobre todo desde el triple. ¿Intensidad atrás? No demasiada.

El Madrid iba un poco al tran tran, encontrándose poco a poco y dejando gustarse más a los helenos. Llull guiaba las operaciones, algo más clandestino en la primera parte y después mucho más arrebatador. Fue Maciulis el primero en proponer, como en Moscú, aunque luego desapareció. Otro hombre duro como Ayón dispondría tirando de centímetros después, en una segunda mitad más lúcida de los blancos. Quizá porque empezaron a defender, sin ser tan imprescindible un perímetro desde el que explotaron Thompkins y Randolph.

Aun así, las ventajas fueron muy exiguas. Lo máximo fueron siete puntos. Nadie osó alcanzar o rebasar los 10 puntos de renta. Los griegos también saben bajar el culo cuando toca. Tanta dureza hubo en pista que el encuentro no estuvo exento de heridos de guerra: Doncic y Singleton con sus respectivos sangrados de nariz, un James Gist de escándalo hasta romperse, Thompkins y su cadera… Pero hay jugadores que aguantan todo lo que les echen cueste lo que cueste. Como Sergio Llull, por si no lo imaginaban.

La traca final que tenía preparada el menorquín para el Panathinaikos no tuvo desperdicio: un dos más uno y una canasta de esas irrebatibles, que se meten en la cabeza del rival para no salir. Bien ayudado por la hiperactividad de Carroll en defensa (pero no por el suspense provocado por su fallo postrero desde el tiro libre), Llull cerró el duelo instalado en la treintena. Que no de años (29), pero sí de puntos. Había que festejar en condiciones su reciente cumpleaños… y amargárselo a Bourousis (33 años desde este jueves) y su Panathinaikos.

Sin duda, las victorias bien trabajadas saben mejor. Y el Madrid tuvo que ganarse cada punto de los 87 que anotó este miércoles. Pero apenas tendrá tiempo para saborear la caída del gigante griego. A la vuelta de la esquina, el viernes, ya espera el Barça en un Clásico muy seguido al liguero. Así es esta temporada: un test exigente tras otro, sin apenas resuello y con la lupa siempre escudriñando cada triunfo y cada derrota. El sino de todos los grandes, cómo no del Madrid. Menos mal que tipos como Sergio Llull tienen bien inculcado aquello de ganar, ganar, ganar y volver a ganar, ganar y ganar. No hace falta explicárselo dos veces, no.