Un árbol de Navidad con manzanas decorativas.
El curioso origen de las bolas del árbol de Navidad: era un truco para sustituir frutas que se echaban a perder
Estas esferas brillantes tienen su génesis en rituales paganos relacionados con el solsticio de invierno.
Más información: Los bombones de la cesta de Navidad de Inditex que elabora un restaurante Michelin de A Coruña: a 15 € la caja.
Si pensáis en lo que más caracteriza a un árbol de Navidad, probablemente lo primero que os venga a la cabeza sean las esferas que cuelgan de sus ramas.
Las hay de todos los colores, aunque el más típico es el rojo o el granate. Pero, ¿por qué? ¿Y de dónde sale la costumbre de decorar con 'bolas' este gran emblema navideño?
Mucho antes de que estos objetos redondos existieran como hoy los conocemos, los árboles se decoraban como parte de rituales paganos vinculados al solsticio de invierno.
Antiguamente, diversos pueblos europeos utilizaban ramas verdes o árboles enteros como símbolos de vida y los adornaban con frutos secos u otros alimentos y elementos de la naturaleza para representar fertilidad, buena cosecha o prosperidad. Así, estas prácticas sentaron las bases de lo que siglos después se convertiría en el árbol de Navidad.
El punto de unión entre esta tradición y el cristianismo llegó en la Edad Media. En muchos lugares de Europa central, especialmente en Alemania, cada 24 de diciembre se realizaban representaciones teatrales llamadas Dramas del Paraíso, en conmemoración a la festividad de Adán y Eva.
En estas obras se utilizaba un árbol decorado con manzanas para simbolizar el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Con el tiempo, cuando estas representaciones se trasladaron a los hogares, el árbol decorado se transformó en el antecesor directo del árbol navideño moderno. Y las manzanas, rojas y brillantes, se convirtieron en uno de los primeros adornos.
Una manzana decorativa colgando de un árbol de Navidad.
¿Y cómo se llega desde aquello hasta las esferas decorativas de la actualidad? La transición no fue inmediata. En los siglos XVI y XVII, los inviernos particularmente duros hicieron escasear muchos frutos frescos. Fue entonces cuando los artesanos del vidrio de la región de Lauscha, en Turingia (actual Alemania), comenzaron a crear esferas de vidrio soplado para sustituir las manzanas naturales.
Las primeras fueron simples, transparentes o ligeramente coloreadas. Pero, con el tiempo, se comenzaron a platear internamente y a pintarlas por fuera, dando lugar al característico aspecto brillante y reflectante que hoy se asocia a las bolas navideñas.
Más tarde, durante el siglo XIX, su popularidad aumentó enormemente. La industrialización permitió producirlas en mayor cantidad y a menor coste. Además, la difusión del árbol de Navidad por toda Europa (impulsada en gran medida por la familia real británica, especialmente la reina Victoria y su esposo Alberto, de origen alemán) favoreció la expansión de las bolas de Lauscha.
A finales del siglo XIX y principios del XX, millones de estas esferas se exportaban a Estados Unidos, donde se incorporaron de inmediato al imaginario navideño.
A día de hoy, las bolas decorativas se fabrican en masa y de casi todos los materiales que podamos imaginar. La mayoría de la gente ha olvidado ya sus raíces simbólicas y se asocian únicamente a la estética navideña (de hecho, son también muchos los que ya no cuelgan esferas y prefieren usar otros objetos para sustituirlas), pero aún pervive ese sentimiento de 'exhibir' y lucir algo que es importante para cada uno como forma de rendirle homenaje o celebrarlo.