
Los hermanos Echapresto contemplando las aves de su nueva granja.
Así es la granja de un dos estrellas Michelin en La Rioja: vacas, caballos, cabras, ovejas y gallinas a 400 metros del restaurante
En Venta Moncalvillo, los hermanos Echapresto han creado un ecosistema vivo que cierra el círculo entre el campo y la mesa, entre la tradición campesina y la vanguardia gastronómica.
Más información: El restaurante con dos estrellas Michelin que está montando una granja propia junto a su huerto
Apenas a 400 metros del restaurante Venta Moncalvillo, en Daroca de Rioja, late un pulmón verde que está redefiniendo los límites de la alta cocina sostenible.
Si hace unos meses lo adelantábamos, los hermanos Carlos e Ignacio Echapresto, artífices del célebre establecimiento galardonado con dos estrellas Michelin, dos Soles Repsol y una Estrella Verde, acaban de inaugurar su proyecto más ambicioso y personal: La Granja de Venta Moncalvillo.
Este nuevo enclave, asentado a los pies de la sierra que da nombre al restaurante, no es una explotación ganadera al uso ni una simple extensión de su ya conocida huerta ecológica.

Caballos y burros para trabajar el campo.
Es, en palabras de Carlos Echapresto, “una manera única de entender y relacionarnos con el entorno”, una declaración de principios convertida en espacio físico: un ecosistema vivo que cierra el círculo entre el campo y la mesa, entre la tradición campesina y la vanguardia gastronómica.
Un proyecto de raíz y futuro
Con dos hectáreas de extensión y un diseño que sigue los principios de la agricultura biodinámica —una filosofía centenaria que aboga por el equilibrio cósmico y natural—, esta granja no busca producir carne ni explotar a los animales.
Su propósito es regenerativo: cabras, vacas, caballos, burros, ovejas y gallinas conviven en un bosque comestible que les ofrece alimento, sombra y libertad. A cambio, sus residuos orgánicos se transforman en compost para enriquecer los suelos de la huerta, cerrando así un ciclo virtuoso.
Ignacio Echapresto, chef del restaurante, lo resume así: “Los animales no están para ser consumidos, sino para cuidar la tierra que nos da de comer. Lo que nos interesa son sus aportes: leche, huevos, compost… Son parte de nuestra cocina desde otro lugar, más respetuoso y conectado con la vida”.

Las gallinas que abastecen de huevos a Venta Moncalvillo.
Un bosque que alimenta
El escenario es idílico y práctico a la vez. Más de 100 árboles frutales —manzanos, perales, ciruelos, membrillos—, nogales, castaños y avellanos forman un ecosistema que abastece la despensa del restaurante y da refugio a los animales.
A esto se suman 500 arbustos de frutos rojos y negros —fresas, moras, grosellas, frambuesas— que prometen endulzar los platos de esta temporada estival. Todo ello configura un verdadero bosque comestible, un modelo de agroforestería que está más cerca del Edén que de una granja convencional.
La finca, antes propiedad familiar, ha sido transformada con mimo en un laboratorio natural de sostenibilidad. Dos charcas, robles, hayas, encinas y quejigos completan un paisaje que respira biodiversidad.
Aquí, cada elemento —desde la rotación de cultivos hasta los ritmos de siembra marcados por las fases lunares— responde a un ideal: producir alimentos más sabrosos, más limpios, más conectados con su origen.

Los hermanos Echapresto y el equipo al cuidado de la granja.
Los hermanos Echapresto no han olvidado de dónde vienen. “Somos gente de pueblo, hijos de agricultores y ganaderos, con una madre que cocinaba de maravilla”, recuerda Ignacio.
La granja no es un lujo, sino un regreso al origen: a esa cocina que no entiende de artificios, pero sí de respeto por el producto, de escucha a la tierra, de paciencia y verdad.
En tiempos en los que la sostenibilidad se ha convertido en reclamo comercial, Venta Moncalvillo la practica con autenticidad. Su granja no es un decorado bucólico para turistas, sino un engranaje esencial en su propuesta culinaria. Aquí no se produce por producir, sino por cuidar. No se cocina por moda, sino por memoria.