
Pedro Sánchez dialoga en su escaño con Marlaska, en el Congreso de los Diputados. Europa Press
La 'crisis de las balas' en la que Sánchez se puso de parte de Sumar para disparar a su ministro del Interior
Miembros del Gobierno y socios del PSOE ven a Marlaska abrasado, tras una larga trayectoria de polémicas y desautorizaciones, pero que siempre ha sido útil al presidente.
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Se dice que Jaime Mayor Oreja, siendo ministro del Interior, aseguraba que en ese cargo se hace difícil poder tener la conciencia tan tranquila como para poder ir regularmente a misa. Y eso que él ha sido siempre un ultracatólico practicante.
El cargo de ministro del Interior siempre ha sido el más controvertido de todos los gobiernos democráticos, el más sometido a las críticas. Una especie de fusible o pararrayos de los presidentes del Gobierno asumiendo más o menos resignadamente responsabilidades políticas.
Ha ocurrido con casi todos, con distinta intensidad, desde José Barrionuevo, José Luis Corcuera o Jorge Fernández, por ejemplo. Otros salieron indemnes, como Alfredo Pérez Rubalcaba, José Antonio Alonso o Mariano Rajoy, entre otros.
Fernando Grande-Marlaska cumple el prototipo de ministro del Interior que acapara las críticas de oposición, medios de comunicación y hasta del partido del propio Gobierno, pero que le es útil al presidente para asumir el papel más oscuro y también más ingrato.
El último episodio ha sido el del contrato con una empresa israelí para adquirir munición para la Guardia Civil, que había sido dado por cancelado por el Gobierno y que él mantuvo hasta que fue desautorizado abiertamente por el jefe del Ejecutivo.
Fuentes de Sumar y de Izquierda Unida explican que desde que estalló el caso el miércoles por la mañana percibieron claramente “que había una grieta” para endurecer su posición y hasta poner sobre la mesa el órdago de la supuesta salida del Gobierno, aunque fuera de forma retórica y sabiendo que nunca llegarían a eso, porque no quieren abandonar de ninguna manera la coalición con el PSOE.
Esa sobreactuación les venía muy bien para mitigar lo que supone para ellos la decisión de la víspera de aprobar en el Consejo de Ministros un plan de rearme frente al que sólo pueden hacer aspavientos, porque se trata de una derrota enorme ante sus posibles votantes. La crisis de las balas les vino muy bien para intentar tapar su gran derrota de la víspera.
La paradoja es que nunca estuvo en peligro el Gobierno de coalición, pese a que era la primera vez que la ruptura se ponía sobre la mesa. Podían lanzar el órdago porque tenían en la mano la carta ganadora del rechazo de Sánchez a la decisión de su ministro del Interior y sabían con seguridad que no tendrían que ejecutar su amenaza.
Desde Interior les decían que era imposible cancelar el contrato y defendían su decisión como irrevocable, mientras que desde Moncloa se les dejaba ver que Sánchez estaba en contra de mantener el contrato y que estaba muy enfadado con su ministro del Interior. Y por esa grieta de descoordinación se colaron, según confiesan varios dirigentes de IU y Sumar.
Es decir, que la debilidad política de Marlaska fue percibida y aprovechada desde el principio por todos los socios del PSOE y luego fue comprobada por todos los ciudadanos cuando se hizo saber desde Moncloa la orden de Sánchez.
Y fuentes de la Moncloa aseguran que el presidente está my enfadado con Marlaska porque estuvo a punto de hacer saltar su estrategia y su pacto del lunes con Yolanda Díaz para lograr una "disidencia pactada y controlada" de Sumar al plan de rearme.
Por cierto, que el episodio, además de para debilitar al ministro del Interior, ha servido para percibir a la IU que lidera Antonio Maíllo como un nuevo actor político autónomo, lo que abre dudas en el horizonte sobre el espacio a la izquierda del PSOE, entre Sumar y Podemos, con efectos en el Gobierno de coalición. Un problema más para Sánchez y su equipo.
No habrá recambio de ministro
Respecto de Marlaska, la versión de la Moncloa es que no va a dimitir y que el presidente del Gobierno no contempla su destitución.
Según explica un ministro, el titular de Interior, pese a todo, cumple la función de pararrayos, asumiendo el papel menos izquierdista, controlando las fuerzas de seguridad del Estado, sin problemas para asumir en su persona las críticas y liberando al presidente de intervenir en esos asuntos que no le gustan. "Hay un malo que se come los marrones", explican gráficamente en el Gobierno.
Eso no evita que, según se puede constatar estos días, en el Gobierno haya dudas sobre el futuro de Marlaska y que entre los socios del PSOE se habla de sus "situación insostenible". Se le ve casi como un ministro zombi.
Pero el exjuez ya tiene experiencia en vivir al límite y sobrevivir a situaciones insostenibles. De esa forma ha logrado ya ser el ministro del Interior que más tiempo ha estado en el cargo en toda la historia constitucional.
Fue nombrado por Sánchez en julio de 2018, de forma sorprendente, porque no estaba en el ámbito del PSOE, sino que procedía del entorno del PP, partido que le propuso para ser vocal del Consejo General del Poder Judicial.
Marlaska es el único superviviente de los independientes sorprendentes de aquel "Gobierno bonito", el primero de Sánchez, en el que estaban también Dolores Delgado, Maxim Huerta o Pedro Duque. Uno a uno han ido cayendo por distintos motivos, salvo el ex juez Marlaska.
De aquel Ejecutivo de Sánchez tras la moción de censura sólo quedan sin cambios en sus competencias Marlaska, Margarita Robles y Luis Planas, además de María Jesús Montero y Yolanda Díaz, que han cambiado sus funciones para ascender a vicepresidentas.
El imprescindible respaldo de Sánchez es lo que le mantiene en el cargo, porque su origen desde la judicatura y fuera del ámbito progresista hace que, según explica un miembro del Gobierno, "nadie le lloraría en el PSOE si fuera sustituido". Carece además de perfil político potente.
Pero Marlaska sigue pese a que ha sido reprobado en varias ocasiones por el Parlamento, con votos de socios del PSOE.
Críticas de sus socios
Ha sido muy criticado desde la izquierda por decisiones sobre inmigración y su responsabilidad política en los sucesos de 2022 cuando murieron al menos 23 personas en la valla de Melilla.
Se ha resistido con uñas y dientes a la modificación de la llamada ley mordaza, insistentemente prometida por la izquierda. Fue desautorizado en octubre de 2024 con un acuerdo del PSOE con partidos de izquierda para reformarla, pero aún no ha terminado de perder el pulso porque esa proposición de ley sigue varada en el Congreso de los Diputados.
Recientemente fue desautorizado de nuevo por el pacto con Junts para delegar la competencia de inmigración a Cataluña que el ministro del Interior había rechazado. También en este punto, la aritmética parlamentaria le libra de que la desautorización política se convierta en desautorización efectiva con una norma en el BOE.
Ha sido criticado reiteradamente por sus compañeros en el Gobierno de Unidas Podemos y ahora de Sumar. Por ejemplo, por el uso de tanquetas contra las protestas de trabajadores del metal en Cádiz en 2021, lo que le llevó a un duro enfrentamiento con Yolanda Díaz.
Es muy cuestionado por ERC y Junts por lo que consideran infiltraciones policiales ilegales en el movimiento independentista y ha sido acusado por esos partidos -también por Podemos- de no haber limpiado convenientemente lo que llaman "cloacas policiales".
Algunas de sus decisiones han sido revocadas por el Tribunal Supremo, como la destitución del coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, y el ministro nunca terminó de ejecutar esa sentencia.
Marlaska ha sido discutido por su política de nombramientos en la Guardia Civil y por haber provocado inestabilidad en esta institución con nada menos que cinco cambios en la Dirección General en menos de siete años.
Y ahora, cerca de cumplir siete años en el cargo de ministro del Interior, ha quedado debilitado por el presidente del Gobierno por el episodio de las balas. Porque ha sido desautorizado y, además, porque se difundió la versión de que el contrato sobre esa munición fue mantenido de forma unilateral por Marlaska, al margen de Moncloa y haciendo caso omiso a los anuncios oficiales sobre la revocación del contrato.
Pero, el ministro del Interior sigue teniendo el apoyo del presidente del Gobierno que, según fuentes oficiales, no se plantea de ninguna manera destituirle. Con eso le vale de momento.