“De asco, no te carneo”. Las palabras de Francisco Real el Corralero, trajeado de negro y la chalina baya, no alteran a Rosendo Juárez el Pegador, que permanece con el rabo entre las piernas, su rival erecto. El Corralero había entrado altivo en la taberna para injuriar con su boca aindiada al Pegador, entre los respingos del hembraje y el ganchillar de los bolaceros. La Lujanera, con la crencha a la espalda y los pechos enhiestos, se fue a su hombre y le entregó el cuchillo filoso, la vaina al aire. Para asco del Corralero, Rosendo se arrugó ante el hombre de fuera, la palabra estevada, el gesto de vino rojo, la frente cérvida, encendiendo la vergüenza de todos al rehuir enfrentarse al balaquero.

Suena entonces la milonga Linda al ñudo de la noche, agarra del talle Francisco Real a la Lujanera y se larga con ella, los juláis y el braguerío atónitos. Pero otro hombre, el de la esquina rosada, el gallardo al que atropelló con desdén el Corralero al irrumpir en la taberna, se le enfrenta con prisa en el secreto de la noche, saca su cuchillo cachicuerno, le desafía a lo macho y le sangra hasta los visajes de la agonía. Después el preterido se aprieta al cuerpo de la Lujanera y se orgasma en las sombras de la esquina rosada.

Hasta aquí el resumen del más bello relato de Borges que buscaba “la tenue ceniza de las rosas inalcanzables”. Cachondo de sornas, la piel exangüe, la palabra pedernal, domadas las embestidas, Hombre de la esquina rosada es el mejor relato escrito en el siglo XX, un prodigio del idioma español en el desgarro de la literatura. Alberti fueron y Umbral los que dijeron que la política es una vieja puta albriciada de calles y camastros.

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Traigo a esta Primera palabra la resurrección del hombre de la esquina rosada, cuando resuenan golpeados los timbales de las elecciones generales el próximo domingo. El mundo de la cultura no puede permanecer ajeno a lo que se cuece en las urnas. ¿Quién es en nuestra vida política la Lujanera, quién el Corralero, quién el Pegador? ¿Quién, en fin, el político de la esquina rosada que se abraza a la Lujanera, pan y cielo rojo, hembra sol y silencio, loza antigua y sementera?

Abrasados por el calor y la mala leche habrá que ir a votar tras descifrar lo que Jorge Luis Borges, el aticista desdeñoso, escribió, entre las aporías de Zenón y el fulgor de la Biblia. Al autor de El Aleph, sólo le importaban, desde su agnosticismo feroz, las historias de guerreros y cautivas, la búsqueda de Averroes, la casa de Asterión, la frágil Beatriz en el principio del éxtasis y la metáfora que “es el honor de la metafísica”. No estoy seguro si su pasión por la expresión metafórica era certera. Azorín le hubiera cuestionado. Pero retornemos a las exigencias de la actualidad.

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Frente al ultraje de los años que pasan, sólo queda la arena de los libros y esa papeleta tibia que se deposita en la urna para hacer real la voluntad general libremente expresada. Votar bajo el ardor del calor canicular en plenas vacaciones es un desafío nuevo. Pero el mundo de la cultura, el mundo de la música y la ópera, de las letras y el teatro, de las artes plásticas y la arquitectura, de la insondable ciencia debe elegir y acertar para que los caminos de la creación permanezcan libres y expeditos, escondidos demasiados políticos entre las sombras borgianas de la esquina rosada.