Francisco Umbral. Foto: Fundación Francisco Umbral

Francisco Umbral. Foto: Fundación Francisco Umbral

Letras

Francisco Umbral, un dandi con esplín

Fue uno de esos genios literarios que España alumbra de siglo en siglo, capaz de inspirar a varias generaciones de narradores y periodistas que plagiaron su estilo único 

28 agosto, 2022 01:57

Uno de aquellos días de hace años publiqué una Tercera del ABC con un título que parecía una insolencia lisonjera o un elogio exagerado: “Umbral, un género literario”. No creo que me excediera, aunque molestó a muchos que aplaudiera así el trabajo y la personalidad de Francisco Umbral (Madrid, 1932 -Boadilla del Monte, 2007). En ese artículo citaba a Truman Capote y a su tirón canalla en su escritura literaria y en sus crónicas neoyorquinas en paralelo, mutatis mutandis, al trabajo de Umbral. Esa misma tarde recibí un telegrama cuyo texto decía: “Gracias, canalla. Truman Capote”. Fue Umbral, en un ejercicio más de su ingenio inmenso y de sus recursos inmediatos para el combate literario.

Que llegara a tenérsele por un dandi fue su propia construcción intelectual. Proustiano hasta la médula del alma literaria, Umbral se envolvió en el personaje que él mismo fabricó para la gente, para el público en general y para sus lectores en particular. Sí, para mí, más que dandi era un proustiano empedernido que terminó por creerse el personaje que había dibujado y se tomó la escritura periodística y literaria como una necesidad vital, biológica, exclusiva y excluyente, como dicen los grandes que es, en realidad, la vocación literaria (no soy grande, pero lo creo igual).

Así, resultaba antipático para muchos y muy atractivo para otros, sobre todo para las mujeres, que sentían por él sensaciones tan contradictorias como provistas de una fuerte atracción, cosa que siempre me sorprendió. No era naturalmente atractivo, pero entre la leyenda del escritor a tiempo completo y las leyendas mujeriegas, la de Umbral creció al mismo tiempo que el valor de sus “negritas” en los artículos que escribía y publicaba todos los días en periódicos de referencia nacional e internacional.

[Umbral, todo un personaje]

Otro día de aquel entonces, cuando éramos felices, jóvenes indocumentados e irresponsables, estábamos en una fiesta en el desaparecido Hispano, en plena Castellana, en Madrid. Había un jolgorio inmenso de alegre jarana. Estábamos los dos sentados, juntos al fondo del local, cuando casi de repente apareció Juan Benet, con sus gestos impostados y copiados todos de Faulkner. “Mira, ahí está el Caballo Blanco”, me dijo Umbral dándome un codazo. Le pregunté con un gesto interrogativo qué quería decir. “O como se diga en inglés”, añadió sarcástico por todo comentario explicativo.

A pesar de su apariencia brusca, era frágil, vulnerable, amigo de sus amigos y enemigo terrible de sus enemigos. Pero, digamos la verdad, en muchos de sus enemigos literarios, y sobre todo periodísticos, había en el fondo y en la forma una envidia más o menos clara. Su facilidad para escribir lo transformó durante una temporada de brillo periodístico en una máquina industrial que multiplicaba su firma por todos lados, para profundo cabreo de sus enemigos. Pero digamos otra verdad: tenía menos enemigos que amigos. Lo que ocurre es que todo el mundo se fijaba más en los enemigos que en los amigos, que eran muchos más y que lo querían mucho.

Umbral terminó por creerse el personaje que había dibujado y se tomó la escritura como una necesidad exclusiva y excluyente

Yo entre ellos. A mí me hacía reír y sus chismes literarios me llenaban la tarde de carcajadas y vodka. Un día que estábamos en el aeropuerto de Barcelona de regreso de una fiesta editorial, esperando el vuelo que nos llevaría a casa, comenzó a nevar fuerte en Madrid y la aerolínea anunció que el vuelo retrasaba hasta nueva orden. No nos desesperamos. Nos dedicamos al trasiego de licores y a hablar de literatura y de noticias más o menos reales de la vida literaria de España y del mundo.

De América Latina, Umbral, como Cela, sabía poco. No le gustaban los escritores hispanoamericanos, y mucho menos los del boom (en eso es en lo único que se parecía a Juan Benet), pero escuchaba mis “conocimientos” de la personalidad de esos escritores y de otros muchos del continente americano que yo había conocido a lo largo de mi vida y hasta entonces. A veces creo que después de aquella conversación se deslizó el nombre y alguna anécdota de algún “latinoché” que yo había citado en aquella charla de aeropuerto catalán en una tarde de nieve, gris y coñac.

Y el de alguna mujer, bella e inteligente, que en ese momento era una de mis obsesiones “líricas” y había sido la suya, inútilmente, durante una temporada anterior. Era una princesa catalana de fina cultura literaria, de insaciable curiosidad intelectual y de una belleza física de época. En una época y durante la temporada de su obsesión, Umbral la citaba casi diariamente en las “negritas” de su columna. Y a mí me entraban unos celos de adolescente que al día de hoy no comprendo, mientras me río al recordarlo.

Otro día lo invité a una fiesta de escritores en mi casa de entonces, en El Reloj de Las Rozas. “Si das croquetas, yo voy”, me dijo por teléfono. Y puse croquetas, en principio sólo para Umbral, aunque luego todo el mundo lo imitó y comieron de aquellas maravillas que mandé traer de La Mallorquina de Madrid. Ahí, a la corta, Umbral era un niño sentimental que cultivaba su imagen de dandi con esplín constante como si fuera una de las Bellas Artes.

Frecuentaba la provocación como si fuera –y lo era– una condición humana de su propio estilo.

Nunca lo vi escribiendo, aunque sí muchas veces leyendo. En su escritura periodística frecuentaba la provocación como si fuera –y lo era– una condición humana de su propio estilo. Leí mucho de Umbral. Su novela Mortal y rosa era un hermoso, humano y melancólico texto literario sobre la muerte de su único hijo.

Es una novela sentimental, literaria y contundente, como lo es Trilogía de Madrid, y las que tienen que ver con el aprendizaje sentimental e intelectual de un escritor provinciano, ambicioso y con ganas de devorar el mundo que viene a conquistar Madrid. Aquí había una contradicción intelectual en Umbral. Era un contumaz antigaldosiano, cosa que a mí me molestaba, pero intentó siempre lo mismo que Galdós: inventar literariamente un Madrid suyo, un Madrid autónomo y literario, único.

Creo que, como Galdós, lo consiguió con creces con su Gijón y otras latitudes madrileñas. Por esto, como a Galdós, se le detestaba en los medios literarios: porque era dueño de un espacio inventado que existía en una realidad paralela. Aunque él no lo admitiera nunca, en cierto sentido era tan galdosiano como Galdós. Y tan querido y detestado como él. 

Travesía de Madrid

El aniversario de la muerte de Umbral ha multiplicado las recuperaciones de sus obras. Así, Austral acaba de reeditar la primera novela del escritor, su legendaria Travesía de Madrid, experimental y vanguardista, y meses antes Tamouré. También la editorial Zut rescata ahora Lola Flores. Sociología de la petenera, y Debate, la biografía de Anna Caballé: Umbral. El frío de una vida.