Image: Ángeles González-Sinde, la vida que te espera

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Primera palabra

Ángeles González-Sinde, la vida que te espera

Por Luis María Anson, de la Real Academia Española Ver todos los artículos de la 'Primera palabra'

15 noviembre, 2013 01:00

No todo fueron bibianas y malenis. José Luis Rodríguez Zapatero también tuvo a su lado a algunas mujeres extraordinarias como Cristina Garmendia o Ángeles González-Sinde. La objetividad exige reconocerlo así. A lo largo de mi dilatada vida profesional he conocido a pocas personas tan inteligentes, tan sensibles, tan cultas, como Ángeles González-Sinde. Las circunstancias políticas no pueden nublar la realidad. Nada más lejos de la auténtica expresión cultural que el sectarismo y la exclusión. La incapacidad para reconocer el mérito allí donde se produce convierte a algunos periódicos en máscaras de piedra y a ciertos intelectuales en hombres resentidos, que se pasan el día besando los labios rencorosos de la envidia.

Nada escapa a la mirada intensa de Ángeles González-Sinde. Conoce a fondo la condición humana y sabe adentrarse con furor apenas contenido en el tejido psicológico de sus personajes. Contemplé con asombro La suerte dormida, que es una película brizadora y certeramente construida. Me gustó más Una palabra tuya, en la que su autora discurre sobre pasiones y envidias con un cierto reflejo de vivencias personales. Ángeles González-Sinde no es solo uno de los primeros nombres del guión cinematográfico español. También una directora instalada en la última expresión del arte que engrandeció Chaplin.

He leído con creciente interés El buen hijo, la novela con la que Ángeles González-Sinde ha retornado, desde la oquedad política, a la vida cultural. Está bien articulada y tiene profundidad. La escritura es sencilla y eficaz. Los diálogos certeros se encienden en la palabra pródiga. Las aguas de la novela no son las más propicias para la autora. Pero ha sabido navegar por ellas, concluir airosamente el desafío y arribar con seguridad al puerto. González-Sinde ha sacado su novela al aire libre como se extrae el pan del horno. “Chica rumana, busca trabajo en limpieza (planchar, cocinar) o cuidar niños… Permanente o por horas Hablo englese y escribo. Utilizo ordenador. Corina”. Vicente trabaja en la tienda de su madre, antigua simpatizante del PCE, que está enferma y con la tristeza avecindada en los ojos. Necesita a alguien que la cuide. El hijo cita a Corina en la papelería, en su establecimiento de artículos de escritorio. La contrata por cinco horas diarias para que, ya en el domicilio, se ocupe de atender a la anciana enferma. Corina, claro, se incorporará luego al trabajo en la tienda, González-Sinde construye un relato en el que la asistenta rumana, con algún robo de por medio, conmocionará la vida del indeciso, del pusilánime, del buen hijo que es Vicente. La autora se enreda con varios personajes bien definidos, sobre todo las mujeres, hasta desembocar en un final que descubre la sensibilidad humana, no solo cultural, de Ángeles González-Sinde, la escritora, la cineasta, la guionista, la directora, que lleva prendida en torno a su delicada juventud esa insobornable capacidad expresiva que siempre me asombró. Es una espada que afila la memoria. Tiene las estrellas hundidas en los ojos. Se le enciende el desamor en la piel. Ama la vida sencilla y el sentimiento profundo. Como en el verso de Bousoño, oda en la ceniza, ha escuchado la llamada de su tiempo, la infancia ahogada, los lagares ciegos, la realidad atroz de la injusticia social y la avidez del hambre. González-Sinde conoce muy bien, como en la película por ella inspirada, la vida que le espera.

ZIGZAG

Volveré con extensión al libro. Quiero subrayar ahora la impresión que me ha causado Vale la pena luchar, la obra en la que Marcos Ana relata sus experiencias de poeta, de intelectual, de luchador por sus ideas. Conocí al autor en casa de Rafael Alberti, en El Puerto. Mis discrepancias con él son muchas. Mi admiración por su persona, completa. Marcos Ana ha sido siempre la coherencia del pensamiento, la lealtad a los suyos, la demostración con los hechos de la firmeza de su palabra.