Primera palabra

El plagio consagrado

3 octubre, 1999 02:00

En el centro mismo de la literatura contemporánea en castellano existen dos grandes y gloriosos plagiarios en profundidad, anchura y extensión, uno de ellos nominado varias veces para el premio Nobel

Hay veces en que nos hemos podido decir: "Este genio del arte, tan conocido y apreciado mundialmente, no hubiera sido nadie si no llega a existir aquel otro. Lo ha copiado, lo ha copiado descaradamente y ni siquiera lo ha mejorado de un modo esencial, pero le ha dado una amplitud tremenda". En el centro mismo de la literatura contemporánea en castellano -y aportando pruebas que todos podemos encontrar "en librería"- existen dos grandes y gloriosos plagiarios en profundidad, anchura y extensión, uno de ellos nominado varias veces para el premio Nobel. Y es de señalar que los plagiados, contemporáneos suyos de una generación anterior, nunca fueron "poca cosa" a los ojos del mundo literario. Pues bien, tanto Jorge Luis Borges como Ramón Gómez de la Serna tampoco serían nadie, el uno sin Marcel Schwob y el otro sin Jules Renard.

Mi experiencia personal de los dos eminentes plagios fue tan ingenua como pudiera ser la de cualquiera. Yo era -y soy- un ferviente admirador de Ramón, cuya influencia en mi propia obra sólo yo la conozco bien. Tenía entonces treinta y pocos años y ya dominaba perfectamente el francés y me atrevía a escribir en esa lengua. Resulta que, en un cabaret de París, actuaba Boris Vian y éste había compuesto un número con frases escogidas del diario de Jules Renard. Me quedé asombrado, "¡Son greguerías ramonianas al estado puro, iguales, igualitas a las de Ramón!" Casi acto seguido me empapé de la obra y la vida de Jules Renard y entendí que Ramón -tan informado y tan "moderno" siempre- encontrara allí su tesoro, que llegó a duplicar y aún triplicar. Es tan entrañable y tan orgánica en el autor la adopción de esa fórmula de hacer paradoja, tan suya que, ya embarcado yo en esa onda, pocas veces me acuerdo de que Jules Renard fuera su verdadero iniciador. Fórmula que permaneció prácticamente inalterable en Ramón.

¿Es que alguien ha leído en España a Jules Renard con atención y, de preferencia, en francés? La greguería se considera cosa típicamente ramoniana. Remy de Gourmont, que conoció y trató a Renard, apoyó y promocionó muy especialmente a Ramón en Francia, es decir en París. A Gourmont debió de parecerle muy lógico y consecuente que un español asumiese tan entrañablemente "l"esprit" francés y aún lamentar que no lo abordaran muchos más, por "universal". También pudiera decirse que al plagio nos ayudan los otros.

Pero más espectacular y evidente viene a ser lo de Borges. Habiendo leído tanto o más que Schwob, Borges estaba muy seguro de un venero inagotable que daría fe de la originalidad y profusión de sus fuentes, así como se sabía poseedor de una sinonimia de oro. Pero se pasó media vida imitando, con la mayor soltura y buen aire, el tono y los temas de Marcel Schwob. él mismo confiesa que "Historia universal de la infamia" está inspirada por Schwob, pero también lo están "El Aleph" -su obra maestra- y tantas más. ¿Es que nadie ha leído en Argentina a Schwob y, de preferencia, en francés? Pues no hay cosa más evidente.

Imaginemos la interna situación de los plagiarios, cayendo por casualidad en un éxtasis de identificación con aquellos otros: Supongamos que estoy leyendo un libro cualquiera, y que éste me empieza a interesar cada vez más. De repente, me doy cuenta que ese libro lo he "escrito yo". Lo que me acaba de ocurrir reviste suma gravedad. De ahora en adelante, no puedo renunciar a mí mismo. No hay otro remedio que "seguir cultivando mi estilo", éste que acabo de descubrir hace cinco minutos, sin dejar que nadie me arrebate un alma tan grande y resonante, "recién infundida" por palabras tan definitorias de "mi ser más íntimo". Obligarme a que renuncie a ello o que trate de disfrazarlo, no se me puede pasar por la cabeza. Eso ¡ni pensarlo!

Así es como se fundamenta un plagio perfecto o super-plagio. Aquello es lo que pudieron decir para su capote los dos ilustres y entusiastas fagocitadores. Y ya no hubo quien los detuviera. Se lanzaron a publicar en castellano un libro tras otro y figuraron enseguida como dueños de sendos estilos "irrepetibles". ¿Quién podía dudar? Aquí se levanta lo inexplicable, lo mágico porque, cuando algunos por azar se toparan con los originales y los leyeron, no se dijeron otra cosa que: -"Mira qué curiosas coincidencias existen en el mundo", sin hacer siquiera un pequeño cálculo cronológico.

Porque ya los plagiarios eran más famosos en España y en el continente americano que lo fueron nunca en su tierra los dos exquisitos franceses. La crítica literaria apenas ha puesto atención en este detalle increíble, en donde la segunda mano viene a convertirse en la primera, y eso prueba la vigorosa capacidad fagocitadora de los plagiarios.

Precisamente, era Renard grande e íntimo amigo de Marcel Schwob, judío, gran rebañador de bibliotecas, muy ducho en el griego y otras lenguas, traductor al francés de "Moll Flanders". Su más brillante hallazgo, el relato corto, armado sobre sus vastos conocimientos humanistas e históricos. Glosa de la Historia con un sentido lúdico de poeta.

Algo más chirriante fue para mí el primer contacto con Borges como narrador, después de haber leído con extrema curiosidad a Schwob por "expresa recomendación" de Renard, que se muestra auténtico entusiasta suyo en el "Diario". Entonces yo no había leído nada de Borges y no es que agotase la obra de Schwob, pero bastaba que leyera "Vidas imaginarias" para que, al descubrir a Borges más tarde, comprobara y admitiese que su confesada admiración por Schwob se prolongara tácitamente durante el resto de su existencia. Después de leer con asombro y admiración "El Aleph", consideré que Borges aún seguía en vida y yo podía confiar que, a caballo sobre aquella "sinonimia de oro" -que igualmente lo emparejan a su plagiado- podía esperar nuevas sorpresas fantásticas y eruditas del igualmente admirable Marcel Schwob.

Así son las cosas en el mundo del arte y de la creación, una cadena de logros y superación de esos logros en férrea conexión.