Como tengo mala memoria, hace ya un par de años que apunto aplicadamente todas las lecturas que hago durante el año. No me apura admitir que las correspondientes a libros publicados dentro de este 2025 no alcanzan la docena. Ya he dicho en otras ocasiones que, desentendido de mi vieja dedicación al reseñismo, leo pocas novedades.

Las que llaman mi atención, o las que me recomiendan vivamente algunos lectores fiables, las anoto, cómo no. Pero han de encontrar su hueco –cosa nada fácil– en el caudal de lecturas que hago movido por viejos intereses, viejas deudas que uno arrastra consigo, aparte de aquellas que reclaman mis trabajos editoriales.

Por lo demás, las lecturas “de actualidad” que estimo valiosas suelo compartirlas en la columna que escribo para esta revista, de modo que varias de las que aquí destaco han recibido ya un comentario por mi parte en estas mismas páginas.

Es el caso de Perla Zúñiga, a cuyo emocionante libro póstumo, Te quiero, me muero (Blatt & Ríos), dediqué una de mis últimas columnas.

Dediqué otra, algo anterior, al también emocionante Un diamante en la basura, editado por Ana Molina Hita (Escritos Contextatarios), un “cuaderno escolar” que da voz a niños de un colegio público de Madrid de esos que se etiquetan como de “difícil desempeño”, recogiendo poemas, cartas, ocurrencias, viñetas, autoentrevistas cuyo efecto, sumado, es de un salvaje lirismo, carcajeante y estremecedor.

Entre los títulos que he leído con más apasionamiento y provecho este año se cuenta 'El mundo después de Gaza', de Pankaj Mishra

Añadamos otros dos sensacionales poemarios: 1) El siglo, de Juan de Salas (Ultramarinos), que su editor presenta, provocativamente, como “una miniserie inspirada en los Episodios nacionales de Galdós que emprende con furor y comedia una larga ruta turística por la España decimonónica de Isabel II”, con el propósito de “hablar a las claras del presente”, inaugurando así “la epopeya lírica española del nuevo milenio”; y 2) Las palabras que inmortalizaron a la malograda Escuadrilla La Fayette y otros poemas, de Guillem Martínez (Escritos Contextatarios), tardío “rescate” de la “poesía completa” del autor, escrita en los 80 y nunca publicada en edición venal, por lo que no constó en su momento el descarado poderío de una muy prometedora voz que optó por volcarse en un periodismo de sesgo personalísimo, sin renunciar a la poesía ni al humor.

Anoto un libro atinadísimo, muy bien acogido –con toda razón– por la mayor parte de la crítica: Los ilusionistas, de Marcos Giralt Torrente (Anagrama), una galería de retratos familiares admirablemente trazada, con humor, piedad, rectitud y una bien labrada madurez.

Del inagotable César Aira se impone señalar sus Actos de presencia (Random House), colección de charlas impartidas por el autor entre 1989 y 2021. También les hablé de ellas en una de mis columnas, asegurando –y me ratifico en el dictamen– que acreditan a Aira como “el más inteligente, penetrante y asombroso pensador literario en lengua española”.

Prologar un libro comporta una manera particularmente intensa de leerlo, y eso es lo que hice con un notable volumen de apuntes de Bruno Montané, La tinta en el fondo del mar (Kriller 71), que esboza con humor y finura una poética de la inconclusión, de las razones y los escrúpulos que tantas veces postergan o bloquean la escritura.

La lectura del polifacético Iván Illich es hoy más concerniente y fecundadora que nunca. Imposible salir ileso

Belén Gopegui ha publicado este año Te siguen (Random House), novela llena, como todas las suyas, de riesgo y, como todas las suyas también, resuelta a interpelar al lector siempre a través de nuevos y sorprendentes expedientes, que suelen subvertir las convenciones –a menudo subliminalmente ideológicas– de lo que cabe entender por “verosímil” narrativo. Te siguen extrema la apuesta en este sentido hasta límites que todavía me dan que pensar.

Mientras escribo esto, persevero en la lectura, llena para mí de alicientes, de Personaje secundario, de Enrique Murillo (Trama), libro entre las memorias, el ajuste de cuentas y el testamento profesional, que hurga aleccionadoramente en la trastienda del mundo de la edición española durante los mismos años en los que yo también participé en él, lo cual siembra mi lectura de frecuentes y fértiles discrepancias de su testimonio.

Como una novedad ha sido recibida Prohibido morir aquí (Libros de Asteroide), una vieja novela de Elizabeth Taylor publicada originalmente en 1971 y traducida al español en 1986, bajo el título El hotel de Mrs. Palfrey (Bruguera). Les hablé con devoción de ella en una ya vieja columna. Les decía entonces que, delicado y patético, es uno de los libros más conmovedores que me ha sido dado leer sobre la vejez. Mi relectura lo confirma.

Entre los títulos que he leído con más apasionamiento y provecho este año se cuenta El mundo después de Gaza (Galaxia Gutenberg), de Pankaj Mishra, una soberbia y ecuánime evaluación de los antecedentes y de las consecuencias de la masacre israelí en Palestina hecha por un ensayista de gran estilo y de intensa vibración moral, que observa nuestro mundo desde una saludable perspectiva no eurocéntrica, si bien nutrida de una profunda familiaridad con los pilares de la cultura occidental.

El grueso de mis lecturas han sido, de hecho, relecturas, no pocas movidas por el compromiso de discurrir sobre ellas en conferencias o prólogos (Stendhal, Thomas Mann, Richard Hughes; Canetti y La provincia del hombre para Taurus; Gonzalo Torné y su despampanante primera novela, Hilos de sangre, reeditada por Anagrama).

Otras estaban destinadas a saldar viejas deudas pendientes (como la divertidísima y genial La Feria de las Vanidades de William Thackeray, el extravagante latazo de Los años de peregrinaje de Wilhelm Meister de Goethe, o la a ratos deslumbrante pero agotadora La muerte de Virgilio, de Hermann Broch).

Y están, claro, los trabajos que me ocupan como editor, lecturas para un futuro inminente, entre las que destaco la lenta y compleja reconstrucción de la Historia de las guerras barcialeas de Rafael Sánchez Ferlosio (Random House) y los entretenidísimos diarios de Sergio Pitol (Anagrama).

Suele ocurrirme, por fin, que cada año “descubra” a destiempo a un autor que me arrebata y leo masivamente. Este año ha sido el polifacético Iván Illich, que tanto predicamento tuvo en los años 70 y 80, y de quien el año que viene se cumplirá el centenario. Su lectura es hoy más concerniente y fecundadora que nunca. Quien no la conozca, puede asomarse a su obra a través, por ejemplo, de sus apasionantes conversaciones con David Cayley, reunidas en dos volúmenes publicados por Enclave Libros (2013) y El Pez Volador (2019). Imposible salir ileso.