Me alegra enterarme de que el libro del que me propongo hablar, aparecido a comienzos de este año, lleva ya tres reimpresiones. Publicado en España por un valiente sello argentino que pelea por hacerse un espacio en el apretado tejido editorial de nuestro país, la fortuna de Me muero, te quiero (Blatt & Ríos) es resultado, sobre todo, de un potente tam-tam a través de las redes, de una larga cadena de afectos, de afinidades y de complicidades que tiene su origen en la magnética personalidad de su autora, Perla Zúñiga (Madrid, 1996), fallecida en julio de 2024 a la edad de veintisiete años, víctima de un raro cáncer, el sarcoma de Ewing, que se le declaró cuando apenas contaba dieciocho.
Publicado póstumamente, Me muero, te quiero es el único libro de Perla, quien lo concibió y comenzó a armar desde antes de que le fuera diagnosticado un nuevo tumor, el que terminaría con su vida.
Lo preparó en estrecha complicidad con su pareja, el poeta y editor Mariano Blatt, autor del emocionante y contenido prólogo que abre el volumen. Perla y Mariano se conocieron a través de la poesía. Lo cuenta él y lo cuenta también ella en un texto asimismo emocionante incluido en este libro.
Años antes que el amor, la poesía circuló entre ellos como la sangre en una transfusión. Mientras se sometía a su primer año de quimioterapia, cayó en las manos de Perla un libro de Mariano (por entonces llevaba ya media docena publicados, todos recomendables). “Tenía dieciocho años, padecía cáncer y anhelaba ver, experimentar y sentir la vida tal como él la describía”, cuenta Perla.
Tiempo después, ella misma nos lega en este libro sus propios poemas, arrancados a su cuerpo enfermo con apremio, como deja dicho en el primero de todos: “A veces, las palabras se resguardan en la garganta; tienen miedo y prefieren quedarse dentro. / ... / Oye, no te queda tiempo, sal! / Transformaos en algo que viaje por los oídos, como un recuerdo, un sonido o incluso un dibujo”.
'Me muero, te quiero' trae a la poesía española un acorde inédito y muy genuino de descaro, de fragilidad, de vulnerabilidad, de alegría, de éxtasis y de locura
Además de poeta, Perla Zúñiga fue artista plástica, performer y DJ. También reina de la noche, cofundadora del colectivo musical CULPA, “un espacio creado para celebrar y reivindicar las existencias trans y no binarias”. Su última exposición, Cucú, en la sala Córdova de Barcelona, exhibía un conjunto de piezas muy conectadas con los poemas de Me muero, te quiero: delicadas, sutiles, estremecedoras.
Recientemente, a propuesta del PSOE, se ha aprobado una proposición no de ley “para regular el uso de la palabra “cáncer” y promover un lenguaje responsable y empático en torno a la enfermedad, evitando su uso como insulto o descalificación”. Más efectiva que cualquier disposición legal me parece, a los efectos, la lectura de este libro, en el que, sin falsos pudores pero sin tremendismos, sin victimismo tampoco, con tanta crudeza como ternura, Perla atraviesa la enfermedad de deseo, de amor, de sexo, de drogas, de música, de humor, mezclando sus ansias de vida con el dolor, la pena, la rabia, la perplejidad, la fatiga, el asco.
Me muero, te quiero trae a la poesía española un acorde inédito y muy genuino de descaro, de fragilidad, de diminutivos, de risas y juergas entre amigas, de salvajismo, de recalcitrante infantilismo, de peluches, de jeringuillas, de vulnerabilidad, de alegría, de éxtasis y de locura subversivas, todo envuelto en gasas, en purpurina, en olor a cloroformo y a palomitas.
Para colmo, el libro se cierra con un anonadante diario de muerte, increíblemente honesto y bellísimo y terrible, que, pese a su escasez, resiste la comparación con algunos tan memorables como los de Severo Sarduy o Harold Brodkey, y cuya última frase –la última realmente que escribió Perla– recuerda, sin pretenderlo, las últimas palabras de Wittgenstein: “No hay forma de expresar lo feliz que fui”.