Con más rotundidad aún que en Continuación de ideas diversas (2014) o que en La ola que lee (2021), el último libro de César Aira, Actos de presencia (Random House, 2025), lo confirma, al menos a mis ojos, como el más inteligente, penetrante y asombroso pensador literario en lengua española.

Reúne este libro los textos de once charlas o conferencias impartidas por el autor entre 1989 y 2021. Tuve la suerte de asistir al menos a una de ellas en Rosario, Argentina, el año 2010. Discurría sobre Amalia (1851), de José Mármol, obra supuestamente fundacional de la novelística argentina. “La intención de elogiarla choca con obstáculos casi insalvables”, decía de ella, con taimada y borgesiana cortesía, Aira. Pese a lo cual, con sus ademanes tímidos y su voz tranquila, desplegó, a su propósito, un puñado de ideas magistralmente fértiles y generosas y certeras.

El recuerdo de esa charla me movió a buscarla en Actos de presencia y, de nuevo deslumbrado, ya no pude dejar de continuar leyendo todas las que allí la acompañan. Menudo festín. Y cuánto aprendizaje.

La mente aventurera de Aira no cesa de generar perspectivas nuevas y a menudo vertiginosamente profundas y excitantes. No se trata aquí de juegos de ingenio, de trucos brillantes, por mucho que la inteligencia de Aira rebose de humor, de espíritu lúdico y transgresor, del goce de sí misma. El calibre de su pensamiento literario, de su potencia teórica y crítica, no tiene parangón en nuestro idioma. Y se sostiene sobre un bagaje de lector abrumadoramente amplio, combinado con unas radicales independencia y libertad de criterio.

Un texto como el titulado “Sobre el realismo” me hace pensar en Walter Benjamin, a quien no tengo dudas de que le hubiera interesado. La musculatura intelectual de Aira tiene, como la de Benjamin, algo de trapecista: se revela capaz de dar saltos y volteretas admirables que lo llevan a uno, sin saber cómo, a lugares imprevistos, desde los cuales todo se deja ver –¡alehop!– bajo otra luz. Por ejemplo, cuando habla del dinero y del lenguaje como “instituciones gemelas”, dado que las dos entrañan “un avance de lo simbólico, del instrumental de representación”.

Pero otros hablarán, quizás en estas mismas páginas de El Cultural, de los méritos y alicientes de Actos de presencia. Yo quiero aprovechar esta columna para anotar cómo, en el más breve y personal de los textos aquí reunidos, titulado “Mamá” (2016), encuentro sonrientemente ilustrada una vieja convicción.

Recordando a su madre, cuenta Aira que era muy parlanchina y criticona, sobre todo cuando salían a colación las mujeres del vecindario o de la familia. Su estrategia consistía siempre en elogiar a sus maridos y dar a entender que eran hombres talentosísimos a los que su matrimonio con aquella mujer había malogrado sus enormes potencialidades como artistas, escritores o lo que fuera.

“Mi madre era una descubridora de talentos con ojo de águila”, escribe Aira; “los encontraba allí donde otros no veían más que un vecino común y corriente”.

La infancia de Aira transcurrió en Coronel Pringles, al sur de Buenos Aires. De niño y adolescente, él no pensaba más que en escapar de lo que se le antojaba “un páramo cultural”. Pero resultaba que, al decir de su madre, aquello era un hervidero de “hombres con talento artístico, cultos, lectores, creativos”, a los que su mala fortuna al escoger compañera había malogrado.

César Aira se pregunta, con ironía, si acaso no era verdad. Por mi parte, estoy persuadido de que, en efecto, el talento abunda. Basta observar a niños y jóvenes. Todos tienen alguno, a menudo muy acusado o brillante. Sólo que el único talento eficaz es el muy raro de acertar a detectar, encauzar y explotar el propio talento. En esto casi todos hemos fracasado, pero...