El pasado verano, la editorial Nectarina publicó El juego de caer, segunda novela de David Cabrera (Madrid, 1974). En la cubierta del volumen se describe el texto como “una farsa”, y se cita una frase de Jean Genet: “La lógica del escenario no tiene relación alguna con eso que llamamos verosimilitud, pues lo verosímil es la retractación de las razones inconfesables”. A continuación se dice sobre la novela: “La pretendida trama, que no existe, está parcialmente basada en la historia real sucedida en Huelva en 2013. El 22 de julio de 2013, José Bretón fue condenado por la audiencia Provincial de Córdoba a 40 años de cárcel por el doble asesinato de sus dos hijos pequeños, Ruth Bretón y José Bretón, de seis y dos años de edad”.
Apenas medio año después, viene haciendo mucho ruido la publicación por la editorial Anagrama de El odio, de Luisgé Martín, libro en el que, sin el disfraz de la ficción, su autor se propone indagar en las razones y sobre todo los sentimientos que movieron al mismo José Bretón a cometer su crimen. Con este fin, mantuvo con él una relación que se prolongó tres años, casi siempre mediante llamadas telefónicas, y ya hacia el final con una visita a la cárcel en la que Bretón cumple su condena.
No son frecuentes, aunque tampoco insólitas, coincidencias como esta. Me refiero al hecho de que a dos escritores se les ocurra abordar en paralelo, sin tener noticia el uno del empeño del otro, un mismo asunto. En este caso, se trata de un suceso que conmocionó a la opinión pública y que, dada su atrocidad, es explicable que suscite el interés de un creador.
Puesto que al debatir sobre el libro de Luisgé Martín se ha invocado a menudo el precedente de A sangre fría (1967), de Truman Capote, viene a cuento recordar que el proceso de gestación de esta obra –supuestamente pionera de lo que en la actualidad se entiende por “novela de no ficción”– dio lugar, en 2005, a la filmación simultánea de dos películas repletas de impremeditados paralelismos y que prácticamente coincidieron en la cartelera: Capote (2005), de Bennett Miller, e Infamous (por aquí titulada Historia de un crimen, 2006), de Douglas McGrath.
En el caso de los libros de Cabrera y Martín, la desproporción entre la notoriedad de sus autores y sus respectivas editoriales resta mordiente a la coincidencia de sus empeños y a una eventual comparación de sus resultados. No me propongo aquí establecer esa comparación. Me limito a preguntarme qué hubiera ocurrido si la novela de Cabrera hubiera sido publicada por Anagrama. Y me respondo con bastante convicción: nada, o casi nada.
Me limito a preguntarme qué hubiera ocurrido si la novela de Cabrera sobre Bretón hubiera sido publicada por Anagrama. Y me respondo que nada, o casi nada
Pues dos factores determinan el escándalo y la polémica suscitados por El odio. Uno de ellos es la visibilidad que, para su manifiesta satisfacción, obtiene José Bretón al convertirse en protagonista de un libro publicado por un autor de cierto renombre en una editorial con gran ascendente. El otro es la decisión de este autor de –al contrario de Cabrera– sustraerse del amparo inapelable de la ficción, presentar su “ejercicio literario” como una crónica realista y exponerse de este modo a ser confrontado con la veracidad de los hechos y la rectitud y justicia de sus procedimientos.
En el fondo del debate abierto por El odio cabe reconocer las problemáticas consecuencias de una persistente desconfianza por parte de la narrativa contemporánea hacia los poderes de la ficción, que se traduce en una creciente subordinación al periodismo y al “efecto” realidad.
Esto último induce una penosa limitación de la “caja de herramientas” del narrador, que termina sirviéndose del yo autorial como una especie de navaja suiza con la que, disfrazado de detective, piensa poder salir al paso de todos sus problemas.