Este año, lleno de efemérides "bolañescas" (setenta años de su nacimiento, veinte de su muerte, veinticinco de la publicación de Los detectives salvajes), hace veinticinco años también que Roberto escribió o terminó de escribir –fue en septiembre de 1998– el más esencial de sus libros, Amuleto, publicado el año siguiente.

No he dicho que sea el mejor –aunque quizá sí, pero que más da–, sino el más esencial de sus libros. Un poema narrativo alucinado y alucinante, de una belleza atroz, risible, tristísima. Nadie que lo haya leído puede haber olvidado la voz de su protagonista y narradora, Auxilio Lacouture, personaje directamente inspirado en una mujer intensamente real: Alcira Soust Scaffo, una maestra y poeta uruguaya que en 1952, con veintinueve años, desembarcó en México becada por la UNESCO y allí permaneció durante más de tres décadas.

Un matrimonio desgraciado parece haber torcido el rumbo de su vida, que en los años sesenta, ya instalada en el DF, se fue adentrando en una especie de bohemia cada vez más desharrapada, perturbada, patética.

Alcira, siempre devota de los escritores, frecuentó los ambientes literarios de la ciudad, desempeñó toda suerte de pequeñas tareas y se convirtió en una figura querida y familiar para los jóvenes y aguerridos poetas que se reunían por las noches en las cantinas.

El episodio que Bolaño recrea en Los detectives salvajes es cierto: el 18 de septiembre de 1968, cuando el ejército entró en la Ciudad Universitaria para reprimir al movimiento estudiantil, Alcira, que se hallaba en la Torre de Humanidades –donde prácticamente residía–, vio cómo entraban los militares y optó por esconderse en los excusados.

La uruguaya Alcira soust frecuentó los ambientes literarios de ciudad de méxico y se convirtió en una figura querida y familiar para los jóvenes poetas

Doce días pasó allí, bebiendo del agua de los grifos y alimentándose de papel higiénico. Cuando, al reabrirse la universidad, la encontraron, nadie salía de su asombro. La leyenda corrió como la pólvora: ¡una poeta uruguaya había resistido en el interior de la UNAM ocupada por los milicos! Al poco diagnosticarían a Alcira una "psicosis delirante crónica". En los años sucesivos "pasó a vivir con un bolso al hombro, de casa en casa según la disposición de sus conocidos. Si no encontraba donde quedarse, permanecía toda la noche escribiendo y pintando en uno de los cafés Vips, o durmiendo con los perros". El deterioro sería lento pero progresivo, hasta su repatriación, en 1988, a Montevideo, donde fallecería en 1997.

Los detectives salvajes y Amuleto contribuyeron decisivamente a arrancar del olvido a Alcira Soust, de quien ya en 2003 publicó Jorge Ruffinelli una reveladora nota en la revista Brecha, de Montevideo. La misma revista armó en enero de 2009 un importante dossier, fruto de una investigación minuciosa, que recogía materiales y testimonios diversos, y cuya pieza principal era un extenso y vibrante artículo de Ignacio Bajter titulado "Poeta vagabunda y bellamente desolada". Aquello supuso el renacimiento de Alcira Soust, que desde entonces no ha dejado de estar más o menos en órbita.

En 2018, en el marco del 50 aniversario del Movimiento estudiantil en México, se estrenó en memoria suya una ópera de cámara titulada Luciérnaga. Monodrama musical para soprano, actor, ensamble de cámara y multimedia (puede verse en YouTube). Y este mismo año 2023 se ha estrenado el documental Alcira y el campo de espigas, realizado por un sobrino nieto de Alcira, Agustín Fernández Gabard (puede verse en Filmin). Aunque lastrado por una duración excesiva, el documental reúne algunos testimonios notables, entre ellos el de Salomé Bolaño, la hermana de Roberto, que evoca con cariño y simpatía la amistad y la hospitalidad que toda la familia brindó a Alcira, cuyo patetismo no estaba exento de la dignidad, de la arrebatada y amorosa y maltrecha majestad que movió a Bolaño a consagrarla como "la madre de todos los poetas".