Como es sabido, el Domingo de Ramos conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un pollino. Menos sabido es que, durante la Edad media y hasta mucho después, el pollino en cuestión fue objeto de veneración en distintos lugares de Europa. Una leyenda pretendía que, tras haber prestado sus servicios a Jesús, el pollino salió de Jerusalén y peregrinó largo tiempo hasta llegar a Verona, donde se estableció.

Al morir el pollino, los veroneses habrían conservado sus restos, que estarían contenidos en una hermosa talla en madera del siglo XIII que se exhibe en la abadía benedictina de Santa Maria in Organo, una de las más antiguas de la ciudad. La escultura, conocida popularmente como la muletta, es en realidad un paso penitencial, y representa a Cristo subido al pollino bendiciendo a la multitud.

También en Génova, al parecer, veneraban las reliquias del pollino que cargó con Cristo el Domingo de Ramos. Cuando menos la cola, que, según algunos testimonios, atesoraba el convento de los dominicos de Santa Maria in Castello.

'Fray Gerundio de Campazas' transparenta el mundo de ignorancia, miseria, superstición y charlatanería que era la España de aquella época

Ya en el siglo XVIII y en España, el padre Isla satirizaría este culto supersticioso en su novela Fray Gerundio de Campazas (1758). Su protagonista, un predicador ignorante, pretende alentar entre sus oyentes la devoción por “Santa Asna”, como se refiere él al pollino de marras.

Me entero de todo esto en una de las muy eruditas notas de Miguel Figueras a su meritoria edición de Fray Gerundio publicada recientemente por la RAE (Espasa, 2023). En otra nota da cuenta Figueras de otra vieja tradición ligada a la Semana Santa, relativa esta al Domingo de Resurrección.

[Retales sobre Kafka (2)]

“Desde la Edad Media –comenta– se extendió la costumbre de que el Domingo de la Pascua de Resurrección se predicaran sermones burlescos, tolerados (o no prohibidos), amparados en la risus Paschalis, esto es, una manifestación general de alegría”.

La “risa pascual” –qué atractivo sintagma– venía a ser una especie de rebrote carnavalesco que jalonaba el final de la Cuaresma. Erasmo de Róterdam condenaba severamente esta tradición, atestiguada en la Divina Comedia de Dante, y que sobrevivió en diversas zonas de Europa hasta bien entrado el siglo XX.

Por ejemplo en Mallorca, en el Sermó de l'Enganalla que todavía se pronuncia el Domingo de Pascua en la localidad de Llucmajor, y que no hace mucho fue declarado “fiesta de interés cultural”.

En cuanto a Fray Gerundio…, es una lectura estomagante, por mucho que en su momento constituyera un éxito sensacional. Es como para no dar crédito. En uno de sus Cuadernos (el C, de 1772-1773), Lichtenberg, en Gotinga, anota que la novela ha sido traducida al inglés y se hace eco de los comentarios que la celebran como “una obra maestra del género satírico”, comparable al Quijote, dado que vendría a hacer con los malos predicadores lo mismo que Cervantes con los libros de caballería.

[El criterio del público]

Nada que ver, sin embargo. Fray Gerundio –un tedioso y repetitivo centón de casi mil páginas, repletas de latinajos y de plagios– es una auténtica catástrofe literaria. Su lectura, además, transparenta la antipática personalidad de José Francisco de Isla, un tipo indeseable, que parece encarnar la más negra leyenda sobre los jesuitas. Pero transparenta asimismo algo mucho más aleccionador: el mundo alucinante de ignorancia, miseria, bestialidad, superstición y charlatanería que era la España de aquella época, la misma que Goya representó, medio siglo después, en sus grabados y en sus pinturas.

Asomarse a ese mundo invita a algunas consideraciones nada tranquilizadoras acerca de su supervivencia en la actualidad, cuando los medios de comunicación y las redes promueven a mentecatos de igual o mayor calibre que Fray Gerundio y rebosan de imbecilidades, vilezas y disparates no menos ofensivos o risibles para la inteligencia que sus delirantes prédicas.