"Toda la veneración prodigada”, reza un viejo apunte de Canetti recogido en La provincia del hombre. El más arrogante de los escritores nunca dejó de mantener viva la veneración por quienes él consideraba sus maestros. “¡Qué es el ser humano sin la veneración!”, se exclamaba en otro apunte.

Por su parte, George Steiner, en Lecciones de los maestros, evocando la importancia que tuvo la veneración al maestro como cauce de transmisión y crecimiento del saber, calificaba nuestra época actual como “la era de la irreverencia”. Y concluía, con ese tono jeremíaco del que se fue impregnando con los años: “Somos adictos a la envidia, a la denigración, a la nivelación por abajo. Nuestros ídolos tienen que exhibir cabeza de barro”.

A Steiner lo recordaba Jordi Llovet al final de un hermoso libro publicado en catalán hace un par de años, cuya traducción al castellano está por aparecer bajo el título Los maestros (Galaxia Gutenberg). En él, Llovet rinde homenaje a la memoria de cinco de sus maestros: Miquel Batllori, José Manuel Blecua, Martí de Riquer, José María Valverde y Antoni Comas. “De los cinco –dice– aprendí no tanto muchas cosas como cosas importantes; los cinco fueron un ejemplo para mí, y no en un sentido meramente académico, sino en el sentido más amplio de lo que es una educación humanística”.

Con humor, con simpatía y afecto y, sí, con veneración (palabra tan comprometedora para algunos), Llovet traza el retrato entrañable de cinco personalidades admirables no sólo por su saber, y al rendirles tributo no puede menos que elevar, a la manera de Steiner, y aunque sea en sordina, una elegía por el acelerado deterioro de la institución universitaria, ámbito privilegiado en el que la relación de maestro y discípulo encontraba –no sólo en el marco de las humanidades– su espacio natural y también más fértil.

De los cinco maestros a los que evoca Llovet, tres –Blecua, Riquer y Valverde– reciben también el homenaje de Francisco Rico en un libro asimismo excelente que acaba de publicar Acantilado. Lleva por título un magnífico sintagma de Gianfranco Contini: Una larga lealtad, y reúne un buen número de semblanzas y notas críticas relativas a eminentes filólogos, maestros y colegas: de Ramón Menéndez Pidal a María Rosa Lida, de Marcel Bataillon a Cesare Segre, de Peter Dronke a Lázaro Carreter, y así hasta más de cuarenta. Por más que estas notas constituyan “sustancialmente un testimonio de gratitud”, su conjunto ofrece –observa el propio Rico– “un panorama, no desdeñable por más que parcial, de los estudios literarios a lo largo de un siglo”.

Los libros de Llovet y Rico acreditan el valor del intercambio y de la transmisión, de la lealtad y de la admiración e incitan al placer de la conversación y al estudio

La profundidad y agudeza del saber del autor, y sobre todo su bien decir –pues la de Rico puede que sea la más nítida y elegante prosa que se escribe actualmente en castellano, da igual el género–, amalgaman unos materiales heteróclitos, de muy diversa ocasión y envergadura (del discurso académico al delantal de prensa o la noticia necrológica), en los que destellan siempre apreciaciones originales e inteligentes, y un fino sentido de la cita y el elogio bien administrado, donde la erudición trasmuta en caballerosidad, y la ironía irradia complicidad.

Difícil imaginar dos idiosincrasias tan dispares como las de Llovet y Rico, pertenecientes uno y otro a las dos culturas lingüísticas que conviven en Barcelona, donde ellos mismos, profesores en distintas universidades, han ejercido un prolongado magisterio, del que he tenido el privilegio de nutrirme. De su mano, estos dos libros acreditan el valor del intercambio y de la transmisión, de la lealtad y de la admiración (“una de las mejores cualidades del hombre, puesto que no es un animal, es la admiración”, afirmaba Malraux), e incitan del mejor modo al placer de la conversación y al estudio.