MAIRAL. Cuando el escritor y cineasta bonaerense Edgardo Cozarinsky falleció en 2024, a los 85 años, Pedro Mairal, tan distinto y de otra generación, fue uno de los novelistas argentinos que más elogió su figura y su obra, tan singulares e inclasificables.

Sigo desde el principio a Mairal y he leído y disfrutado de su última entrega, Los nuevos (Destino), ese tríptico, un poco a lo “vidas cruzadas”, pleno de humor y de drama, de lenguaje y estructura inventivos, sobre tres adolescentes explosivos y desubicados. Y justo a continuación he leído la novela corta Prófugos (Acantilado), de Edgardo Cozarinsky.

Dando por sentada la deslumbrante calidad y continuidad de los novelistas argentinos del último siglo (y más), reimpulsada ahora por excelentes escritoras, como dijo Mairal hace poco, me ha producido una sensación extraña y positiva, no sé, la simultaneidad entre un relato plenamente contemporáneo en todo como el de Mairal y el fuerte aroma a los mejores clásicos –esta afirmación requeriría matices– de Prófugos, a mi juicio una pequeña gran obra maestra.

DESOLACIÓN. “Hay noches en que el mar se vuelve fosforescente”. Así empieza Prófugos, la crónica circular de una huida en busca de todo y de nada en concreto de un hombre en la cuarentena y en cuarentena, herido por un pasado que se va desvelando y también por contados y sucesivos encuentros con otras personas desarraigadas que –además de un padre adoptivo que añora, pero cuya actitud actual no le sirve de refugio– no le resultarán salvadoras, por la intromisión de la tragedia, pero que sí activarán –un viejo marinero japonés, una joven prostituta con sida– sus afectos, su capacidad para la generosidad, la compasión y la amistad.

En la Patagonia, entre el desierto y el mar, en escenarios de desolación y fantasmagoría, en días y noches de luz y de sombra, de calor asfixiante y también de lluvia y viento helados, viviendo al día y viajando en ómnibus, habitando en cuartuchos de hoteles o pisos miserables, trabajando en nada o en lo que sale, el protagonista culmina un viaje interior y exterior a ninguna parte, siendo su destino, tras magistral elipsis final, el regreso al origen.

'Prófugos' es la crónica circular de una huida en busca de todo y de nada. Una pequeña gran obra maestra

Con un rico lenguaje literario, pleno de pasajes e ideas introspectivas a subrayar sin descanso, y todo envuelto en una poética de fuerte y muy trabajada rima poética interna –me refiero a la repetición de emblemas–, de Prófugos emana una imaginería –y unos silencios– que nos remiten, sin orillar unas atmósferas que me han recordado a Juan Carlos Onetti, a un cine en blanco y negro que podría haber dirigido Leopoldo Torre Nilsson –con quien Cozarinsky colaboró en guiones– o, por qué no, Béla Tarr, que salió aquí a relucir el otro día a propósito de László Krasznahorkai, con cuyo pesimismo existencial, mira por dónde, también tiene que ver.

MILONGAS. Edgardo Cozarinsky, nieto de judíos ucranianos emigrados a Argentina, licenciado en Literatura y experto en Henry James y Marcel Proust, también dramaturgo y autor de libretos operísticos, publicó unas veintisiete obras literarias, dirigió veintitrés películas –entre ensayos documentales y ficciones– y escribió diecinueve guiones para otros cineastas.

Siempre fue un verso suelto entre la tradición y la vanguardia. El CCCB le dedicó en septiembre, al hilo de la salida de Prófugos, dos jornadas con debates entre importantes personalidades, proyecciones y, por supuesto, un concierto de milongas, tan queridas por él.

Tusquets ha publicado con meritoria constancia al menos seis de sus libros (Cielo sucio, Dark, Turno noche, En ausencia de guerra...), pero uno tiene la impresión (¿falsa?) de que el autor de Vudú urbano (1985) –prologado elogiosamente por Susan Sontag– no ha sido conocido y reconocido en España como merecía. Amigo de Bianco, Bioy Casares, Silvina Ocampo y Borges, dedicó a este un libro imprescindible sobre su relación con el cine.