NOBEL. A propósito del Nobel de Literatura, el húngaro László Krasznahorkai (Gyula, 1954), se ha destacado su condición de guionista del cineasta igualmente húngaro Béla Tarr (Pécs, 1955). El asunto requiere matices. Krasznahorkai no es el único nobel de literatura que ha escrito guiones de cine. William Faulkner, John Steinbeck, Samuel Beckett, Patrick Modiano, Gabriel García Márquez y Peter Handke, entre otros, también lo hicieron. Pero no llegaron a tener una relación tan estrecha, esencial y determinante como la de Krasznahorkai y Tarr: seis películas juntos.

Un caso que se le acerca es el de Harold Pinter y Joseph Losey. El dramaturgo británico escribió tres películas fundamentales para el director norteamericano: El sirviente (1963), Accidente (1967) y El mensajero (1971).

Cuando ambos tenían 30-31 años, fue Tarr –que ya había dirigido cinco largometrajes de ficción– quien buscó a Krasznahorkai para adaptar su primera novela Tango satánico (1985). El escritor se negó, pero, al tiempo, Tarr lo convenció. Ni encontraban la financiación requerida ni las autoridades comunistas húngaras aprobaban el proyecto.

No pudieron hacerla hasta 1994: Sátántangó, más de siete horas de duración, que se puede ver en Filmin –junto a otras cuatro del tándem y a otras dos anteriores y muy distintas de Tarr– dividida en tres partes.

Mientras tanto, escribieron juntos La condena (1988) –inspirada en algún pasaje de Tango satánico– y el cortometraje documental sobre Budapest El último barco (1990), basado en un cuento homónimo del escritor.

El último nobel de literatura y el cineasta húngaro han hecho juntos seis películas

Luego vendrían Armonías de Werckmeister (2000) –a partir de la novela de LK Melancolía de la resistencia–, y El hombre de Londres (2007), sobre la novela homónima de Georges Simenon y mi recomendación para iniciarse en Tarr.

Terminaron con El caballo de Turín (2011), que parte del interés de Krasznahorkai por Nietzsche, al que dedicó un texto, y que cuenta con un espléndido análisis de Ramón Andrés en Pensar y no caer (2016), publicado en Acantilado, que ha editado ocho de las diez novelas largas del nobel.

TARJETAS. El año pasado asistí, en los Encuentros de Pamplona, a la inolvidable conversación entre Béla Tarr y el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul, sin duda los dos grandes tótems del cine de autor contemporáneo, amados y odiados sin filtro.

Tarr se descolgó diciendo que él no utiliza guiones de más de cinco páginas y recomendando a los directores que no escriban un guion convencional jamás. Dijo que si una película suya tiene, un suponer, 39 escenas –caso exacto de Armonías de Werckmeister, resuelta en 39 planos marca de la casa–, él lleva al set 39 tarjetas en las que ha escrito, con el menor número de palabras posible, lo que va a filmar a continuación.

Por ejemplo, dijo: “Él se metió en la cama”. Y a partir de ahí se plantea y ejecuta la filmación con uno de sus planos infinitos, fijos o/y con lentísimos movimientos de cámara y bellísimos reencuadres, prodigio del manejo del espacio y del tiempo. Y del blanco y negro. Entonces, ¿qué diablos escriben Krasznahorkai y él?

FILOSOFÍA. En una entrevista con LK publicada por James Hopkin en la revista Transcript, el autodefinido como melancólico y reputado de apocalíptico Krasznahorkai afirmó que las películas –en general– son demasiado blandas, no tienen poder contra lo brutal y lo malo y no logran separarse de la historia que narran.

Dijo también que nunca le ha gustado el mundo del cine ni hacer películas, que no es guionista y que juzga innecesario que sus novelas se adapten a la pantalla.

¿Qué ha hecho, pues, con Tarr, que tiene la “manía” de adaptar sus libros? Trata de entender por qué Tarr quiere contar esa historia y qué tipo de película quiere hacer. Y luego se pregunta cómo puede ayudarle. Para ello, dijo, durante días y noches, perfila el “trasfondo filosófico” del filme. Ese es su método de colaboración.