Nick Lowe junto a Los Straitjackets. Foto: Bobby Fisher

Nick Lowe junto a Los Straitjackets. Foto: Bobby Fisher

Música

Nick Lowe, la sobriedad inglesa del rock: "Creo en las canciones sencillas con una buena melodía"

El músico regresa a Madrid a sus 76 años para repasar una trayectoria donde se combinan los ritmos más eléctricos, las baladas de 'crooner' y el 'pub rock'.

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Nick Lowe es un músico afable, de sempiterna sonrisa y melodías que, canten sobre lo que canten, juegan con un sarcasmo más inglés que la moqueta en el baño.

Pero también es un señor de 76 años (Walton-on-Thames, 1949) que lleva casi seis décadas tocando en bares, en salas, en algún que otro estadio y que, con esa edad, concibe una entrevista como una charla de té y brasero.

Por eso, atiende desde su casa de Londres con la pantalla en negro y un tono de voz bajo, como si estuviera en el sofá de enfrente. Al intentar solucionar lo de la cámara, sin éxito, espeta: “¿Acaso hace falta que nos veamos la cara?”. No, en realidad basta con disponer de más de media hora para hablar de sus canciones, sus letras o incluso sus impresiones acerca del público en cada país.

Animado por esta cuestión, alaba a los seguidores españoles, a los irlandeses y a los escoceses. Se mete con los de su propio país (ya saben, eso de profetas en tierra ajena) y zanja que, en cualquier caso, pasa la mitad de su vida en Estados Unidos, así que tampoco puede valorar demasiado.

De lo que sí puede opinar es de ese medio siglo como miembro de distintas bandas y como solista. De lo que significa ser una figura clave del pub rock o ser el padrino involuntario de la new wave. Incluso de lo que supone producir a cantantes como Elvis Costello.

Con un repertorio cargado de elegancia, humor y ternura diseminados en decenas de discos e himnos de baile compartido como Cruel to Be Kind, Lowe visita Madrid este jueves 13 de noviembre junto a Los Straitjackets, con quienes publicó el año pasado el disco Indoor Safari.

No sin antes volver a hacer gala de la edad y preguntar: “¿Oye, y sabes en qué sala actuamos? Recuerdo que una vez lo hicimos en una que era un viejo teatro. ¡Era preciosa!”.

En esta ocasión no será la Joy Eslava, a la que se refiere, sino en la Wagon, inaugurada hace unos meses en la estación de Chamartín.

Pregunta. Ha pasado usted de un rock más impetuoso a un sonido más sobrio y delicado. ¿Ha sido una decisión deliberada o algo natural?

Respuesta. Creo que fue deliberado. A mediados de los ochenta empecé a darme cuenta de que mi carrera como popstar se había terminado. Veía que el público se estaba cansando de eso, y yo también. Estaba haciendo todas las cosas cliché: bebiendo demasiado, tomando demasiadas drogas... Así que decidí parar y pensar en cómo reinventarme. Aproveché el hecho de que me estaba haciendo mayor. En aquellos días no había muchos popstars viejos: con 40 años ya eras un fósil, incluso con 30. Pensé: si logro escribir canciones que aprovechen que me estoy haciendo mayor, y las hago bien, los jóvenes lo entenderán.

P. ¿Y lo entendieron?

R. Sí, aunque sobre todo en América. Allí comprendieron lo que estaba haciendo. En Inglaterra puedo tocar en Londres y tener un público fiel, mucha gente que me sigue desde hace décadas —Dios les bendiga—, pero fuera de Londres cuesta más. En Escocia e Irlanda todo va bien, pero en Inglaterra, si no estás en la televisión, la gente cree que ya no existes (risas).

P. Decía que quería un público de distintas edades, como Johnny Cash.

R. Exacto. No quería tocar solo para gente de mi edad. Me gusta tener delante un público con veinteañeros, treintañeros, cuarentones… Eso es lo que tenía Johnny Cash, y pensé: eso quiero yo.

Nick Lowe junto a Los Straitjackets. Foto: Bobby Fisher

Nick Lowe junto a Los Straitjackets. Foto: Bobby Fisher

P. Muchos artistas no cambian porque temen decepcionar a su público. Usted, en cambio, parece disfrutar el riesgo.

R. Siempre me ha gustado la música muy directa, fácil de entender, con letras claras y buenas melodías. Eso nunca pasa de moda. La moda va y viene, pero el estilo permanece. Hubo épocas en las que lo que hacía no estaba de moda, pero nunca me importó.

P. ¿Siente nostalgia cuando interpreta sus viejas canciones?

R. No lo sé. Hago muchas de mis canciones antiguas, las buenas, porque siguen siendo buenas. No pasan de moda. Puedo hacerlas de distintas maneras. A veces el público mayor reacciona con nostalgia, pero los jóvenes las disfrutan sin saber siquiera de cuándo son. Solo piensan: “Esto suena cool”. Y mis canciones nuevas son como las viejas, solo que mejores. Escribo mejor ahora. Suenan parecidas porque tienen los mismos ingredientes: un poco de rock and roll, un poco de country, algo de pop. Es mi receta.

P. Su nombre está ligado al término pub rock. ¿Qué piensa hoy de esa etiqueta?

R. Bueno, el término acabó convirtiéndose en algo un poco sucio, una forma de decir que era música de bar, simple y sudorosa. Pero cuando empezó, fue fantástico. Dr. Feelgood lo llevó a otro nivel, y luego mucha gente intentó copiarlos. El problema fue que la mayoría de esas bandas eran terribles. Pero al principio la ambición era libre: no costaba dinero entrar a los pubs, las bandas tocaban cada semana, el público era variado. Fue un momento muy sexy y sociable.

P. ¿Cómo vivió usted aquella escena?

R. Fue genial. Con mi banda vivíamos juntos en una casa barata, ensayábamos cuando queríamos y tocábamos en pubs cada semana. Aprendíamos tres o cuatro canciones nuevas cada vez. Era como ir a la universidad: probábamos de todo, rock and roll, rock progresivo, temas propios. Fue una época de aprendizaje constante.

P. Su hijo también es músico. ¿Cómo ve la escena actual comparada con aquella?

R. Me siento un poco apenado por los músicos jóvenes, porque ya no hay una escena así. Es más difícil aprender a tocar, a trabajar. Todo es más individual. Pero al mismo tiempo, hay mucha música buena. Gracias a mi hijo escucho cosas nuevas todo el tiempo. Me encantan Geese, con ese chico, Cameron Winter, de líder. También Mac DeMarco, y un tipo sueco llamado Viagra Boys, o algo así (risas).

"Cuando empiezo una canción, tengo que escuchar, como si ya estuviera escrita. Entro en una especie de trance que puede durar semanas"

P. ¿Le sorprende la calidad técnica de estos jóvenes?

R. Sí, muchísimo. Son muy buenos. Antes ser un gran instrumentista estaba un poco mal visto, parecía como algo muy cuadriculado. Pero ahora los jóvenes quieren ser buenos, dominar su instrumento. Y tienen acceso a toda la historia de la música en Internet. Pueden escuchar cualquier canción rara de R&B o rockabilly con solo un clic. Esa información se nota en cómo tocan.

P. Sus letras siempre han tenido humor, ironía y ternura. ¿Cómo las escribe?

R. Es muy misterioso. No es algo que pueda encenderse o apagarse: está ahí, todo el tiempo. Cuando empiezo una canción, tengo que escuchar, como si ya estuviera escrita. Muchos compositores dicen eso. Entro en una especie de trance que puede durar semanas. Lo bueno de este trabajo es que puedo escribir en cualquier momento: conduciendo, comprando, donde sea.

P. ¿Y qué busca en una letra?

R. Me gusta que suene natural, que no parezca pensada en exceso. A veces una mala rima o una letra tonta pueden funcionar. Me gusta jugar con eso. Por ejemplo, si escribo una canción triste, a veces la pongo en una melodía alegre. Eso produce un efecto extraño, más triste aún. O al revés: una letra triste con un toque de humor. Porque eso también puede conmover más.

P. ¿Cuánto hay de autobiográfico en sus canciones?

R. Muy poco. No me interesa contar mi diario. Escribo sobre personajes, aunque claro que uso lo que sé: sé lo que es estar triste, ser feliz, tratar mal a alguien o que le traten mal a uno. He vivido todo eso, como cualquiera. Pero no necesariamente escribo sobre mí.

P. Después de tantos años, ¿qué le mantiene en marcha?

R. Lo amo. Me sigue resultando fascinante estar sobre el escenario, ver las caras del público, jóvenes y mayores, cantando mis canciones. A veces pienso: “¿Cómo demonios conocen esto?” (Risas). Y, además, tengo la suerte de trabajar con gente a la que quiero mucho. Lo único que odio son los aeropuertos. Es lo que más me empuja a parar. Pero ya sabe lo que dicen: no le pagan a uno por tocar, sino por esperar los vuelos.