CÓMICOS. “Yo nací –¡respetadme!– con el cine”. Estas palabras de Rafael Alberti han quedado como la radical declaración de principios del reconocimiento y la adhesión del poeta a la importancia del cinematógrafo. Por extensión, expresan la vinculación de la Generación del 27 al nuevo arte del siglo XX, especialmente, y con Alberti, de Federico García Lorca y Luis Cernuda.

Pensaba en ello al escribir aquí sobre Charles Chaplin, al poco de darse a conocer, en líneas generales, los planes del ministerio de Cultura para celebrar en 2027 el centenario del grupo poético. El cine, que no aparecía expresamente aludido, habrá de tener, cabe pensar, su cuota de protagonismo.

Alberti publicó en 1929, en La Gaceta Literaria, su poemario Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, título sugerido por José Bergamín, figura “fantasma” del 27, a partir de una cita de La hija del aire, de Calderón de la Barca.

En ese poemario, especialmente dedicado a personalidades del cine cómico estadounidense –Laurel y Hardy, Chaplin, Langdon, Lloyd, Turpin...–, se encuentra el juguetón, divertido y vanguardista poema Buster Keaton busca por el bosque a su novia que es una verdadera vaca. La inspiración de este poema le vino a Alberti de la película El rey de los cowboys (1925), interpretada y dirigida por Keaton.

VANGUARDIAS. La programación cinematográfica de la Residencia de Estudiantes, la mencionada revista La Gaceta Literaria y las sesiones del pionero Cineclub Español de Madrid fueron los principales núcleos centrípetos y centrífugos que motivaron no solo el interés, sino también la implicación activa en el cine y la influencia de las películas en los poetas del 27.

La Residencia de Estudiantes, La Gaceta Literaria y el Cineclub Español fueron núcleos de difusión del cinematógrafo

Bajo las sugestiones de Ramón Gómez de la Serna y el impulso incondicional de los aglutinadores y entusiastas Luis Buñuel –codirector del cineclub– y Ernesto Giménez Caballero, fundador y responsable tanto de la revista como del cineclub, que una vez al mes proyectaba un documental, una película de repertorio y una de vanguardia, con sus presentaciones y coloquios, a veces accidentados por el rechazo que producían en parte del público los rasgos narrativos o morales novedosos de la programación.

Por más que las polémicas entre partidarios de Chaplin y partidarios de Keaton fueran encarnizado plato fuerte, los cinéfilos de la Generación del 27 se interesaron mucho por la vanguardia soviética (S. M. Eisenstein), el expresionismo alemán (Fritz Lang) o el impresionismo francés (René Clair), también por directores llamados a perdurar como clásicos como Alberto Cavalcanti, Jean Epstein o Erich von Stroheim y por estrellas como Mae West o Greta Garbo.

Si a la Generación del 98 el cine le pilló de sopetón y lo rechazó o le resultó indiferente (salvo al tardío Azorín y, con contradicciones como siempre, a Pío Baroja), la Generación del 27, tres décadas de evolución mediante, vio con claridad las enormes posibilidades creativas del cinematógrafo, las disfrutó abiertamente y tomó de él algunos de sus recursos expresivos. Francisco Ayala publicó en 1929 Indagación del cinema, una de las primeras aportaciones a la reflexión sobre el cine.

RASTROS. Agustín Sánchez Vidal, Juan Manuel Bonet y Rafael Utrera Macías han estudiado, entre otros, las relaciones entre los poetas del 27 y el cine. El libro más completo sobre el asunto sigue siendo Proyector de luna (Anagrama, 1999), de Román Gubern.

Los especialistas no han encontrado las huellas del cine en Dámaso Alonso. Algunos señalan que hay rastros, no demasiado acusados, en la poesía de Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y Pedro Salinas.

Utrera ha pormenorizado la cinefilia constante de Cernuda, quien dijo: “Campo de los nuevos héroes: la pantalla”. El cine y su afición por él están en Lorca– que llegó a escribir un guion, Viaje a la luna– por todas partes, principalmente en la imaginería de Poeta en Nueva York (1940).