FUSILADOS. Apenas un mes separó, hace cuarenta años, las muertes de dos amigos de toda la vida, el cineasta aragonés Luis Buñuel y el escritor madrileño, de fuerte raíz andaluza, José Bergamín, dos personalidades muy distintas acaso igualadas por su pertenencia a la misma generación, por sus exilios, por su propensión a las contradicciones y por su disímil veta católica. Buñuel certificó en Mi último suspiro (1982) que era "ateo, gracias a Dios", y Bergamín dijo ser "creyente, gracias al Diablo". La paradójica y mil veces repetida frase buñueliana no es una invención del director, sino de un personaje de una obra del sainetista Carlos Arniches, suegro de Bergamín al estar este casado con su hija Rosario. ¿Le sopló Bergamín la máxima a su amigo? Bergamín gustaba de definirse a sí mismo como un fantasma –y como un esqueleto que ríe–, y Buñuel lo hizo fusilar por los franceses gritando "¡vivan las cadenas!" en el goyesco comienzo de su penúltima película, El fantasma de la libertad (1974). Bergamín figuraba ser un sacerdote y Buñuel, eso sí, era un monje también fusilado ante el pelotón gabacho junto al productor Serge Silberman, y a un amigo común, el doctor José Luis Barros.

PELÍCULA. El año pasado (me) pasó desapercibido un libro de Athenaica, Los ángeles exterminados. Con un extenso y muy interesante prólogo del artista y curador Pedro G. Romero, el libro es una transcripción de las escenas y diálogos que José Bergamín escribió para "su" película homónima, dirigida en 1968 por Michel Mitrani, interpretada por Paco Rabal, María Cuadra y José María Flotats, entre otros, y producida por la ORTF francesa. No es fácil de ver. Se trata de una especie inclasificable de poema–ensayo–reportaje dramatizado en el que una carreta de cómicos recorre España y se encuentra con toreros –Dominguín, por ejemplo–, curas, monjas, militares y tipos populares. Es un viaje en busca de la esencia –¿perdida?– del pueblo español que, para Bergamín, era una síntesis de la picaresca, el misticismo, la resistencia numantina, el quijotismo y el sanchopanzismo, la violencia, la muerte vivida como farsa y como tragedia…Siguiendo su temprano conocimiento y afición por el Barroco, sobre todo, Bergamín hilvana en los diálogos –según esclarecen las notas del editor, Max Hidalgo Nácher– citas textuales de Lope, Cervantes, Quevedo, Fernando de Rojas, Manrique, Santa Teresa y tantos más –también de Machado y Hernández–, todo ello mezclado con canciones, cuadros y poemas. El primero de todos los poemas escuchados es del propio Bergamín y termina así: "…Me gusta el fuego y la ceniza./ Me gusta el humo./ Alas de ángel exterminador".

Apenas un mes separó, hace cuarenta años, las muertes de Bergamín y Buñuel, amigos de toda la vida

APOCALIPSIS. Algunos conocerán la historia en torno al título de El ángel exterminador (1962), la película de Luis Buñuel sobre los burgueses que no pueden abandonar la mansión en la que acaban de cenar. La película que habían escrito Luis Alcoriza y él se iba a llamar Los náufragos de la calle Providencia, pero el título les parecía demasiado largo y literario. Rodando Viridiana en Madrid, en un encuentro con Bergamín, el escritor le dijo que se proponía escribir una obra teatral titulada El ángel exterminador. A Buñuel le entusiasmó el título y, más tarde, le pidió por carta que le cediera los derechos. Bergamín le contestó que no era de su propiedad, ya que se trataba de un personaje del Apocalipsis y que, por tanto, podía disponer de él. Hay versiones que dicen que Bergamín se lo vendió por una peseta. Sin embargo, por una carta de Bergamín a Buñuel, sabemos que, en efecto, el poeta se lo "regaló" después de que Buñuel le hubiera ofrecido –¿era una broma?– trescientos dólares. En un quiebro hacia lo contrario muy de Bergamín, el autor de El arte de birlibirloque transformó el ángel exterminador en los ángeles exterminados: el ya inexistente pueblo español.