Cuatro. Entre 1958 y 1963, Alfred Hitchcock dirigió consecutivamente cuatro películas prodigiosas, representativas de esa cualidad tan difícil de lograr, preconizada y conseguida por Stanley Kubrick: su integración en la cultura popular merced a la entusiasta acogida del público masivo y su plena inserción en el cine reconocido como de alta exigencia artística. Esas películas fueron Vértigo (1958), Con la muerte en los talones (1959), Psicosis (1960) y Los pájaros (1963).

En las fechas de su estreno, Vértigo rehuyó esa doble condición: los espectadores la desdeñaron y muchos críticos le pusieron agrias objeciones. Vértigo estuvo fuera del alcance del público hasta su reestreno, muerto ya el director, en 1983. Y ahí comenzó una fascinación que no cesa y que los numerosos críticos convocados por la revista Sight and Sound corroboraron distinguiéndola en sus votaciones, entre 2002 y 2022, como la mejor película de la historia del cine.

¿Podemos creer que Vértigo no obtuviera ningún Óscar y que solo estuviera nominada a dos (dirección artística y sonido) en el año de su realización? Hasta al mismísimo François Truffaut, que no dudó en elogiar aspectos concretos de la película, se le percibe una cierta carencia de entusiasmo rotundo cuando interroga al director sobre Vértigo en su libro El cine según Hitchcock (1967).

Arias Maldonado ha escrito un “libro total”, con una visión poliédrica y omnicomprensiva

Crimen, intriga, pasión romántica y tragedia, en una atmósfera cuasionírica, se congregan en la historia de un exdetective de San Francisco con miedo a las alturas (Scottie, James Stewart) que pierde a las dos mujeres, idénticas de rostro y figura, de las que sucesivamente se enamora: la elegante Madeleine (Kim Novak), a la que vigila por encargo de su esposo, y la vulgar Judy (Kim Novak, también), con quien se topa tras la muerte de la primera.

Novela. Quienes han visto Vértigo ya saben qué une a ambas mujeres: no lo desvelo aquí (por si acaso) ni entro en el análisis de una película cuya textura de significados y emociones es inagotable, resiste a repetidos visionados y ni siquiera se resiente de la lectura previa de la absorbente De entre los muertos (1954), de la dupla de escritores de novela policíaca que firmó parte de sus libros como Boileau-Narcejac.

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Hitchcock hizo numerosos cambios en el relato de los franceses, siendo el principal la revelación al espectador (pero no a Scottie), a mitad de función (un decir), de la verdadera identidad de Judy. Lo que quiero aquí es reseñar la aparición de Ficción fatal. Ensayo sobre ‘Vertigo’ (Taurus), del politólogo Manuel Arias Maldonado, que viene acreditando su entregada y documentada cinefilia en su blog “Rancho Notorious”, publicado en The Objective.

Total. Casi cuarenta años después del fundacional Vértigo y pasión (1998), del filósofo y también consumado cinéfilo Eugenio Trías, un esclarecedor ensayo de urdimbre literaria e interpretativa, Arias Maldonado –que nombra la película por su título en inglés, sin tilde– ha escrito una suerte de “libro total” sobre Vértigo, pues conjuga las miradas del historiador de cine, el periodista de investigación, el crítico y, por supuesto, el ensayista que especula e interpreta.

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Para esta visión poliédrica y omnicomprensiva, Arias Maldonado ha manejado y cita una amplísima bibliografía, afrontando y confrontándose con la crítica académica y, muy especialmente, con la durísima crítica feminista –que no es unánime– hacia la película y hacia Hitchcock (y hacia todo el cine de Hollywood), iniciada primordialmente por Laura Mulvey, sirviéndose del psicoanálisis, en 1975.

Arias Maldonado logra dar fluidez, amenidad y máximo interés a un discurso que transcurre por diferentes registros, que van, como he sugerido, desde la minuciosa información sobre todos y cada uno de los elementos, pasajes y artífices de la creación hitchcockiana hasta la especulación argumentada que exprime todos los recovecos argumentales y temáticos que la película reúne.

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No olvida tampoco los antecedentes, consecuentes y contextos de una película cuyo larguísimo alcance y magisterio sigue impregnando el cine del siglo XXI –pensemos en David Lynch y Mulholland Drive (2001)–, pues su belleza y su misterio sobreviven al tiempo, a sus apologistas y a sus detractores.