Image: El peor de los dragones

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Poesía

El peor de los dragones

Juan Eduardo Cirlot

11 noviembre, 2016 01:00

Cirlot, en su despacho de la editorial Gustavo Gili, en 1969.

Edición de Elena Medel. Siruela. Madrid, 2016. 268 páginas, 12€

Juan Eduardo Cirlot nació en Barcelona en 1916 (murió en esa misma ciudad en 1973) y se cumple, por tanto, este año el centenario y esta antología se une a la celebración a otras dos publicaciones importantes, la de Nebiros (Siruela), novela escrita en 1950, rechazada por la censura e inédita hasta ahora, y a la biografía que le ha dedicado Antonio Rivero Taravillo, Ser y no ser de un poeta único (Fundación José Manuel Lara). Tres buenas no, buenísimas noticias y, aunque sea un tópico ha de decirse, una llamada a volver a su obra y a replantear su lugar en la literatura contemporánea y es que, como recuerda Elena Medel en el prólogo, su poesía está excluida del canon, por no decir que en el desván del olvido.

Cirlot no estuvo ligado a grupos ni a las poéticas dominantes de su tiempo, su poesía no fue ni garcilasista, ni social, postista, ni asimilable a la que practicaron los poetas de la generación del medio siglo, por mucho que tuviera relación y reconocimiento de algunos de los participantes en tales estéticas. Así, su obra se desarrolla en los márgenes de lo usual, de lo reconocible por crítica y lectores y resulta por ello extraña, no asimilable.

Si hizo suyo mucho del surrealismo en un primer momento, tampoco siguió su ortodoxia, y su escritura fue creando un mundo propio, hecho entre otros ingredientes de vanguardia, simbolismo, gnosticismo, esoterismo, religiones y mitologías diversas, asuntos estos de los que fue un apasionado y un estudioso. Todos ellos, aventuras estéticas y no, que apuntan a un cierto modo de conocimiento, a una exploración que habrá de ser transcendente y reveladora, a sacar a la luz lo oculto, una realidad, una verdad que están más allá de la realidad y verdad comunes. "Debajo de debajo de lo que / Escrito entre las olas" escribiría en un poema cuyos versos se presentan a modo de aforismos y están diciendo bien la conciencia de que tras lo visible, lo cognoscible, hay un algo más. En 1967, construido ya su ideario poético, diría: "mi poesía es un esfuerzo por encontrar el umbral de la ultrarrealidad".

Un algo más, esa ultrarrealidad, que se cifra también en lo escrito, bajo las palabras, que sería sin más aquello a lo que los símbolos señalan, pero que en el caso de la poesía de Cirlot encuentra una singular manera de indicarlo en lo que es su expresión más radical, los poemas compuestos a base nada más que de variaciones con las letras de Bronwyn: "Yrb / row / nwb", por ejemplo. Esa escritura extrema le acerca al letrismo y a la poesía concreta, como también a las operaciones cabalísticas con el texto sagrado. También habla de la invención de una lengua que sería en último término una (re)invención del lenguaje en un gesto adánico.

Pero la poesía de Cirlot es mucho más. Sonetos, poemas en prosa, aforismos, su gusto por las estructuras de repetición (anáforas, aliteraciones, etcétera), endecasílabos, alejandrinos, las más variadas formas, todo puesto al servicio de la construcción de una mitología, hecha de las tradicionales, y cuya figura central es la mujer, "la Doncella" presente ya en 1943, que será Brownyn pasando por Susan Lenox, la Siduri de Gilgamesh y otras figuras femeninas: la mujer que da vida y da muerte en un renacer cíclico. Una mujer en la que se proyectan Eva, Ofelia, y otras figuras femeninas.

En El peor de los dragones Elena Medel ofrece, además de un prólogo oportuno, una selección cabal de la diversidad de una obra extensa y compleja e invita a emprender la aventura cirlotiana, una aventura del conocimiento.