Image: El talento de los demás

Image: El talento de los demás

Novela

El talento de los demás

Alberto Olmos

11 octubre, 2007 02:00

Foto: María García Abril

Lengua de Trapo. Madrid, 2007. 320 páginas, 20’90 euros

Lo primero que llama la atención en El talento de los demás es la complejidad de su construcción y la notable inventiva de su prosa, rasgos poco frecuentes en un novelista joven. Se advierte un salto notable, una rápida maduración desde sus primeras obras hasta la maestría narrativa acreditada en estas páginas, que contienen con plenitud casi todos los ingredientes necesarios para ser un novelista destacado. La obra se presenta como la yuxtaposición de tres narraciones referidas a un mismo personaje. La primera, titulada "El talento de Mario Sut", es un relato homodiegético acerca de la frustrada carrera de niño prodigio de un prometedor violinista; la segunda, "El talento de los demás", nos sumerge en un vértigo de personajes diversos cuyas confesiones fragmentarias se suceden, también en primera persona, y obligan al lector a identificar en cada aparición las diferentes voces de acuerdo con sus obsesiones, su estilo verbal o los motivos que reiteran, procedimiento de estirpe vagamente faulkneriana repetido en multitud de obras y que sirve de técnica caracterizadora -por citar dos casos dispares- para retratar a los enfermos de Pabellón de reposo, de Cela, y a las monjas de El corazón inmóvil, de Luciano G. Egido. En el caso de Olmos, se trata de un friso de personajes frustrados -incluido el mencionado Mario Sut, ya ex violinista-, todos ellos aspirantes a desempeñar actividades creativas (cine, poesía, novela, pintura...) pero reducidos a una precaria subsistencia o sepultados en empleos menores, como la venta de artículos comerciales por teléfono. La tercera parte, "Un final para Mario Sut", emplea la segunda persona narrativa ("Te has despertado dos veces en el mismo minuto...") para relatar en un discurso continuo, como un monólogo sin pausas, cómo Mario Sut y otras personas compiten -manifestando indirectamente, una vez más, la visión de la vida como una competencia despiadada- en un experimento médico sobre la capacidad de resistencia al sueño.

En El talento de los demás todos quieren triunfar, pero ninguno lo hace. Incluso la obra, merced a una atrevida pirueta, es el producto de dos frustraciones. En la parte central, ya desaparecido Mario Sut de su trabajo, Olga Tere confiesa en su monólogo (p. 212) que Alberto, un amigo común autor de once novelas inéditas, ha decidido emprender la redacción de otra titulada El talento de Mario Sut -que es, recuérdese, el primero de los tres relatos del libro-, y más tarde, otro amigo del grupo, Martín, también escritor desconocido, lee la obra de Alberto y anuncia su propósito de escribir sobre Mario Sut "desde fuera, considerando que Alberto Zafra lo había hecho desde dentro [como sucede, en efecto, en el relato homodiegético inicial] y poniendo además demasiado de su dentro en el interior de Mario. Martín iba a ponernos a todos en su libro" (p. 221). Esa visión "desde fuera" es la que corresponde al tercer relato, con su segunda persona narrativa y distanciadora. La cuidadosa composición de la obra, el juego con las voces narrativas y los monólogos, el uso de una eficaz arquitectura metanarrativa, la concepción misma del relato como resultado de perspectivas diversas y complementarias, son recursos que el autor maneja con inobjetable habilidad y que proporcionan a la novela una infrecuente solidez, aunque en la segunda parte y en la tercera hubieran convenido algunas podas para evitar reiteraciones innecesarias. La brillantez compositiva está muy por encima del sentido último de la historia narrada, que se trivializa y se diluye un tanto en beneficio de la forma poderosa que lo transmite. No hay duda de que el autor acabará encontrando el equilibrio necesario en obras futuras. Nos encontramos ante un buen escritor, al que sólo cabría reprocharle algunos rechazables tics de moda, como el uso exclusivo y de tufillo anglosajón del adverbio básicamente, que desplaza por completo a formas patrimoniales, como "sobre todo", "especialmente", "en esencia", etc. ("escribir es básicamente rellenar", p. 207; otros casos en pp. 82, 99, 124, etc.). Y hay algunas acuñaciones poco recomendables ("tema" por "asunto", p. 76; "opción" por "posibilidad", p. 242) o rechazables ("un cierto aura", p. 94). Nada que un buen escritor no pueda remediar.

Tres cuestiones para Alberto Olmos

l ¿Ha sufrido una ‘crisis' de talento como la de su personaje Mario Sut?

- Creo que la estoy pasando en este momento. Lo que he volcado en Sut es la presión que ejercen sobre ti los demás, en concreto la de esa irritante seguridad que tienen de que tú vas a ser brillante para siempre.

l ¿En el escritor hay un destino literario o un cúmulo de casualidades?

- Los escritores vocacionales son paranoicos y egomaníacos que acaban imponiendo su obra a algún editor. No hay nada casual.

l ¿Cómo enfrenta la posibilidad del fracaso, tan presente en su novela?

Yo ya no puedo fracasar. Nada en mi entorno anunciaba que pudiera ser escritor; ni casi que pudiera evadir un trabajo menestral. He publicado cuatro libros: me doy por satisfecho. Ahora sólo puedo aburrirme.