Novela

El atentado

Yasmina Khadra

27 julio, 2006 02:00

Yasmina Khadra. Foto: Kote

Traducción de W. C. Lozano. Alianza, 2006. 220 págs, 16 e.

Mohamed Moulessehoul, ex comandante del ejército argelino, comenzó su carrera literaria con seudónimo femenino. Sus novelas se caracterizan por un estilo fluido y una honda comprensión de la psicología humana. Alabado por Coetzee, Yasmina Khadra es un narrador estimulante y perspicaz, que ha utilizado la ficción para explorar las tensiones que afligen al Magreb y a Oriente Próximo. Su perspectiva nos revela la pluralidad social e intelectual de unas regiones que, desde Europa y Estados Unidos, han quedado reducidas a una falsa polaridad entre el fundamentalismo y la represión institucional. Yasmina Khadra encarna el sufrimiento de una generación desplazada por el extremismo.

El atentado es una extraordinaria novela sobre el conflicto entre el pueblo palestino y el Estado de Israel. Amín es un árabe con ciudadanía israelí, que trabaja como cirujano en un hospital de Tel Aviv. Perfectamente asimilado, su rutina se derrumba cuando descubre que su mujer se ha inmolado en un atentado suicida. Incapaz de comprenderlo, viajará a Belén y Yenín para averiguar los motivos que han transformado a Sihem, una mujer moderna y sin grandes convicciones religiosas ni políticas, en una integrista. El rechazo de sus antiguos compañeros de hospital no le resultará tan doloroso como descubrir el fracaso de su matrimonio. Sihem ha muerto, pero ya no es su esposa, sino una desconocida. Comprender que no ha existido infidelidad aliviará su dolor, pero no su desconcierto.

El sufrimiento del pueblo judío no justifica el muro de Cisjordania. El muro sólo define los límites de otro gueto. Es un error histórico, una traición al espíritu tolerante de la cultura judía. Amín será testigo de las represalias del Ejército israelí, que destruye la casa de sus abuelos por sus lazos de parentesco con un terrorista suicida. Comprende que se ha alejado de sus raíces, que ha perdido su identidad, pero su respeto por la vida le impide aprobar la violencia. Su aprecio a la condición humana le prohíbe cualquier clase de connivencia con el terrorismo. Los palestinos han sido humillados, los judíos han sufrido innumerables afrentas en el pasado, pero recurrir a la violencia sólo añade más dolor, más incomprensión. El ammu, la autoestima que nos permite sostener la mirada ante el espejo, no puede surgir del odio. Los jóvenes soldados israelíes o los niños palestinos desconocen qué es la alegría. Son una generación perdida, desperdiciada.

Khadra es un narrador brillante, que empuja al lector página tras página, excitando su deseo de comprender y conocer. Su retrato de Tel Aviv, Belén y la maltratada Yenín es dramático, convincente y a veces insoportable. La vida parece ausente de Yenín. La muerte circula por las calles y no hay futuro para sus habitantes. Khadra no disimula sus creencias religiosas, pero el Dios que invoca no es el de los integristas ni el de los que sacralizan el Estado. Ambos niegan el valor del individuo. La verdadera fe consiste en "saber devolver lo que Dios nos presta. Nada en la tierra nos pertenece realmente".

El atentado es más esclarecedor que cualquier ensayo. Israel y los fundamentalistas islámicos son "el instrumento de sus propias frustraciones" y la paz no se impondrá hasta que el respeto a la vida sustituya a la cultura del martirio y a la doctrina de la seguridad nacional, simple disfraz del terrorismo de Estado.