Image: El vuelo de la reina

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Novela

El vuelo de la reina

Tomás Eloy Martínez

24 abril, 2002 02:00

Tomás Eloy Martínez. Foto: Gonzalo Martínez

Premio Alfaguara. Alfaguara. Madrid, 2002. 297 páginas, 17’95 euros

El jurado del premio Alfaguara 2002 jugó sobre seguro al premiar al argentino Tomás Eloy Martínez, autor de dos novelas de éxito, La novela de Perón (1985) y Santa Evita (1995) y relatos como Lugar común la muerte y La pasión según Trelew

Colaborador de "La Nación", "El País", y del "New York Times", vive en los EE.UU., donde dirige el Programa de Estudios Latinoamericanos en la Rutgers University (New Jersey). El vuelo de la reina es la novela de un personaje que invade el conjunto del relato, el director de un periódico en una Argentina que se desmorona, como advertiremos que le ocurre al protagonista. Se trata, en el excelente comienzo, del análisis del poder casi omnímodo ejercido mediante la información. Pero el protagonista, convertido en un voyeur, espía por la ventana con un telescopio a una mujer.

Sus traumas psicológicos desplazarán el factor socio-político hacia el análisis de una pasión que desembocará en la locura, el asesinato y la decadencia. El propósito fundamental se dispersa en otras direcciones: la identidad; la búsqueda de unos orígenes; el desprecio a la mujer; la corrupción; la visión pesimista de un país acosado por la pobreza. Descubriremos en la ambiciosa novela rasgos borgeanos: el doble, Buenos Aires como laberinto, los paralelismos, la ruptura de tiempos. Todo ello, tras el suicidio de un ex presidente de la República, aquél que había visto a Cristo en su jardín, se había recluido en un monasterio en la Pampa y habría justificado así el reportaje de Reina, la joven reportera, y la casi inmediata relación con su director.

Cabe afirmar, pues, que El vuelo de la reina es una novela de protagonista. El brillante director del periódico actúa como si los medios de comunicación fueran tan independientes como todopoderosos. Camargo resulta un excelente retrato en el que se combina el amor a la profesión con los rasgos de una personalidad maníaca, que llegará a la violencia con su amante, a ignorar a su mujer y a su familia hasta el punto de no acudir siquiera al entierro de su hija. La llamada del "cuarto poder" resulta superior a cualquier sentimiento y coincide con su obsesión paranoica hacia Reina, la reportera a la que dobla en edad. La novela se va convirtiendo, a la vez, en una indagación sobre el amor. Pero hay quizá excesivos personajes contenidos en Camargo y múltiples formas de amor en los tres años que dura la relación.

Dada la naturaleza del personaje, éste resultará incapaz de superar el desdén. Urdirá una compleja y poco verosímil venganza, desde la atalaya de voyeur, de naturaleza sexual y, no satisfecho con ella, acabará asesinándola.

El ritmo narrativo es trepidante, casi al filo del best-seller policíaco. El novelista describe un mundo corrompido. Poder, riquezas, perversiones, políticos corruptos y periodistas que no les desmerecen en la lucha por una información exclusiva, convierten la novela en un artefacto llamativo. Sin embargo, pueden también advertirse con facilidad los costurones de la construcción. La trama finaliza con Camargo en una silla de ruedas atendido por su mujer, de la que se había divorciado, en una consideración sobre la novela que desearía escribir: "Una reflexión de Deleuze dice allí que la sustancia de toda novela, desde Chrétien de Troyes a Beckett, es un antihéroe: un ser absurdo, extraño y desorientado, que no cesa de errar de acá para allá, sordo y ciego. Para él, una novela es una abeja reina que vuela hacia las alturas, a ciegas [...]. Volar hacia el vacío es su único único orgullo, y su condena".

El vuelo de la reina tiende a transmitirnos los datos de la realidad que rodean a los personajes. Su intención es no sólo ofrecernos la figura del "antihéroe", sino la decadencia de una Argentina enferma, la nostalgia de un país en quiebra económica y moral. El contacto con el poder político alumbra el pesimismo de una sociedad y de unos personajes que se corrompen bajo el símbolo de La ventana indiscreta.