Image: Elogio de la infelicidad

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Ensayo

Elogio de la infelicidad

Emilio Lledó

8 septiembre, 2005 02:00

Emilio Lledó. Foto: Miguel Riopa

Cuatro Ediciones. Valladolid, 2005. 172 páginas, 14 euros

Con excelente criterio Mauricio Jalón ha decidido reunir en un volumen algunos de los últimos trabajos filosóficos de Emilio Lledó. Y lo ha hecho con resultados que van más allá de lo usual en este tipo de compilaciones, generalmente ocasionales.

Porque lo que en definitiva recibe el lector con estas páginas intensas es una muestra sumamente representativa, a la vez que coherente, del filosofar del autor, tal como éste ha ido paso a paso desarrollándose desde su juvenil monografía sobre el concepto de "poiesis" en la filosofía griega (1961), que le valió un temprano reconocimiento que el tiempo no ha hecho sino aumentar.

Resulta evidente, desde la perspectiva ganada, que el filosofar de Lledó culmina en una rica y matizada teoría filosófica de la condición humana y, por tanto, del lenguaje como espacio cultural y estructura intersubjetiva que nos une y comunica. Pero también de la subjetividad como posibilidad "interior" de nuestra mente y lugar, a la vez, del autoconocimiento, que Lledó interpreta, en libre diálogo con Platón, como impulso al perfeccionamiento de uno mismo en el marco de la polis. Siendo ésta, además, en su condición de medio social en el que el hombre vive y se desarrolla, donde el lenguaje despliega, para Lledó, todas sus potencialidades.

Desde estos supuestos toman cuerpo efectivo los grandes temas del autor, presentes todos ellos en el libro que comentamos: la memoria que nos constituye, que es permanencia y cauce de nuestra "manera de ser"; el deseo; el amor; la amistad, ya definida por Aristóteles como "lo más necesario para la vida"; la educación en el más noble y ambicioso sentido del término; nuestra capacidad de conocer, deliberar, elegir y decidir; nuestro afán, en fin, de felicidad desde esa infelicidad en la que usualmente nos encontramos y que nos sirve de aguijón y estímulo... Sin olvidar, claro es, la libertad -que realizamos siempre en y desde un horizonte de posibilidades- y la responsabilidad.

Desde su profunda vinculación a los grandes textos clásicos, a cuya interpretación ha dedicado buena parte de su obra, Lledó rescata la tradición. Y desde la convicción de que "ser es ser dicho" y todo verdadero "decir" es interpretar, allega asimismo al lenguaje la tarea de "levantar el puente por el que la humanidad circula olvidada ya del tiempo y la distancia". Cruzar este puente es, por de pronto, leer. O lo que es igual, confrontarse con la forma como la tradición ha ido planteando algunos de los temas que con mayor fuerza nos interpelan hoy. Pero haciéndolo, claro es, desde un distanciamiento explícito respecto de todo posible sortilegio de la mentira, de toda producción de miedos y temores abstractos, inseparables de la angustia, la violencia y la crueldad que surcan la historia, de toda manipulación de las conciencias. Nada más coherente, pues, que la exaltación de las humanidades, de los "lenguajes de la tradición", críticamente depurados, "frente a los semilenguajes de los aún recientes medios de comunicación" a que procede Lledó en su libro. Algo que cabría decir igualmente de su reivindicación de la polis en su condición de espacio donde se construye la cultura como un horizonte moral.

La relación de Lledó con la mejor tradición del humanismo clásico, de la que es un gran conocedor, se distancia explícitamente de la cultivada por otros significativos representantes de la hermenéutica contemporánea. A diferencia, por ejemplo, de su maestro Gadamer, Lledó nunca pone en cuestión la universal validez del talante ilustrado, ni los logros civilizatorios de la modernidad, aunque no por ello deje de pronunciarse a favor de una Ilustración capaz de efectuar su autocrítica y de aprender de sus errores históricos. Sería difícil, en cualquier caso, encontrar un fundamento mejor para la siempre necesaria invitación a la lectura, que es, en efecto, "uno de los más extraños prodigios de la memoria y de la vida", que el ofrecido por la variante de la hermenéutica crítica que representa Lledó. Y es que el trato productivo con los clásicos vivos nos enseña, sin duda, "a mirar mejor este mundo de las cosas aún no bien dichas" y a esquivar las trampas que nos inducen "a conformarnos a vivir con la desesperanza de que lo que hay no da más de sí".