Ensayo

Estudio sistemático de "Tirano Banderas"

Dru Dougherty

9 enero, 2000 01:00

Pre-Textos. Valencia, 1999. 316 páginas, 5.000 pesetas

En este inteligente y bien documentado ensayo Dru Dougherty reconstruye "el horizonte cultural en que Tirano Banderas se leyó por primera vez". Su libro evoca unos años de esplendor cultural y de zafiedad política: la época del general Primo de Rivera

A la crítica literaria se la acusó de no estudiar los textos literarios, sino sus alrededores, de preferir el contexto al texto, el autor a la obra. Y es posible que hubiera algo de razón, pero no toda la razón. Cualquier obra literaria puede considerarse también como un lugar de encuentros, un cruce de caminos que llevan a la historia y a la vida. Dru Dougherty acaba de dedicar un inteligente y bien documentado ensayo a "reconstruir el horizonte cultural en que Tirano Banderas se leyó por primera vez". Su libro evoca unos años de esplendor cultural y de zafiedad política: la época de Primo de Rivera, bien intencionado y patriarcal militarote, adulado por casi todos en un primer momento -para Azorín y Manuel Bueno era el "cirujano de hierro" que venía a acabar con el corrupto parlamentarismo- y convertido pronto en un objeto de burla, en un muñeco de pim pam pum, en un esperpéntico personaje en busca de autor.

Tirano Banderas apareció, editada por el propio Valle-Inclán, muy a finales de 1926, y parte de su ambigöedad -convertida en elemento estético- se debe a la necesidad de evitar la censura. No era una novela en clave, pero fue leída como novela en clave, como una pieza más -y de las de mayor calibre- en la campaña contra el Directorio.

Sus primeros lectores tenían muy presentes diversos dictadores latinoamericanos que convertían a Santos Banderas en un personaje realista. Eduardo Zamacois había contado por entonces en los periódicos, y luego en su libro La alegría de andar, sus visitas a Estrada Cabrera, El señor Presidente de Miguel ángel Asturias, y al general Gómez, a quien Blanco-Fombona había dedicado recientemente la La máscara heroica. En los jardines del palacio de la Palma aguardan, durante horas o días, ministros, generales, comerciantes, mendigos, a que el señor Presidente se digne a recibirles: ante él, como ante Dios, nadie es más que nadie, nadie tiene más razón que nadie; Zamacois le cae en gracia y consigue, ante el asombro de todos, que libere a un español detenido por supuesto contrabando de sombreros. El general Juan Vicente Gómez, de quien se cuenta que tiene setenta y dos hijos, acostumbra a conceder audiencia en un gran establo, rodeado de ministros, del "presidente provisional" de Venezuela y de sus vacas favoritas; allí le encuentra Zamacois. "Toquen ustedes -les dice Gómez a su séquito-, toquen ustedes las ubres de esta vaca, es la mejor que tengo, no las hay mayores". Y mientras unos y otros palpan, el animal comienza a satisfacer copiosamente una necesidad fisiológica sobre los rutilantes zapatos de ministros y generales; el dictador ni se inmuta, sigue proclamando orgulloso: "Es la mejor vaca que tengo".
Quienes tales cosas leían en los periódicos, no es extraño que trataran de interpretar en clave realista Tirano Banderas, y no es extraño tampoco que se sintieran rechazados por la opacidad del texto, lleno de americanismos no siempre ininteligibles, en el que no había un narrador que diera sentido a la historia, en el que fracasaban todos los intentos de desvelar referencias concretas.

El plural estudio de Dru Douguerty estudia primero el proceso de edición y comercialización del libro, que curiosamente fue vendido en una única librería, y que tuvo un muy relativo éxito de público. Se analiza luego la crítica coetánea, que en los casos más avisados -Díez-Canedo, Gómez de Vaquero, Antonio Espina- supo ya ver algunos de los rasgos fundamentales de la obra, y que en otros no dudó en manifestar una extrañeza, un no saber cómo enfrentarse al texto, que representaba el sentir de la mayoría de los lectores.

La situación política y la relación con Hispanoamérica -tema de frecuentes y retóricos discursos- son otros de los aspectos estudiados. La cruel caricatura de la colonia española ocasionó no pocas protestas, pero no sorprendió demasiado a quienes habían seguido las declaraciones en la prensa de Valle-Inclán, tras su viaje a México, invitado por el presidente Obregón. Alfonso Camín, que se hizo portavoz de la colonia española, resumió así, en su libro Hombres de España (1923), el origen de la discordia: "El Gobierno, no sabiendo cómo contentar a las chusmas militares, implantó la repartición de tierras. Las propiedades españolas sufrieron las consecuencias. Valle-Inclán hizo una frase: ‘La tierra es de quien la labra’. Los españoles se indignaron. Todo español de relieve que va a México es agasajado por los españoles. Los españoles no agasajaron a Valle-Inclán".

Otros capítulos se ocupan de la relación de la novela con los conceptos de la historia más extendidos entonces -Hegel, Splenger, Marx- y con dos libros que Valle-Inclán citó repetidas veces como modelo: Guerra y Paz, de Tolstoi, y Facundo, de Sarmiento. Especial interés presenta el análisis del vanguardismo de Tirano Banderas, su estética geométrica y cubista, y sus conexiones con el expresionismo que lo alejaban del arte deshumanizado.
Hay dos capítulos, más teóricos, que estudian los distintos discursos narrativos ("una relación cronística que pretende ser objetiva, una subversión airada cuya violencia vengativa no se esconde, y una ironía fría, esteticista y autocomplaciente"), y el concepto de autor, subvertido por Valle-Inclán en la quizá algo sofisticada interpretación de Dougherty.

Termina el libro con "Lección de Maquiavelo", un extenso fragmento de la novela, anticipado por el diario bilbaino "El Liberal", y descartado de la versión definitiva.