László Krasznahorkai. Foto: Wikipedia.

László Krasznahorkai. Foto: Wikipedia.

Letras

László Krasznahorkai, el nobel húngaro que se nutre de Cervantes

La suya es una obra que ama al lector, al que considera suficientemente inteligente, sabio y paciente para sumergirse en su literatura.

Más información: El escritor húngaro László Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura 2025

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László Krasznahorkai nació en Gyula, una pequeña ciudad del este de Hungría, donde pasó su infancia y adolescencia.

Luego, en su juventud, recorrió diversas zonas del país, conociendo sobre todo la marginalidad en las postrimerías de la época comunista.

Y sus primeras obras, tanto los relatos de Relaciones misericordiosas como la novela Tango satánico, reflejan esos entornos para él conocidos y lo hacen de una manera que en ese momento resultó nueva, inicial, para la literatura húngara: esa visión oscura, melancólica y a veces irónica de una realidad provinciana, periférica y de un mundo que se desmoronaba.

Sin embargo, resultó que esa visión, oscura, melancólica y pesimista no se refería solamente a Hungría. En un principio interpeló a lectores de otros países del Este, que veían manifestadas allí su propia realidad y experiencia.

Luego se descubrió que esa visión oscura, melancólica y a veces irónica interpelaba también al resto del mundo. Porque he ahí lo esencial: la literatura de Krasznahorkai es fundamentalmente universal y se nutre de las fuentes más ricas y fructíferas del arte y de la literatura.

Aparecen en ella personajes universales, está presente Don Quijote, está presente Sancho, está presente el príncipe Myshkin, están presentes los falsos profetas que deambulan por el mundo, presentes los marginados e inocentes y los personajes angelicales, presente el observador minucioso, están presentes los que traen la destrucción y el apocalipsis, presentes los artistas y estudiosos entregados a una labor que los obliga, los obsesiona y que no tiene salida.

Muy desde el comienzo aparecen en la obra de Krasznahorkai estos personajes que se sitúan radicalmente fuera de la sociedad, estudiosos, artistas, observadores.

Su obra no se quedó, además, en la Hungría provinciana o rural de los primeros textos, sino que se abrió a otros parajes y horizontes, en particular al lejano Oriente, a China y a Japón, donde transcurren algunas de sus narraciones.

No obstante, el verdadero escenario no es, de hecho, la llanura húngara, ni Mongolia, ni Kyoto, ni Nueva York, sino el mundo. Un mundo en el que siempre acecha el vandalismo, la destrucción, la guerra.

Y es a la vez una obra movida por un profundo deseo de paz y de belleza, la belleza como manifestación de lo divino y también como rebelión. Así deben entenderse algunos textos suyos, como Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río, o algunos relatos de Y Seiobo descendió a la Tierra.

La escritura de Krasznahorkai se opone de forma radical a la actualmente reinante cultura de masas. En una ocasión ha señalado que "empieza a extenderse la opinión de que las cosas no deben contemplarse según su valor" y lo considera una idea funesta.

Lamenta el alejamiento de lo divino y sagrado y el consiguiente empobrecimiento. Su obra pretende, precisamente, acercarse a lo bello como reflejo de lo divino. Su aspiración es escribir relatos y novelas que eleven al ser humano y le den dignidad.

En realidad, la suya es una obra que ama al lector, al que considera suficientemente inteligente, sabio y paciente para sumergirse en sus frases complejas, interminables, y dejarse llevar por ellas, llenas de musicalidad.

Por otra parte, el abrirse a mundos lejanos, como el de Oriente, tiene también su correlato en el aspecto formal. Algo lo impulsa a buscar nuevas formas, a innovar, a romper encorsetamientos.

El final de Guerra y guerra, por ejemplo, se sale de la ficción y se produce en la realidad. El protagonista de la novela pide como último deseo que se ponga una placa con su nombre en el museo de Schaffhausen, donde transcurre la escena definitiva. Y esto es, en efecto, lo que ocurrió realmente.

El 27 de junio de 1999, a las 11 de la mañana, se descubrió en el museo de Schaffhausen, Suiza, una placa recordatoria, obra del artista húngaro Imre Bukta, de tal manera que la escena final se produjo, de hecho, no en la novela, sino en la realidad.

Colaborar con otros creadores ha sido, además, una constante en la labor de Krasznahorkai. Pensemos en Animalinside, su trabajo con el pintor alemán Max Neumann, en el curso del cual ambos se fueron inspirando mutuamente.

O pensemos en el traslado de sus novelas y escritos al cine de Béla Tarr. Krasznahorkai no sólo fue fuente, inspiración y guionista de estas películas, sino que participó activamente en los rodajes.

En sus últimas obras, en El barón Wenckheim vuelve a casa, publicado por Acantilado hace ahora un año, o en Herscht 07769, que se publicará próximamente, llega a un punto definitivo de libertad artística y de soltura y transparencia absolutas, la de los grandes autores que han encontrado su lenguaje.

Como Jorge Luis Borges o Thomas Bernhard en sus últimas obras, a quienes, en cuanto abrimos una página, reconocemos enseguida. También reconocemos enseguida el lenguaje al que ha llegado László Krasznahorkai.

Adan Kovacsics ha traducido a autores como Karl Kraus, Arthur Schnitzler, Stefan Zweig, Franz Kafka, Imre Kertész, Ádám Bodor y László Krasznahorkai entre muchos otros, y ganado numerosos premios entre los que destaca el Premio Nacional del Ministerio de Cultura de España por el conjunto de su obra. Es autor de Guerra y lenguaje (Acantilado, 2008), así como de Karl Kraus en los últimos días de la humanidad (2015), El vuelo de Europa (2016), Las leyes de la extranjería (2019), El destino de la palabra (2025) y Acaece, sin embargo, lo verdadero (Acantilado, 2025).