László Krasznahorkai. Foto: Thomas Andenmatten

László Krasznahorkai. Foto: Thomas Andenmatten

Letras

Metáforas de una Hungría que se hunde: ocho 'relatos mortales' de László Krasznahorkai

El escritor húngaro crea atmósferas inquietantes y cautivadoras, tramas en las que aflora la fragilidad y el temor de los seres humanos.

27 octubre, 2023 02:38

Ocho relatos componen este volumen del escritor húngaro László Krasznahorkai (Gyula, 1954), de quien Acantilado ha ido publicando con anterioridad media docena de sus obras. En los relatos de Relaciones misericordiosas domina una poderosa y sabia escritura, si bien los dos últimos textos no alcanzan el magistral nivel de los seis precedentes.

Relaciones misericordiosas

László Krasznahorkai
Traducción de Adan Kovacsics
Acantilado, 2023
152 páginas, 16 €

Si algo sabe hacer Krasznahorkai es crear atmósferas inquietantes y cautivadoras, tramas en las que aflora la fragilidad y el temor de los seres humanos. Así ocurre ya en la primera pieza, “El último barco”, una pesadilla apocalíptica, un misterioso éxodo de los pocos supervivientes de una ciudad arrasada, que penosamente se encaminan hacia la orilla del Danubio a tomar un desvencijado e inseguro barco.

Sería fácil recurrir al tópico del “ambiente kafkiano”, pero es mucho más preciso señalar cuánto se aprecia el magisterio de Kafka y el trasfondo de la propia y vapuleada historia de la Hungría del pasado siglo. El sinsentido, tras una imprecisa guerra o invasión solo esbozada, se extiende incluso a la falta de necesidad de equipaje y de objetos útiles, pues se trata aquí de la máxima pena: la anulación de la identidad propia por parte de quienes ostentan el poder.

Zarpar o no zarpar tampoco parece definitivo cuando la población, su vida y su moral, se ha diezmado, no queda el orgullo de las raíces ni la idea de patria, ni las ilusiones de futuro y todo apunta a una metáfora de una Hungría que se extingue.

Este mismo caos se adivina en otro de los mejores relatos del volumen, “Calor”, con el panorama de una revuelta popular que tumba el sistema, la huida de un matrimonio buscando un lugar seguro en unos bloques de viviendas abandonados y toda una reflexión sobre el miedo y el oportunismo para prosperar cuando las aguas vuelvan a su cauce y se restablezca el orden. La aparición de un extraño en ese ambiente fantasmal elevará la densidad del cuento hasta convertirlo en una pequeña obra maestra.

Otra galería conecta el segundo y el último de los textos a través de la figura del guardabosques jubilado Herman, un experto trampero que acepta, en su retiro, el encargo de sanear de alimañas y depredadores un bosque abandonado. El asunto aquí es el cumplimiento ciego y estricto del deber y los delirios a los que puede llegar a conducir. Toda una metáfora de lo abrumador, inhumano y monstruoso que puede resultar imponer el orden y completar en rigor una tarea. Nos habla aquí László Krasznahorkai, con gran maestría, de la conciencia de culpa por los males cometidos, que, de una manera u otra, siempre regresan. Parece preguntarnos si acaso es posible la compasión y si es lícita la venganza y, sobre todo, si no estaremos abocados eternamente al permanente dilema entre barbarie o civilización.

Otro de los relatos (“En manos del barbero”) se centra precisamente en el asunto de las consecuencias que tienen nuestros actos, en el castigo y en el remordimiento. Ahí la acción se dispara con un crimen absurdo para robar a un anciano y con el errático y alcohólico intento de escapada del asesino. El humor también se filtra en medio de la gravedad de los acontecimientos, pero el autor nos plantea la seria cuestión de cuánto se puede alejar uno de los males ocasionados a nuestros semejantes.

Hay un aire de implicación lógica en los tres momentos del relato “La trampa de Rozi”, tres personajes a los que el azar encadena mientras se siguen los pasos por la ciudad desde un inicial despiste en la estación central del tren que supone una modificación de las rutinas diarias y la apertura hacia un delirio inesperado. De nuevo late de fondo la idea del absurdo de nuestras obligaciones diarias y de un orden establecido que asumimos como inmutable, el mismo ajetreo irracional que guía los pasos de los dos personajes de “Lejos de Bogdanovich”.