Colette, fotografiada por Henri Manuel

Colette, fotografiada por Henri Manuel

Letras

Colette y los deseos prohibidos: 150 años de la mujer que revolucionó la literatura europea

Libérrima y sensual, el 28 de enero de 1873 nacía en un pequeño pueblo de Borgoña una mujer pionera que se interrogó por los placeres en su literatura

28 enero, 2023 02:38

Cuando se cumplen ciento cincuenta años de su nacimiento, los mil rostros de Colette siguen generando ensayos psicológicos y análisis literarios feministas. Sus heroínas, incluida su alter ego Claudine, no eran del todo Colette, o quizá es que una Colette excesiva dio lugar a Claudine. Las máscaras disfrazaban lo autobiográfico, y su predisposición a lo sensual quedaba aumentada por su deseo de seducir. Como autora, estableció una disimulada distancia con la experiencia. En su baile de máscaras, Colette siempre cuenta más o cuenta menos.

Su verdadero nombre era Sidonie-Gabrielle Colette (Saint-Sauveur-en Puisaye, 1873-París, 1954), y era la cuarta hija de Sidonie Landoy, una mujer culta y liberal casada en segundas nupcias con el excapitán de los suavos Jules-Joseph Colette. Su madre la consideraba "una joya de oro", y recibió una sólida educación laica. Tal vez por eso, los disfraces que llevó a lo largo de su tumultuosa vida, ocultaban el genio de una escritora que creó, en medio de una obra copiosa y multiforme, textos de penetrante sutileza, hoy obras clásicas de la literatura francesa.

Se reinventó a sí misma numerosas veces y la impostura del personaje encubrió a menudo su acerada sensibilidad para la observación de la naturaleza y del gran espectáculo del nuevo siglo.

[Chéri, el amor en la alta sociedad según Colette]

Colette fue, sucesivamente, la adolescente indómita de la Borgoña; la seducida parisina en brazos de su primer y corrupto esposo, Henry Gauthier-Villars, el célebre Willy, que explotó su talento de escritora; la libertina de los amores sáficos; la mujer vestida de hombre, cuando el travestismo público estaba prohibido; la audaz artista del music-hall que se desnudaba en escena; la periodista sagaz; la irónica crítica teatral; la traicionada y la traicionera; la amante de su hijastro; la propietaria de un salón de belleza; la amiga de aristócratas e intelectuales; la madre distraída; la dueña de una pantera; la gran dama del final, varada por la artritis en sus aposentos, frente al Palais-Royal.

Se encontraba con Marcel Proust, que la admiraba, en el salón de madame Arman de Caillavet, amante de Anatole France; fue amiga de Jean Cocteau, de Paul Valéry; colaboró con Maurice Ravel y con Matisse. Se casó tres veces, siempre con hombres poderosos e inteligentes, bastante calaveras, como el ya citado Willy (de 1893 a1906); Henry de Jouvenel (de 1912 a 1923) y Maurice Goudeket, y tuvo como amantes a mujeres, también inteligentes, intrépidas y ricas.

Entre la verdad y la ficción, Colette se interroga sobre los placeres a través de cuarenta años de vida en París

Aunque creció en la belle époque, daba la impresión de ir adelantada un siglo, o acaso, dos. Quizá no imaginó que hacerse fotos atrevidas, salir en la prensa de la época, montar escándalos, escribir desde la sexualidad de una mujer, contar su vida, o reinventarla, lanzarse a proyectos osados y, poco a poco, ir refugiándose en la escritura, constituían la fórmula perfecta para alcanzar una posteridad extraordinaria.

Cuando murió en París el 3 de agosto de 1954, a los ochenta y un años, tuvo funerales de Estado. Su catafalco fue instalado en los jardines del Palais-Royal para que la ciudadanía francesa le rindiera el último homenaje. Recibió honores militares, como oficial de la Legión de honor.

La mujer que para entonces era una escritora consagrada, miembro de la Academia belga de lengua y literatura, presidenta durante varios años de la Academia Goncourt y reconocida por la crítica y los escritores internacionales, sufrió aún una polémica póstuma. El arzobispo de París, recién nombrado cardenal, Maurice Feltin, negó las exequias religiosas a la escritora. La decisión supuso un escándalo para sus admiradores, y el escritor Graham Greene publicó en el periódico Le Figaro un artículo contra el arzobispo. Se sucedieron cartas y reacciones de otros intelectuales. Ya enterrada en el cementerio de Père-Lachaise, la escritora proscrita en el Índice de Libros Prohibidos, siguió dando que hablar.

Una obra más allá del tiempo

Hoy sus obras completas en la Biblioteca de La Pléiade ocupan cuatro volúmenes, con cerca de sesenta obras, que incluyen la mayor parte de las novelas y cuentos, los ensayos principales, las memorias y algunas de las páginas publicadas por Colette en periódicos y revistas. Se prepara una nueva publicación en La Pléiade, una reedición de algunos de sus textos, entre ellos, El trigo tierno, una de sus obras más líricas y cercanas a la naturaleza.

['El quepis', lo que Colette sabía del amor y del sexo]

Admirada por sus colegas franceses del siglo XX, Maurras, Gide, Valéry, Rachilde, Cocteau, Mauriac, Louis Aragon, Jean-Paul Sartre o Simone de Beauvoir, y analizada por filósofas como Julia Kristeva, Colette encarna "una cierta Francia", como dice Michel del Castillo: "La celebración de la naturaleza y la pasión del teatro, el orden de la provincia, la frivolidad y el desorden de la vida parisina".

Aunque la desinhibida escritura de Colette no encajaba en la ortodoxia literaria de su época, la crítica francesa supo ver en el descarado nihilismo de Colette y en su amoralidad sin disimulos una vocación de estilo y una fuerza transgresora que inauguraba la aceleración del siglo XX. La escritora y crítica Rachilde escribió en Le Mercure de France sobre Claudine en la escuela: "No es una novela, ni una tesis, ni un diario, ni un manuscrito, ni ninguna otra cosa conveniente o prevista; se trata de una persona viva y en pie, terrible". El conservador Charles Maurras reconoció encontrarse ante una obra maestra, si bien con una fantasía un poco "demasiado viva", y resaltó la originalidad y la madurez "de la lengua y del estilo".

Como asegura Julia Kristeva, sus heroínas eligen disimular la tristeza que sienten. Colette prefiere reprimir el dolor

El trío amoroso que en 1901 protagonizaron Colette, Willy y la norteamericana Georgie Raoul-Duval, acabó saliendo a la luz en Claudine casada. Este ménage a trois, cuya refinada impudicia y atrevimiento descolocó a los lectores de entonces, llevó al crítico Jean Lorrain a considerar el libro como "Les liaisons dangereuses del siglo XX, escritas por un moderno Laclos". Ese moderno Laclos no era otro que Colette, resignada a mantenerse a la sombra de sus Claudines en flor. A partir de 1909 y coincidiendo con la separación de la pareja, la escritora iniciará una serie de procesos judiciales hasta conseguir el derecho moral sobre las Claudines. Las trazas de una larga batalla legal se harán evidentes en las diferentes firmas que han llevado las reediciones de la serie desde 1900 a 1955.

Aunque la herencia de una juventud en el campo y el lenguaje claro lleno de gracia cotidiana de una Francia provincial imprimen en su escritura resonancias tradicionales, la temática de Colette sorprende por su modernidad. La ambigüedad sexual, los deseos prohibidos, la exploración de lo carnal junto a lo emocional, estarán tanto en la serie de las Claudine, como en Mis aprendizajes, Lo puro y lo impuro, La mujer oculta, Mitsou, Chéri y El fin de Chéri, Gigi o La ingenua libertina.

Colette con su primer marido, Henry de Gauthier-Villars, más conocido como Willy

Colette con su primer marido, Henry de Gauthier-Villars, más conocido como Willy

Ella misma consideraba que Lo puro y lo impuro era uno de sus mejores libros. Colette tiene cincuenta y nueve años cuando lo publica. Con las veladuras típicas de la autora francesa, entre la verdad y la ficción, se interroga sobre los placeres carnales a través de cuarenta años de vida hirviente en París. El opio, el alcohol, el frenesí amoroso, los hombres seductores y promiscuos, las fantasías sexuales. El dramaturgo Jean Anouilh, fascinado por la inmodestia profunda del libro escribió: "Usted no es una mujer conveniente, Madame Colette… Usted es el impudor orgulloso, el placer sabio, la dura inteligencia, la libertad insolente; el tipo de chica que quebranta las instituciones más sagradas y a las familias".

Para Judith Thurman, autora de Secretos de la carne. Vida de Colette (Siruela, 2000), las primeras novelas de Colette trastornan las viejas categorías de la identidad sexual de la época. Sus protagonistas están marcadas por el amor y por las heridas del desamor. Pero como asegura Julia Kristeva, sus heroínas son fuertes, y eligen disimular la tristeza que sienten. Colette prefiere matar a ese asesino que es la desesperación.

La piel de las mujeres

En Mis aprendizajes (1936), Colette trata de analizar, muchos años más tarde, su conflictiva relación con Willy. Para evadirse del dolor, recuerda cómo aprendió a endurecerse: "Lloro tan mal, tan dolorosamente como un hombre (…) Tan pronto como se llevó a cabo mi entrenamiento, me privé casi por completo de llorar. Tengo amigas de treinta años que nunca me han visto con una lágrima en las pestañas".

Colette conocía la literatura decadente de fin de siglo, casi siempre masculina y exacerbada, pero fue una creadora con un mundo propio y una visión ajustada del mundo emocional de las mujeres. Significó, vista desde el presente, una mujer libre y una escritora que desafió las convenciones de lo que una mujer debía escribir. Para Simone de Beauvoir, Colette era un "monstruo sagrado".

En una carta dirigida a su amigo norteamericano Nelson Algren, hace un resumen fascinado y tal vez un poco simplista para contar quién era la autora de Gigi: "Creo que habrás oído hablar de Colette; ella es verdaderamente la única gran escritora de Francia, una escritora verdaderamente grande. Hace años también era la mujer más hermosa, bailó en los music-hall, se acostó con muchos hombres, escribió novelas pornográficas y, después, buenas novelas. Amaba el campo, las flores, los animales, hacer el amor... y después amó una vida más sofisticada, también se acostó con mujeres. Ahora tiene 75 años, y aún conserva unos ojos fascinantes y una bonita cara triangular de felino; está muy gorda, inválida, un poco sorda, pero cuenta unas historias, sonríe y ríe de una manera que nadie imaginaría al compararla con otras mujeres más jóvenes y hermosas…".

La síntesis de Beauvoir remite a los múltiples rostros de Colette, pero también a una leyenda de promiscuidad que la propia Colette llegó a negar, asegurando que no tuvo tantos amantes de ambos sexos. Sus máscaras seguirán embrollando por mucho tiempo las verdaderas batallas de la carne que libró: perdió algunas y otras muchas las ganó.

Portada de 'Claudine en París'

Portada de 'Claudine en París'

Claudine, la nueva Eva

Willy, el primer marido de Colette, fue el "culpable" de que su voluptuosa esposa se convirtiera en escritora. Como, además de ser un calavera, carecía de escrúpulos, solía contratar a autores desconocidos como negros de sus supuestas obras, pues su meta era, según Judith Thurman, biógrafa de Colette, "llegar a ser lo más conocido posible, aunque fuera por su profunda insignificancia moral".

Según la propia Colette, todo comenzó cuando un día, "al cabo de dos años de matrimonio, Monsieur Willy me dijo un día: ‘Tendrías que escribir algo acerca de tus recuerdos en la escuela primaria…tal vez podrías aprovecharlos. No te dé miedo incluir detalles picantes’…". Cuando ella acabó, Willy lo guardó sin hacerle demasiado caso, hasta que un día, acuciado por las deudas, comenzó a rebuscar en los cajones y encontró el cuaderno que contenía Claudine en la escuela. Deslumbrado por la lectura, derramó picardías en el relato,para hacerlo más provocador y erótico. Y se lo atribuyó.

Publicada en 1900 con su nombre como presunto autor (existe una versión en Anagrama, traducida por José Batlló desde 1986), la novela alcanzó los 40.000 ejemplares en pocos meses, pero Colette no se rebeló, pues aceptaba ser "la negra" de su marido. Mientras, para que escribiera sin descanso, llegó incluso a encerrarla en una habitación durante casi dieciséis horas.

Después vendrían Claudine en París (1901, Anagrama, 1988), Claudine y el matrimonio (1902), Claudine se va (1903) y La casa de Claudine (1922). Solo en la última, ya divorciada de Willy, logró que apareciera su nombre como autora, aunque para los lectores estaba claro que ella era Claudine, y su verdadera historia. la que narraba en la serie, desde su ingenua y rebelde juventud en un pueblecito de Borgoña hasta el triunfo y el escándalo en los grandes salones literarios del París mundano. El éxito fue tan colosal que en 1907 se había vendido medio millón de ejemplares de las Claudines, quizá porque, según Thurman, "Colette crea el modelo de la adolescente moderna". De la Eva sensual también. N. A.