Guillermo Arriaga. Foto: Mariana Arriaga

Guillermo Arriaga. Foto: Mariana Arriaga

Letras

'El hombre', de Guillermo Arriaga: una novela descomunal sobre la violenta historia de Estados Unidos

El autor mexicano construye un ambicioso artefacto narrativo de casi 700 páginas donde la brutalidad moldea el devenir de una dinastía ficticia desde 1815 hasta la actualidad.

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Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) acota en El Hombre una dilatada cronología que se extiende entre 1815 y 2024 y se emplaza en Texas y Nuevo México. Su intención es abarcar con mirada global la forja de Estados Unidos como gran potencia. Pero no lo hace a la manera ordenada y completa de la convencional "novela río" decimonónica (si bien esta idea no es ajena del todo a El Hombre) sino mediante una arquitectura moderna sostenida en un doble criterio de selección.

El Hombre

Guillermo Arriaga

Alfaguara, 2025. 679 páginas. 25,90€

Por una parte, esa larga duración temporal no aparece en su integridad y solo se seleccionan algunos jalones (1881, 1878, 1887, 1892, amén de los señalados). Por otra, tales hitos no van en orden correlativo porque aparecen en un constante ir y venir de un momento a otro.

De todo ello se desprende la acuciante impresión de un artilugio narrativo muy complejo, acentuado por las dimensiones inusuales del libro, casi 700 páginas grandes de letra pequeña. Afrontadas estas dificultades, la novela cuenta la historia de la dinastía de los Henry Lloyd, de orígenes misteriosos, poderosa ya en el siglo XIX y tan reputada, además de opulenta, en la actualidad que el Henry Lloyd VI instituye un Pabellón bajo el nombre de la estirpe en la universidad de Austin. La trama argumental va refiriendo la brutalidad espeluznante de un emblemático Lloyd a fin de asentar su poderío.

Vamos viendo sus inacabables y furiosas dosis de violencia, sus crímenes horrendos y asesinatos, con millares de víctimas entre las que se encuentra el único ser a quien tiene miedo, como si fuera un fantasma justiciero, un tal Jack Barley, otro personaje implacable que ya de niño acuchilló salvajemente a unos vecinos por llamarle bastardo.

La historia de Lloyd se acompaña de otras tramas adyacentes o pegadizas en una especie de muñeca rusa de variadas narraciones: relatos de aventuras y de amor, novela histórica, lances de frontera, odiseas de far west con implacables apaches, peripecias de esclavismo inmisericorde y testimonio actual de corruptelas de la política que enfrentan a un populista reaccionario y a un presunto benefactor de la humanidad.

Tan variados materiales dan muestra de la fecunda inventiva de Arriaga. Su gran capacidad fabuladora produce historias tan atractivas como la relación entre un trampero y un fugitivo. Y genera incontables episodios marcados por el gran leitmotiv de la obra, la violencia, donde el autor alcanza verdaderas cimas en la expresión del horror.

Son cuantiosos los pasajes revulsivos que provocan auténtico estremecimiento por la frialdad descriptiva y el crudo fisiologismo con que se habla de vísceras, mutilaciones, olores hediondos y despojos humanos.

El gran 'leitmotiv' de la obra es la violencia. El autor alcanza verdaderas cimas en la expresión del horror.

Arriaga acomoda semejante terrible visión de nuestra especie en una forma tan exigente como complicada. Hay un algo en la novela de taller de escritura en el que se ponen en juego variadas posibilidades expresivas que realzan las diversas voces narrativas. Así, uno de los relatos cultiva el hipérbaton sistemático con un resultado de cierta ingenuidad.

Otra historia se transmite sin signos de puntuación, a pesar de referir contenidos lógicos sin confusión mental. Más pertinente es que una de las secuencias utilice el registro del castellano de México propio de su narrador.

Guillermo Arriaga cumple su voluntad de mostrar en toda su complejidad la naturaleza humana, dentro de la que subraya con revulsiva mirada las monstruosidades de que es capaz. Sin embargo, su ambición de dar el "do de pecho" en la forma hace en exceso compleja, rebuscada y fatigosa una historia que comunicaría mucho mejor el espanto si el prurito de la artificiosidad no la lastrara.