Image: Hay Festival, Cartagena entre libros

Image: Hay Festival, Cartagena entre libros

Letras

Hay Festival, Cartagena entre libros

31 enero, 2017 01:00

Público asistente a uno de los actos del Hay Festival Cartagena de Indias. Foto: Hay Festival

Del 26 al 29 de enero la ciudad colombiana ha sido el único lugar de habla hispana donde el público agota las entradas para los eventos donde participan los escritores y la reventa multiplica por cinco su precio.

Es un tópico, pero es verdad: en Cartagena de Indias la magia es realidad y la realidad es mágica. Es un lugar literario, lleno de rincones y lugares que están en la literatura universal y no sólo en las novelas y las crónicas de García Márquez, el héroe de oro. Cada vez que se anuncia un Hay Festival en Cartagena se abre la crónica de una vida alegre, entre libros, con la palabra de los escritores por el día, la cordialidad de las tribus, el esplendor de las multitudes que asisten a las charlas del Hay, las fiestas y el ron interminables en la noche fresca del calor cartagenero. Hablo de las músicas y los libros del Caribe, donde me encuentro en mi propia salsa, lleno de humedades y risas, en tertulias eternas y encuentros inolvidables, entre conciertos únicos y jugos de guanabana con ron Tres Esquinas: la gloria, la crónica de una fiesta anunciada cada año en Cartagena, el único lugar del mundo de habla española donde, durante el festival, el público que quiere asistir a los actos en los que hablan los escritores compran las boletas (las entradas) y los revendedores se apilan en la misma puerta de hoteles e instituciones donde se celebran los actos para recomprar al doble las boletas y venderlas en tres cuartos de hora, un minuto antes de empezar al acto con el aforo completo, cinco veces más caras que en origen.

Tal sucedió en las charlas de Leonardo Padura, que lo primero que hizo al llegar a la ciudad mágica fue ir a un supermercado a aprovisionarse de todo lo que no puede encontrarse en La Habana ni en toda Cuba. Habló de sus novelas y toreó al morlaco con una cintura impecable; otro tanto ocurrió con Joël Dicker, simpático, empático, inteligente, chévere cambur. Este año vino Fernando de Szyszlo, el artista más importante de América Latina, el único mito vivo que discutía con André Breton o Sartre en el París de los años 50 del siglo pasado, el amigo íntimo de Octavio Paz y de Alejandro Obregón, el compinche de Óscar Domínguez. Vino a presentar su libro de memorias, muy necesario de leer, La vida sin dueño, que Taurus publicará dentro de un par de meses en España. Es un libro de amor, como debe ser el amor de verdad, sin límites: amor pasional a la libertad, amor pasional al arte, amor pasional a sus mujeres y amor pasional a la vida. Claro que puede ser un libro de autoayuda para los tristes e irredentos que cuando nos reímos por el privilegio que la vida significa para nosotros nos llaman paranoicos y mitómanos. ¡Carajo, como si esas enfermedades fueran defectos para cualquier creador de magia!

Dije entre libros y es verdad. Los de Daniel Samper, que vive aquí una parte del año, se agotaron; los de Padura volaron todos a las manos de sus compradores; las memorias de Szyszlo se agotaron tres veces, se fueron del aire las de Dicker, Carlos Franz, Renato Cisneros, Luisgé Martín y otros tantos escritores. No daban abasto en las magníficas librerías Ábaco y La Nacional, cuyos trabajadores no pudieron ir a los actos del Hay Festival por tener que atender a los clientes compradores de libros. ¿No es realismo mágico o magia real que suceda este milagro en un momento de regresión y tecnología, menuda parajoda (como decía Cabrera Infante), cuando los heraldos negros y los augures de lo económico y el progreso farsante nos anuncian la muerte del libro en papel? Vengan al Hay Festival, pasen y véanlo todos los días en los que los escritores son la rondalla pública que canta y habla y los libros son los protagonistas de la vida.

En un rincón del Hotel Santa Clara, donde se hospeda la élite del Hay, hablamos de la niña monja cuyo cadáver apareció incorrupto, muchos años después de su muerte, en la cripta de este antiguo convento, que también fue hospital y cárcel, y cuyo cabello había crecido quince metros y muchos centímetros. Esta leyenda, magia, mito o realidad dio lugar a la novela Del amor y otros demonios. De modo que pueden ustedes imaginarse el respeto que hay que tenerle al lugar y sus fantasmas. A las seis y diez de la tarde de todos los días, cinco monjes se pasean todavía por el claustro lleno de clientes tocando la campanilla del Ángelus, dejando un aliento de incienso vivo sobre las mesas de los turistas asombrados y a los sorprendidos escritores que gozan del cielo por unos cuantos días. Inolvidables. Hablamos de su padre con Silvana, hablamos del gran pintor Alejandro Obregón, vital hedonista cartagenero, artista universal, mujeriego, mamador de gallo, un hombre legendario, guapo y mundano, duelista a primera sangre, lleno su cuerpo de cicatrices que constatan su visión, un personaje de novela. Tiene fama bien ganada de ser el hombre que rescataba del fondo de la laguna de Cartagena y de sus mares circundantes a los ahogados, pero Silvana Obregón afirma que sólo sacó a un ahogado y una sola vez, pero lo sacó con tal profesionalidad que la leyenda le otorga el mito de haber sacado a más de cien y decenas del fondo del Mar Caribe. En fin, el Hay, el mar y Cartagena entre libros. Una fiesta milagrosa.