Image: Manuel Cruz: El lugar del debate lo ocupa hoy la movilización

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Letras

Manuel Cruz: "El lugar del debate lo ocupa hoy la movilización"

18 diciembre, 2015 01:00

Manuel Cruz. Foto: Archivo del autor

¿Vivimos en una era irresponsable? ¿Rehuimos aceptar las consecuencias de nuestros actos? En Hacerse cargo (Gedisa) el filósofo Manuel Cruz reflexiona sobre "nuestra sistemática búsqueda de argumentos exculpatorios", una idea que vincula con fenómenos como el populismo, la "solidaridad light" o el "retorno de las ensoñaciones rousseaunianas".

Hace tiempo que Manuel Cruz (Barcelona, 1951), catedrático de Filosofía Contemporánea de la Universidad de Barcelona, se interesa por el papel de la responsabilidad en el mundo moderno. Constituye un avance moral, dice, que cundiese en Occidente la idea de que nuestros actos tienen consecuencias. No obstante, en Hacerse cargo (Gedisa), una reedición ampliada (por exigencias de la actualidad) de un texto de 1999, Cruz alerta del auge de una ‘desresponsabilización' que se extiende, algunos de cuyos síntomas analiza en esta entrevista.

Pregunta.- Vincula el populismo ("quejarse de todo sin ofrecer soluciones") a la desresponsabilización. ¿Ser hipercrítico es ser también irresponsable?
Respuesta.- Sobre todo si uno es hipercrítico sin ser autocrítico. Ser víctimas de algún daño nos autoriza a reclamar que alguien responda por ello, pero ningún ser humano puede estar colocado siempre en esa posición. Nuestras acciones también repercuten sobre los demás y, de una u otra manera, producimos daño, hacemos sufrir a los otros.

P.- Responsabilizamos a nuestros gobiernos de todo, hasta de los atentados de París. Como si dijésemos: no me matan a mí por lo que soy, sino por lo que mi gobierno ha hecho. ¿Tratamos así de calmar nuestras conciencias? ¿Es otro síntoma de esa ‘desresponsabilización'?
R.- Sí. Y es curioso: los que nos atacan nos atribuyen ese carácter que nosotros mismos nos resistimos a aceptar: quienes se han autoinmolado, lo han hecho calificando de infieles o depravados a sus víctimas. Parece que buscamos siempre ese ángulo muerto en el que resultemos invisibles, inimputables, en el que no se nos pueda acusar de nada. La política no sirve en estos casos para pensarnos como seres sociales que asumen responsabilidades colectivas, sino para endosar a una instancia exterior, los gobiernos, los efectos negativos de lo que pasa y de lo que hacemos nosotros.

Nuestra sociedad genera formas de solidaridad light, como el lazo en la solapa, que cumplen más la función de acallar nuestras conciencias que de remediar los sufrimientos"

P.- ¿Y los gestos solidarios? Escribe que esos gestos -como el lazo contra el sida en la solapa- "son todos ellos leves ritos desresponsabilizadores: modos de autoexculpación cotidiana que no exigen el menor sacrificio".
R.- No quiero banalizarlos ni desdeñarlos, pero en ocasiones nuestra sociedad genera unas formas de solidaridad light que cumplen más la función de acallar nuestras conciencias que de remediar los sufrimientos. Y esto vale para el compromiso. Las participaciones políticas en Internet son de una extremada volatilidad, con usuarios olvidándose de la causa que acaban de apoyar en cuanto le dan al enter.

P.- Javier Gomá sostiene que la cultura fue de izquierdas hasta que tocó preservar las libertades conquistadas. Usted dice algo parecido: "Hasta ahora los hombres se han dedicado a transformar el mundo, de lo que se trata a partir de ahora es de que se hagan cargo de él". ¿Toca entonces ser conservadores?
R.- El lenguaje político tradicional no termina de darse cuenta de la complejidad de la realidad. Seguir diciendo que los progresistas son transformadores y los conservadores dejan todo como está no tiene el menor sentido. Hace ya cuarenta años que Manuel Sacristán, el marxista más importante que ha dado este país, señalaba que los conservadores lo transforman todo (el paisaje a través de la especulación inmobiliaria, el medio ambiente acabando con las materias primas...) menos el registro de la propiedad. Ante este ímpetu transformador no queda otra que defenderse. Y esto implica conservar lo bueno que todavía haya, antes de que los malos transformadores acaben también con ello.

P.- ¿Que en las sociedades avanzadas haya más gente pensando (más gente alfabetizada, más gente que lee) quiere decir que se piensa mejor?
R.- Claro que no, aunque la alfabetización es siempre una magnífica noticia. La calidad del pensar no depende solo del alfabeto. Hoy los jóvenes no dejan de comunicarse entre sí, pero en modo alguno de esa hipercomunicación se desprende más y mejor pensamiento. A menudo es lo contrario. Los formatos más extendidos (como aquellos que solo autorizan mensajes de 140 caracteres) implican una enorme constricción sobre el pensamiento, que no puede adoptar la forma del discurso, de la argumentación, y acaba manifiestándose en forma de eslóganes y consignas.

P.- Hay una idea en su libro que puede parecer políticamente incorrecta: un sinfín de perspectivas éticas en la sociedad, dice, tienen sus dificultades...
R.- Sí, es que eso sin duda genera situaciones de conflicto. Por eso corresponde hacer un uso adecuado del concepto de tolerancia, que no se reduce al bobo "dejar hacer" ni al paternalista "perdonar la vida" con que se le suele identificar, sino que implica saber que debemos aceptar que la vida en común nos obliga a asumir la existencia de normas o leyes que atacan directamente a nuestra visión moral, entrando en frontal contradicción con ella.

El virus del unanimismo

P.- En Hacerse cargo cita a Enzensberger: "En el ocaso de la socialdemocracia, ha vuelto a vencer Rousseau". ¿Puede esta vuelta a Rousseau ser el germen de alguna forma de revolución?
R.- Para Rousseau, el bueno es el individuo y la mala es la sociedad. Para Marx en cierto modo es al revés: la sociedad es buena y el individualismo, el principal pecado. Es una simplificación, pero señala las dificultades de la mirada rousseauniana para constituir el germen de una revolución. Nadie es de una pieza, en todos hay de todo. No hace falta ser un malo de una pieza para cometer no ya maldades, sino incluso atrocidades. No tengo más remedio que recordar la afirmación arendtiana, que despeja definitivamente todas las ensoñaciones rousseaunianas: "el padre de familia es el gran criminal del siglo XX".

Ya no se puede decir que el nacionalismo se cura viajando. Nuestros soberanistas son muy viajados, aunque eso solo les sirve para mirarse en el espejo de sus iguales extranjeros"

P.- ¿Qué partido encarnaría esta actitud rousseauniana?
R.- En campaña, casi todos los de izquierda.

P.- El nacionalismo es otro asunto que le preocupa. ¿En qué medida el mal uso de términos como "libertad", "democracia" o "igualdad" está en la base de su despegue en Cataluña?
R.- En una enorme medida. El lugar del debate de ideas lo ha ocupado una movilización, fuertemente emotiva, que utiliza ideas-fuerza de apariencia indiscutible (derecho a decidir, queremos votar, queremos ser un país normal), pero que no resisten el menor análisis político. Podríamos decir que se ha sustituido la democracia deliberativa por la democracia movilizativa.

P.- Usted se opone, sin embargo, a la contraposición topica entre argumentos emocionales y racionales. ¿Qué cabe oponer entonces a la manipulación grosera de las emociones por parte de estos políticos?
R.- Es que no se trata de oponer maniqueamente seres cosmopolitas, fríamente racionales, a provincianos apasionados. Entre otras cosas porque nuestros comunitaristas presumen de cosmopolitas, y andan todo el tiempo citando a Kymlicka, Taylor y tutti quanti. Hoy ya no se puede decir que el nacionalismo se cura viajando. Algunos de nuestros soberanistas son muy viajados, pero eso solo les sirve para mirarse en el espejo de sus iguales extranjeros.

P.- Usted sitúa los nacionalismos en sociedades "fuertemente emplastadas" por ciertas creencias. Para llegar al lugar en donde está hoy, ¿tuvo Cataluña que dejar de ser abierta, plural, laica, heterogénea, diversa, mestiza?
R.- La respuesta, aunque resulte llamativa a algunos, solo puede ser afirmativa. El virus del unanimismo ha atacado ferozmente a la sociedad catalana ("Junts pel Sí" era el nombre de la lista en las últimas elecciones), como lo prueba el hecho de que, en cuanto se produce en ese bloque la menor disensión, entra en fases de profunda depresión. No lo digo yo, sino ellos: el pluralismo ha de quedar en suspenso hasta que se alcance la meta soñada.

P.- ¿Cuándo la identidad pasa de ser un elemento de cohesión a ser un elemento nocivo para la convivencia?
R.- Probablemente en el momento en que se enajena de los individuos y grupos y se convierte en un nuevo super yo, en una norma externa y estricta que violenta las conciencias y dificulta la vida social. Habría que recordar algo de lo que comentábamos antes: en sociedades plurales, heterogéneas, diversas desde casi todos los puntos de vista, la cohesión puede ser algo extremadamente complicado. Para lo que se necesitan, más que identidades de obligado cumplimiento, identidades acogedoras.

@albertogordom