Image: La vuelta a Verne a los 100 años

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Letras

La vuelta a Verne a los 100 años

“Es el camino el que me sigue”, por Manuel Leguineche

24 marzo, 2005 01:00

Julio Verne. Dibujo de Grau Santos

El 24 de marzo, moría hace cien años Julio Verne (1828-1905). Genial visionario y novelista de éxito, fue por imposición paterna abogado y cambista, pero se rindió a las letras a pesar de que quince editores rechazaron su primera novela, Cinco semanas en globo. Al fin el libro vio la luz y fue devorado por los lectores, dando comienzo a una de las cçarreras literarias más fecundas y asombrosas que quepa imaginar. Verne creó la novela científica, soñó el viaje a la luna y a las profundidades del mar, visitó el centro de la tierra, recorrió el mundo en ochenta días... quizás porque creía que "Todo lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo realidad." El Cultural viaja el centro del Verne aventurero con Manuel Leguineche; del escritor, con Germán Gullón, del científico, con José Antonio Marina y del hombre, con su biógrafo Herbert Lottman. Además, ocho autores eligen "su" libro de Verne y se convierten en personajes.

Un hombre de unos treinta años llamó aquella mañana de otoño de 1862 a la puerta del número 18 de la calle Jacob de París. Era la oficina del famoso editor Hetzel. El dependiente pasó al recién llegado a una habitación llena de muebles antiguos, de cachivaches de cobre y cerámica, de tapices oscuros.

Pierre Hetzel estaba aún acostado, algo normal si se tiene en cuenta que dormía durante el día. El visitante parecía nervioso cuando el editor saltó de la cama vestido con un camisón azul y tocado con un gorro de dormir. "Buenos días", "Buenos días", "usted dirá", y el recién llegado, Julio Verne, natural de Nantes, abogado y cambista de Bolsa, escritor en ciernes de operetas y vodeviles con la ayuda de Alejandro Dumas tendió al editor el manuscrito de una novela que habían rechazado quince editores. Hetzel tomó el rollo de páginas que le entregaba Verne y las examinó de pie y en silencio.

-Está bien, le dijo al fin,vuelva dentro de quince días.
Salió Verne de la tienda un tanto descorazonado. Si el editor rechazaba el manuscrito habría sido su última oportunidad. Lo quemaría en la lumbre. Quince días más tarde Verne volvió a la rue Jacob y fue introducido en la alcoba de Hetzel, donde escuchó el veredicto del editor:

-Lo siento mucho, a pesar de las buenas cualidades de su novela...
Verne se dirigió hacia la puerta sin escuchar más. Sus sueños acababan allí, las esperanzas depositadas en la novela de un viaje en globo sobre el continente africano. Así terminaban también los años dedicados al estudio de la aerostación con su amigo Nadar. Ya tocaba el pomo de la puerta de la calle cuando el editor lo llamó desde el fondo: "Vuelva, no tenga prisa, su trabajo está bien. Tiene usted madera de escritor, pero esta novela deslavazada necesita convertirla en algo más sólido y ordenado, en una auténtica novela de aventuras". Unas semanas después el primer libro de Verne, Cinco semanas en globo, salía de la imprenta para obtener un rotundo éxito de crítica y público. El ojo clínico de Hetzel nunca fallaba. Aquél fue el año del encuentro del misionero Livingstone con Stanley. Los franceses, y no sólo ellos, porque la novela se vertió a otros idiomas, leyeron fascinados la proeza de un audaz aeronauta, el doctor Samuel Ferguson, que sobrevolaba las desconocidas regiones del áfrica oriental a bordo del globo Victoria.
Después de angustiosas peripecias -aterrizaje forzoso en el desierto, rescate de un misionero francés de las garras de los indígenas- el viajero y sus dos acompañantes eran salvados "in extremis" por los soldados coloniales franceses. El doctor Ferguson dirá algo que revela el secreto de la dinámica del que alguien llamó, creo que el doctor Charcot, "profesor de energía": "Yo no sigo mi camino, es el camino el que me sigue".

Al nacer en la isla de Reydeau en Nantes, entre los dos brazos del Loira, el primer escaparate del niño Verne, hijo de un procurador de los Tribunales, conservador y ultracatólico, fue el mar, los veleros que partían hacia las Antillas, el trajín del puerto. Una invitación para partir a lejanas tierras. A los once años abordó el Coralie con la intención de hacerse pasar por grumete y navegar hacia aguas de la India. ¿El propósito de su aventura? Traerle un collar de coral a una amiga. Las autoridades avisaron a tiempo al severo Verne padre, que rescató a su retoño para devolverle al hogar. Siempre se llevarían mal, como le pasaría al novelista con su hijo Michel. De acuerdo con el código de la época, el trasero del niño se cobró unos cuantos latigazos. Su padre lo castigó a pan y agua. Hay expertos que descalifican esta anécdota como propia de la mentalidad romántica de un biógrafo apasionado. Lo que ocurrió fue que el bote de Verne hijo fue arrastrado por la corriente y se fue a pique. El náufrago se refugió en un islote donde esperó que bajara la marea.

Toda su vida fue un marino frustrado, no como su querido hermano Paul, su alma gemela, que eligió la carrera del mar y vivió en ella y de ella. "El deseo de navegar me devoraba" escribe en Recuerdos de infancia y juventud. Hace sus primeros ensayos en chalupas alquiladas "a un franco al día". Trata de saciar su sed robinsoniana al viajar de isla en isla. Su hermano Paul es el compañero inseparable. Las orillas del Loira guardan el recuerdo de la infancia de Julio Verne, entre álamos y olor a brea y salitre. Con su telescopio el futuro autor de tantas "novelas científicas", como las llamaban, escrutaba el movimiento del puerto fluvial y de los pescadores. Nunca escapó de esa prisión dorada de autor de libros para la juventud. Un escritor que figura en la lista de libros más vendidos en el mundo junto a la Biblia, Lenin y Marx o ágatha Christie, ni siquiera fue llamado a la Academia francesa.

Para ahorrarle las tentaciones del mar y la aventura, su afición a la bohemia, a las ciencias y las letras, su padre lo envió a estudiar Derecho a París, pero el joven Verne estaba ya enganchado al mar y sus azares. "Es más un creador, un pionero de la aventura y de las nuevas rutas que un artista. Para mí representa lo que Spengler llamó "la civilización fáustica", subraya Julien Gracq, que vive en los mismos paisajes que el autor de Veinte mil leguas de viaje submarino.

Para Verne el mundo es descubrimiento de lo maravilloso, la exploración, el sueño, el mito infantil de la aventura alimentado por Homero, Swift, Defoe, el Arthur Gordon Pym de Poe, los lugares ocultos, las tierras vírgenes. El gran entretenimiento en su adolescencia fue la visita que hizo todos los días a la cercana fábrica mientras vivió en la casa de campo de Chantenay. Se pasaba las horas muertas contemplando el funcionamiento de las máquinas. "Para mí -reconoce- ver una bella locomotora en marcha, una máquina de vapor o los émbolos de una fábrica es contemplar un cuadro de Rafael". Marinetti lo diría de otra forma: "me gusta más un coche lanzado a toda velocidad que la Victoria de Samotracia".

Algunos de sus biógrafos pasan por alto o desdeñan al viajero Julio Verne. Es verdad que no fue un explorador a lo Burton, a lo Livingstone o Stanley, pero tras el episodio del Coralie su padre le ordenó que en adelante sólo viajara con la imaginación. Su biógrafo Herbert Lottman le adjudica un par de aventurillas turísticas y poco más. Olvida que viajará por EE. UU. (desde el río Hudson hasta Albany), Gran Bretaña, Irlanda, Noruega, Dinamarca, Suecia, Alemania, Italia, España (fondea en Vigo y Cádiz), Portugal, Marruecos, Argelia, Túnez, Malta, el Mediterráneo, el Báltico, el Atlántico, el mar del Norte.Tampoco está mal para un hombre tan atareado, entregado a la masiva lectura de documentos, informes, libros de todas las disciplinas, periódicos y revistas y al trato pedagógico de hombres de ciencia. De los países que visitó parecen haberle gustado Escocia, donde sigue la huella de su admirado Walter Scott, las cataratas del Niágara y el taller de Leonardo de Vinci en Florencia.

Allí por donde pasaba a bordo del Saint Michel III, con una tripulación compuesta por diez hombres, era recibido en triunfo, con música y bailes regionales. Llega a Roma en tren y lo recibe el Papa. Es más bien tibio en materia de religión, pero el Papa le bendice: "Aprecio la pureza, el valor moral y la espiritualidad de sus obras". Consta que no se había leído ninguna. En Nápoles sube al Vesubio. En Venecia los italianos gritan: "Evviva Giulio Verne". Su mujer, Honorine, de la que no está enamorado, se cansa del crucero y vuelve a casa. Un día la esposa aburrida, ansiosa de vida mundana, preguntará al editor Hetzel: "Usted que lucha por hacer de él un escritor distinguido, ¿no podría hacer de Jules un marido pasable?".

Desde los ocho años Verne sube a toda clase de barcos. "Respiraba el olor del alquitrán y el perfume de las especias. ¡Cuánta felicidad a la sombra de los mástiles y las velas, con el timón en las manos!". En cuanto pueda comprará tres barcos, los Saint Michel I, II y III, una barquita, un velero grande y un yate a vapor de 31 metros de eslora. Navegará en ellos, en la epoca más feliz de su vida, por el Canal de la Mancha, la Bretaña, hacia los blancos acantilados de Dover. Hasta que su sobrino Gaston, el hijo de Paul, en un ataque de demencia le descerraja varios tiros en las piernas. El invalido, diezmado por la diabetes, los problemas gástricos, la parálisis facial, ciego y sordo, venderá su yate al rey de Montenegro. Muere Hetzel, muere su madre. Derrotado por la enfermedad, perseguido por la melancolía, este hombre secreto se despedirá en su lecho de muerte en Amiens, ciudad de la que fue concejal radical-socialista, con esta frase: "Sed buenos".

El viaje en el Grand Eastern, el buque más grande del XIX, hizo que probara la dureza de un mar embravecido.Sólido e invulnerable pero sacudido como una pluma en medio del océano. Fue en la primavera de 1867 y su hermano Paul lo acompañó a Nueva York."He almacenado emociones para el resto de mis días. ¡Ah, el mar, qué elemento tan admirable!" dijo al desembarcar. La experiencia la trasladó a Una ciudad flotante. Tan sólo pidió a Dios unos cuantos años más de vida, -tantas novelas por terminar, tantas obras por escribir- pero el de arriba se los negó."Escribir -dijo Julio Verne-, es la única y auténtica fuente de felicidad". Su sobrino Maurice dijo a la muerte del visionario, del "hombre que hizo soñar": "Sólo tuvo tres pasiones en la vida, la libertad, la música y el mar".


La vuelta a Verne a los 100 años
Verne. Un astronauta de sofá, por Herbert Lottman
"Es el camino el que me sigue", por Manuel Leguineche
Culto, ameno, innovador y popular, por Germán Gullón. Julio Verne novelista
1828-1905. Julio Verne. Cronología
El viaje de la ciencia, por José Antonio Marina. Julio Verne Científico
Diez Clásicos. Julio Verne. Bibliografía
En busca de Verne: Lorenzo Silva, Javier Tomeo, Caballero Bonald, Pedro Zarraluki, Luciano G. Egido, Luis Landero, Soledad Puértolas y José Ovejero