J. M. G. Le Clézio

J. M. G. Le Clézio

Letras

El pez dorado

13 febrero, 2000 01:00

J. M. G. Le Clézio

Traducción de Mercedes Corral. Tusquets. Barcelona, 1999. 231 páginas. 2.000 pesetas

Uno de los personajes de esta novela publicada hace tan solo dos años, el estudiante universitario senegalés Hakim, reniega de la literatura de ficción en estos términos: “Las novelas son basura. No tienen nada dentro, ninguna verdad ni ninguna mentira, sólo aire” (pág. 133). Y su dicterio nace tanto de su rigor como intelectual anticolonialista en ciernes como de una actitud de rechazo hacia las miserias de la posmodernidad y del pensamiento débil, a las que contrapone, como lo hacía George Steiner, la “presencia real” del Corán.

En el Libro reside todo el sentido y habita la poesía más sublime: “es terrible que todo haya sido dicho hace más de mil años y que sepamos que nunca podremos hacerlo mejor”, concluye Hakim. Falta de sustancia y autenticidad, pues, junto a una repetición inane de formas que en su día tuvieron la fuerza de lo novedoso para expresar la vida. Acaso a través de Hakim, Le Clézio nos esté adelantando su propia autocrítica con una lucidez que le honra. Porque El pez dorado no deja de parecer un pastiche de bildungsroman artificiosamente elaborado con elementos oportunistas.

Sabemos que la autenticidad en literatura no es un criterio de recibo, sobre todo en lo que se refiere a su génesis. Una novela no será mejor o peor por el grado de implicación de su autor con el mundo en ella recreado. Pero de lo que sí cabe hablar es de la autenticidad como un efecto de lectura, cuando a través de las formas narrativas nos identificamos con el universo que se nos describe, tengamos o no conocimiento directo de él. Hay novelas que poseen esa autenticidad aun cuando hubiesen sido escritas hace varios siglos, mientras que otras, aparentemente próximas, producen en sus lectores el efecto contrario. El poeta, decía Pessoa, es un fingidor porque finge el dolor que siente de veras. Pero a través del dolor leído, sus lectores experimentan, a su vez, el dolor que no tienen.

La artificiosidad de El pez... resulta de la suma de varios factores. Le Clézio ha optado por centrar la voz de su relato en una figura femenina, una joven magrebí del clan Hilal a quien raptaron los enemigos del clan Khriuiga para venderla en la ciudad a una judía española, Lalla Asma, que la prohija hasta su muerte. A ella se debe el primer nombre que la protagonista ostenta, Laila, que luego los agentes de inmigración parisienses cambiarán por Lise Henriette. Por último, el sabio abuelo de Hakim, El Hadj Mafoba, le dejará como herencia el pasaporte francés de su nieta ya fallecida Marima, con el que Laila viajará a los EE.UU. Allí, sin embargo, alguno de los oficiales responsables que se ocupan de ella “cree que soy mexicana, o haitiana, o quizá guayanesa” (página 224).

Con este funambulismo del género sexual y la falta de identidad de la narradora, el autor mata varios pájaros de un tiro, pues introduce el escenario de la sociedad multiétnica y multicultural no sólo en el París poblado por senegaleses, rumanos, vietnamitas, magrebíes o españoles, sino también en la innominada ciudad costera de Marruecos donde Laila comienza sus andanzas y desventuras con Lalla Asma y, sobre todo, con las pupilas del “fondac” de la señora Jamila. Más tarde, en su periplo norteamericano, se nos pinta a grandes pinceladas el escenario de la marginación homeless, para que cobre protagonismo temático un asunto de alcance universal: la búsqueda de la identidad personal a través de las raíces, lo que impulsa a Laila a regresar a las montañas donde puede estar la aldea de su nacimiento, con el fin de que en ella vea la luz el hijo que se trae de su peregrinaje terrible y madurador.

Le Clézio se sirve, a tal propósito, de alguno de los patrones narrativos más acreditados en la historia del género literario: desde la sarta de peripecias de los romances helenísticos, casi siempre iniciadas con un rapto como el que sufre Laila, hasta la novela picaresca, donde es determinante la perspectiva temporal desde la que el protagonista narra toda la historia de su aprendizaje, y el propio “bildungsroman”. Como Mateo Alemán con su Guzmanillo, el novelista francés se cuida muy mucho de que Laila justifique verosímilmente su facundia narrativa mediante breves pero intensos períodos de escolarización, la influencia de personas cultas y numerosas lecturas, entre las que figura el martiniqués Frantz Fanon, ideólogo de la negritud anticolonialista. Poco de convincente aflora en la lectura de El pez dorado. La superficialidad frustra las potencialidades de los personajes, de los temas, de las situaciones e, incluso, desdibuja la fuerza expresiva de las sevicias y los sufrimientos descritos.