Diego Velázquez: 'Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo' (detalle), h. 1636. Museo del Prado

Diego Velázquez: 'Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo' (detalle), h. 1636. Museo del Prado

Historia

La propaganda política en el siglo XVII: así intentó el conde-duque de Olivares evitar su caída en desgracia

El valido de Felipe IV trató de combatir su mala imagen con varias obras que ensalzaban su figura y justificaban sus polémicas acciones de gobierno.

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Gaspar de Guzmán y Pimentel (1587-1645), conde-duque de Olivares, fue el valido del rey Felipe IV entre 1621 y 1643. Como a tantos gobernantes a lo largo de la historia, le obsesionó la proyección de su figura y de su obra política (que no han sido muy bien tratadas por la posteridad), así como la propaganda y el control del relato. Entre otras acciones, impulsó y supervisó la creación de textos que le resultaran favorables e iluminaran su imagen ante la opinión pública.

En Las tres vidas del conde duque de Olivares (Alianza), Manuel Rivero Rodríguez, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid, reúne y analiza algunos de los más notorios, cuyos autores son Juan Antonio de Vera y Zúñiga, Virgilio Malvezzi y… ¿el propio ministro?

Son obras que revelan la evolución del proceso propagandístico que desde el entorno de Olivares (que, como subraya el autor, se introdujo en la política “aprovechando el gran deseo de regeneración moral que exigía la sociedad española”) quiso modelar la narrativa sobre su desempeño político en un difícil periodo para el país.

El argumentario de sus primeros años como valido está en los textos de Vera y Malvezzi, mientras que el tercero, Nicandro, es la respuesta a “calumnias” vertidas sobre Olivares por Andrés de Mena en un panfleto. La suerte del ministro había cambiado en 1640 con las crisis de Cataluña y Portugal.

En 1628, cuando aparece Fragmentos históricos de la vida de don Gaspar Felipe de Guzmán, comendador mayor de Alcántara, conde de Olivares, duque de Sanlúcar la Mayor, el noble de procedencia sevillana (nacido en Roma) llevaba siete años de gobierno y había integrado a Juan Antonio de Vera en su círculo de colaboradores. Este tenía como misión, en palabras de Rivero, “desarrollar una nueva narración de la monarquía que liquidase el discurso político del duque de Lerma”, valido de Felipe III.

Vera pone por escrito las ideas de Olivares en una obra que solo circuló manuscrita y le mereció un rápido ascenso. Más allá de un simple impulso propagandístico, fue concebida como “un retrato político compuesto por fragmentos históricos”.

Era la biografía de una persona viva, “lo cual no dejaba de ser novedoso y audaz”. Aquel texto formaba parte de una “ofensiva mediática” de promoción personal puesta en marcha por Olivares para recuperar popularidad y combatir las críticas a algunas de sus decisiones y a la deriva del país (la guerra interminable, la suspensión de pagos y la alteración de la moneda…).

Vera fue elegido como portavoz y en su relato, que pasa por alto las dificultades y los desastres, “casi se escuchan las reflexiones en voz alta del valido”, presentado como “un nuevo Moisés al que la providencia ha colocado al mando de los destinos de la monarquía”.

De 1635 es Retrato del privado cristiano político, deducido de las acciones del conde duque, del marqués Virgilio Malvezzi, escritor boloñés reclutado para la causa por Vera, que había sido nombrado embajador en Venecia.

Mena publicó un panfleto en el que acusaba al valido de despilfarros, pérdida de flotas enteras, prisiones injustas, fallecimientos en extrañas circunstancias...

La guerra con Francia exigía nuevos esfuerzos en la elaboración de discurso. El encargo consistía en redactar la biografía de Olivares tomando como punto de partida los Fragmentos históricos.

La obra, articulada como una sucesión de aforismos que son objeto de comentario y reflexión (género que Malvezzi puso de moda y que resultaba muy adecuado a los propósitos de creación de opinión), fue un éxito.

Como respuesta a los panegíricos franceses que exaltaban la figura de Richelieu, el Retrato atribuye al privado la función de protector, “como un arquitecto que diseña y mantiene la estructura del edificio de la monarquía”, y cuyo trabajo “permite dejar al rey fuera de las pasiones, sin responsabilidad más allá de su misión dinástica”.

Incluye también una fuerte carga antimaquiavélica y subraya “el carácter providencial” del ministerio del conde-duque. Malvezzi dispuso de datos de primera mano, lo que, apunta Rivero, revela, más allá de la implicación de Vera, la del propio Olivares en el suministro de información.

Diego Velázquez: 'El Conde-Duque de Olivares', 1638. Museo del Hermitage

Diego Velázquez: 'El Conde-Duque de Olivares', 1638. Museo del Hermitage

En 1643, un mes después de que el conde-duque obtuviera la licencia del rey para abandonar su ministerio, Andrés de Mena publicó un panfleto en el que pedía que rindiera cuentas de su acción política y que se depurasen responsabilidades penales por su mala gestión y el estado en que había dejado a la monarquía.

Mena aportaba una larga relación de “delitos, abusos, muestras de ineptitud y malas decisiones”: obtención de la privanza con malas artes, política belicista perniciosa para el país, destituciones y nombramientos caprichosos, gasto excesivo, pérdida de flotas enteras, desprecio de los fueros y leyes de Cataluña, impuestos abusivos, despilfarro en la construcción del Palacio del Buen Retiro, desvergüenza al atribuirse méritos ajenos, nombramiento de eclesiásticos para funciones de gobierno, desprecio a la disidencia, prisiones injustas y fallecimientos en extrañas circunstancias, comparación insostenible con Richelieu…

El memorial fue muy leído (a pesar de los esfuerzos de la Inquisición por hacerlo desaparecer) y disgustó considerablemente al monarca.

Olivares y sus colaboradores se vieron en la obligación de responder y tres meses después circuló por Madrid un opúsculo titulado Nicandro o Antídoto contra las calumnias que la ignorancia y envidia han esparcido por deslucir y manchar las heroicas inmortales acciones del conde duque de Olivares después de su retiro.

En los mentideros de la villa se decía que la autoría, en el aspecto político, era del conde-duque; en lo teológico, de su confesor, Juan Martínez de Ripalda; y en lo moral, de Francisco de Rioja. Un texto que, “más que contestar a Mena, interpelaba directamente al rey”. Y que revelaba interioridades de la gestión gubernamental y el descontento de Olivares con el modelo político-territorial español (un conjunto de territorios ingobernable por su falta de unidad).

Es la reacción de alguien que ha perdido el control del relato. Como señaló el jesuita Sebastián González, uno de sus primeros lectores, Nicandro arremetía innecesariamente contra todo.

Felipe IV formó una junta para tratar el asunto y todos sus miembros pensaban (González también) que el autor era Olivares, al que se le dio, como salida honrosa, la oportunidad de elegir el lugar de su destierro. El que había sido poderoso valido de Felipe IV durante más de dos décadas había caído para siempre. Murió en Toro el 22 de julio de 1645.