Retrato de Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648)

Retrato de Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648)

Historia

Saavedra Fajardo, el hombre que osó criticar el "miserable estado" de la monarquía española en el siglo XVII

José Luis Villacañas publica un libro sobre esta figura clave de la política y la diplomacia, que se enfrentó al conde-duque de Olivares con duras opiniones.

Más información: Diego de Saavedra Fajardo, la inteligencia política que necesitamos en la actualidad

Publicada
Actualizada

Diego de Saavedra Fajardo. La lealtad conocida (Colección Biografías de Historia Fundamental de la Fundación Banco Santander) es la culminación del largo y minucioso proceso de estudio que José Luis Villacañas Berlanga (Úbeda, 1955), catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y especialista en las relaciones entre el pensamiento español y el europeo, ha dedicado al diplomático y escritor (1584-1648), “personalidad central de la inteligencia hispana”, testigo del declive de la casa de Austria, defensor del interés público y la razón de Estado.

Diego de Saavedra Fajardo. La lealtad conocida

José Luis Villacañas

Fundación Banco Santander, 2025
318 páginas, 20 €

Murciano, poeta y célibe, lector de Maquiavelo e inspiración para ilustrados (y, más tarde, para Azorín, Ramiro de Maetzu o Francisco Ayala), Saavedra conoció de primera mano la compleja realidad política de Europa, ante la que reaccionó con lucidez, escepticismo, coherencia y una inteligencia que le permiten una comprensión global del tablero. Y con lealtad al rey y al ideal de monarquía nacional que desarrolla en su obra principal, Empresas políticas.

De familia próspera, menor de cinco hijos, destinado a las letras y a la Iglesia y clérigo sin tomar órdenes mayores, Saavedra estudió cánones en Salamanca y desde joven mostró inclinaciones creativas y talento intelectual. Trabajó como pasante y en algún momento entre 1608 y 1612 marchó a Italia, donde fue secretario del cardenal Gaspar de Borja y Velasco y escribió su República literaria.

Con el nombramiento de Borja como embajador de la monarquía ante el papa y responsable de los negocios de España en Roma, comienza su carrera diplomática. Se mueve en los ambientes nobiliarios y asiste a los cónclaves de 1621 y 1623. La etapa italiana, señala Villacañas, fue la más duradera y la menos relevante de su vida oficial.

A comienzos de los años 30 del siglo XVII lo encontramos en Madrid aspirando a posiciones más elevadas. Entra en contacto con el conde-duque de Olivares, a quien envía su tratado sobre los libros de la política de Aristóteles, y con Felipe IV, a quien dedica su comentario sobre Fernando el Católico.

Saavedra conoció de primera mano la compleja realidad política de Europa, ante la que reaccionó con lucidez, escepticismo, voluntad de paz, coherencia...

Escribe también un interesante informe sobre los asuntos de Italia que es “puro Saavedra: consciente, meticuloso, orgulloso”. Sincero, transparente y seguro de su saber y su juicio.

En otro texto expone su convencimiento de que la exhausta Castilla no puede soportar la política internacional impuesta por la casa de Austria. La paz con Holanda es necesaria.

El diplomático avisa, muestra su realismo y su conocimiento del escenario europeo y vuelve a alabar a Fernando el Católico, que le permite “ofrecer la idea realista de una monarquía nacional posible”, mientras critica a Carlos V, que “agotó las fuerzas de Castilla”, Felipe II y Felipe III.

La acumulación de errores ha llevado al “miserable estado” de la monarquía. Esto lo tuvo que leer el conde-duque, que ya llevaba una década al mando de la política española.

Saavedra no es belicista ni del todo pesimista. Lamenta tanto el mal uso de las armas como la falta de un cuerpo diplomático profesional, razonable y pragmático, al servicio de la razón de Estado.

No obtuvo cargo en Madrid y volvió a Italia, donde se vio implicado en el choque entre dos grandes de España, Borja y Castel-Rodrigo. En informes a Olivares exhibe su buena diplomacia.

Pasa por Nápoles, Milán y Génova y en 1633 comienza su aventura alemana. Tiene el mapa de Europa en la cabeza. Los peligros vienen de todas partes. Así lo reflejan sus cartas y comunicados, en los que despliega su sabiduría y prudencia.

Aconseja con una visión integral que, como señala Villacañas, “se hace cargo de la posición de la monarquía en todos sus frentes”. En 1635 es nombrado miembro del Consejo de Indias. Francia declara la guerra a España. Para Saavedra, la situación que padece Europa tiene un gran culpable: el cardenal Richelieu.

En 1638 regresa a Italia, y su siguiente misión es mantener el Franco Condado neutral. En la incomodidad de los caminos, los desvelos y las negociaciones, escribe sus Empresas, “el texto cumbre de nuestro Barroco”.

También se le encarga lograr la neutralidad de los cantones suizos. Allí comprueba la enorme hostilidad de Roma hacia España. Saavedra empieza a estar cansado, por la impotencia, porque sus estrategias caen en saco roto.

En 1640 está en Viena y participa en la Dieta de Ratisbona. Sigue pensando que la enfermedad de Flandes es causa de ruina de la monarquía. Pero cree que España aún tendrá una oportunidad tras la pérdida de su hegemonía, porque nadie querrá verla destrozada en beneficio de una Francia cuya preponderancia “será todavía más temible”.

Por fin, vuelve a España a finales de 1642. Considera terminada su etapa europea y quiere tomar posesión de su silla en el Consejo de Indias. En Madrid conoce la derrota de Rocroi. Y tiene que ponerse de nuevo en marcha, en la delegación de paz hacia Westfalia, como representante de una monarquía derrotada.

Su experiencia allí es triste. Trabaja, propone, pero es despreciado y amenazado. Su amargura final, explica el autor, “muestra la herida de quien experimenta la injusticia general de la época”. Es su última, decepcionante, misión.

Se sabe poco de sus días finales. Muere en Madrid el 24 de agosto de 1648. Sus restos fueron trasladados a Murcia en 1883. Villacañas dedica la conclusión de su libro a la idea central de las Empresas políticas, el proyecto de una monarquía nacional hispana que controle “su pulsión expansiva”, consciente de “la catástrofe de su condición imperial”.

Saavedra Fajardo apuesta por un Flandes independiente y una Italia estabilizada, y muestra los efectos perversos de las riquezas de las Indias. Toma como modelo a Enrique IV de Francia e integra “todos los valores del republicanismo clásico desde Cicerón”. Y conoce la distinción entre poder y gobierno. Una propuesta constructiva y crítica que no va en contra de su sentido de la lealtad y que está envuelta en un inevitable escepticismo.