'Dhows' árabes atracados en el puerto de Zanzíbar. Foto: Anderson-Morshead, A. E. M

'Dhows' árabes atracados en el puerto de Zanzíbar. Foto: Anderson-Morshead, A. E. M

Historia

Tras los pasos de Simbad el marino: un viaje por las desconocidas arterias marítimas del mundo árabe

El fotógrafo y escritor Jordi Esteva narra en 'Los árabes del mar' su odisea por la costa occidental del Índico siguiendo el rastro del pueblo que fue pionero en la navegación por estas aguas.

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Siete viajes hizo Simbad el marino por las aguas del Índico y siete veces casi no lo cuenta. El legendario navegante y aventurero tuvo que hacer frente a gigantes, pájaros de dimensiones colosales que bombardeaban su barco con piedras no menos grandes y hasta una ciudad habitada por hombres alados que resultaron ser demonios.

Los árabes del mar

Jordi Esteva

Galaxia Gutenberg. 2025. 547 páginas. 29 €

Menos riesgos corrió el fotógrafo, cineasta y escritor Jordi Esteva (Barcelona, 1951) cuando visitó las mismas costas en las que, supuestamente, había recalado el protagonista de los célebres cuentos insertos en Las mil y una noches, pero tampoco se quedó muy atrás. Obcecado en encontrar el remanente de aquellas gentes árabes que, contrarios al cliché que los relaciona con las arenas del desierto, medraron siglos ha gracias al comercio en el mar, emprende dos viajes, uno en 1977 y otro en 2002.

Todo lo que vivió entonces lo plasma en Los árabes del mar (Galaxia Gutenberg, 2025) , un exquisito testimonio del recorrido por los últimos vestigios de una cultura que floreció a espaldas de Occidente.

Ya antes de que Mahoma reuniera bajo la antorcha del Islam a centenares de tribus hasta entonces enfrentadas, los habitantes del margen oriental de la península arábiga (las actuales Yemen y Omán) se echaron al mar para esquivar la miseria que les esperaba en el inabarcable desierto del interior.

Estos intrépidos marineros procedían, dice la leyenda, del reino de Saba, una remota civilización que se asentó en la orilla sur de Yemen alrededor del siglo X a. C. y que a su vez descendería, según el Antiguo Testamento y el Corán, de Qohtan, nieto de Noé. "Somos los árabes del sur, los arab al ariba [los auténticos árabes]", le matiza a Esteva uno de los últimos herederos de este pueblo. Se diferencian así de sus vecinos del norte, los mucho más recientes arab al mutaariba (árabes arabeizados), descendientes de Adnan, hijo de Ismael.

Una fotografía del puerto de Mascate, uno de los puntos del recorrido de Esteva. Foto: Hermann Vollrat Hilprecht, Immanuel Benzinger, Fritz Hommel, Peter Jensen, Peter Christian Albrecht Jensen, Georg Steindorff / Wikimedia Commons

Una fotografía del puerto de Mascate, uno de los puntos del recorrido de Esteva. Foto: Hermann Vollrat Hilprecht, Immanuel Benzinger, Fritz Hommel, Peter Jensen, Peter Christian Albrecht Jensen, Georg Steindorff / Wikimedia Commons

Sea como fuere, con el tiempo tendieron una red comercial sin precedentes por varios puntos del océano Índico, desde Zanzíbar, la conocida isla paradisíaca a escasa distancia de la costa de Tanzania, a Sumatra, en la actual Indonesia, pasando por los puertos de Calcuta, en la India, y Cantón, en China.

La clave de su éxito estaba en los vientos: descifraron la periodicidad del comportamiento de los monzones que azotaban el Índico. De noviembre a febrero soplarían de noreste a sureste, y de abril a septiembre, en sentido contrario.

Un conocimiento que trataron de mantener en secreto. Después de todo, era la forma de defender un muy lucrativo monopolio comercial. "Hicieron correr la creencia de que en las profundidades del Índico yacía una montaña magnética que atraía a las naves, les arrancaba los clavos y las hundía para siempre, y que por eso los cascos de los veleros árabes [los dhow, embarcaciones de tamaño reducido y velas triangulares] no estaban claveteados sino cosidos con cuerdas de palmera, lo cual obedecía a otras razones", le explican a Esteva una de las muchas noches en las que disfruta de la proverbial hospitalidad musulmana.

Nadie hizo competencia a los árabes del sur durante siglos. En la India, nos cuenta el viajero, eran tan ricos que no necesitaban lanzarse a un océano furioso e infestado de piratas. Los chinos también perdieron pronto el interés, hasta el punto de que llegó a prohibirse realizar este tipo de expediciones de ultramar.

Esteva trata con delicadeza los recuerdos de sus viajes, recreando auténticas escenas en movimiento a las que casi acaricia, sin caer en el cliché

Tampoco griegos ni romanos consiguieron, en sus primeros intentos, dominar las aguas del Índico, habituados como estaban al mucho más manso Mediterráneo. Finalmente fueron estos últimos quienes desentrañaron el misterio, lo que les permitió establecer rutas comerciales alternativas a las de los sabeos. Fue el fin del legendario reino de los árabes del sur, que se fue apagando hasta desaparecer.

La nueva hegemonía comienza siglos después, tras las conquistas del Islam y la llegada al poder de la dinastía abasí (750 d. C. ). En los tiempos del califa Harún al-Rashid (786 - 809 d. C. ), famoso por su frecuente aparición como gobernante benefactor en Las mil y una noches, los dhow volvieron a dominar el Índico, exportando no solo el incienso y la mirra con la que habían negociado hasta ahora, sino una cultura vanguardista y su nueva y revolucionaria religión.

A la busca de la esencia de aquellos que primero domesticaron el Índico, Esteva visita la mayoría de localizaciones que una vez fueron clave para este pueblo, sin perder la oportunidad, incluso, de viajar en dhow —eso sí, a motor—.

Pero por dónde navega verdaderamente Esteva es en la duda. Si acaso, encuentra rescoldos de aquella cultura en un territorio que parece haber hecho borrón y cuenta nueva tras las turbulencias del siglo XX y la bendición —o maldición— del oro negro. "¿No estaré persiguiendo un mundo que había dejado de existir?", se pregunta, con sobrados motivos.

El paso del tiempo y sus consecuencias son inexorables, y el viajero apenas encuentra una sombra de lo que fue aquella civilización. Pero ello le basta para profesar un amor por el suelo que pisa del que hace partícipe al lector.

Esteva trata con delicadeza los recuerdos de aquellos viajes, recreando auténticas escenas en movimiento a las que casi acaricia, sin por ello caer en el cliché. Tampoco teme señalar las contradicciones –que las hay, y muchas– de este pueblo. ¿Pero acaso el verdadero amor no se da a sabiendas de las imperfecciones del amado?