David Wilkie: 'La defensa de Zaragoza', 1828

David Wilkie: 'La defensa de Zaragoza', 1828

Historia

De la mujer al mito: todas las vidas de una heroína nacional llamada Agustina de Aragón

El historiador Rafael Zurita dedica una biografía a la barcelonesa, protagonista de uno de los episodios más célebres de la Guerra de la Independencia.

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La audaz acción bélica protagonizada por Agustina Zaragoza Domènech el 2 de julio de 1808 no fue la única llevada a cabo por mujeres de extraordinario valor ante el asedio francés de la ciudad aragonesa, pero sí la mejor tratada por la posteridad.

Esto se debe sobre todo a la intervención del general Palafox en la creación de una imagen heroica reforzada por testimonios de testigos y por militares, diplomáticos, viajeros y escritores extranjeros (entre ellos, Lord Byron) que la convirtieron en un modelo de valentía y resistencia.

Así lo subraya Rafael Zurita en su biografía Agustina de Aragón. Vida y mito de una heroína de guerra, que ha publicado la editorial Ático de los Libros.

Conocida también como "la Artillera", Agustina fue una de las figuras más recordadas de la Guerra de la Independencia, acontecimiento que suministró numerosos episodios, personajes y relatos a la historia épica española.

La dimensión mítica de Agustina de Aragón ha ido creciendo a partir de la evidencia de que “la retórica de la guerra, centrada en el discurso patriota, dio un lugar fundamental a la presencia femenina desde 1808”. Si Agustina no hubiera existido, afirma, “la habrían inventado”.

Portada de 'Agustina de Aragón', de Rafael Zurita (Ático de los Libros)

Portada de 'Agustina de Aragón', de Rafael Zurita (Ático de los Libros)

Con apoyo en numerosas fuentes, incluidos documentos inéditos y la biografía novelada que Carlota Cobo Zaragoza dedicó a su madre en 1859, Zurita propone una “doble” biografía, porque existen “dos Agustinas”: la mujer real (1786-1857) y el personaje mítico (desde 1808 hasta la actualidad). Así, la obra “muestra la relación entre historia, memoria y ficción y, al mismo tiempo, la tensión entre individuo y sociedad”.

Agustina Zaragoza nació en Barcelona, ciudad que disfrutaba de un notable auge económico y urbano. A los 17 años se casa con Joan Roca Vilaseca, cabo segundo de Artillería.

Agustina aparece en relatos, crónicas, poemas e imágenes tras la derrota de Napoleón, dentro y fuera de España

Vibraciones de un tiempo turbulento: 1804, autocoronación de Napoleón Bonaparte como emperador; 1805, victorias inglesa en Trafalgar y francesa en Austerlitz; 1806, Napoleón entra en Berlín y decreta el bloqueo continental contra el Reino Unido; 1807, Tratado de Fontainebleau entre España y Francia y llegada del Ejército francés a Lisboa; 1808, ocupación francesa de España, levantamiento del 2 de mayo en Madrid (y luego en otras ciudades), abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII en favor de Napoleón, que nombra a su hermano José rey de España.

A principios de junio, Agustina deja Barcelona con destino a Zaragoza, que sufre dos sitios, el primero entre el 15 de junio y el 13 de agosto y el segundo, finalizado con capitulación ante el mariscal Lannes, entre el 20 de diciembre y el 20 de febrero de 1809.

Llevaba por lo tanto pocos días en la ciudad cuando el 2 de julio un ataque francés arrasa la batería del Portillo. Las columnas napoleónicas avanzaban con la bayoneta calada.

Era una situación desesperada para los defensores cuando Agustina se abalanzó por encima de los heridos y los cadáveres, arrebató la mecha de la mano de un artillero muerto y disparó un cañón de 24 libras contra el enemigo entre juramentos de resistencia, según el relato de Charles Vaughan.

Juan Gálvez: 'Agustina de Aragón', h. 1810. Museo Lázaro Galdiano

Juan Gálvez: 'Agustina de Aragón', h. 1810. Museo Lázaro Galdiano

La acción estimuló a sus conciudadanos, que reanudaron el fuego, llegaron refuerzos y los franceses tuvieron que retirarse.

Agustina continuó como artillera tras el primer sitio y ofreció nuevas muestras de valor en el segundo. Tras la rendición sale en una columna de prisioneros hacia Pamplona y logra escapar. En la huida fallece su primer hijo. A continuación, emprende un periplo por varios lugares en los años que quedan de la guerra: Teruel, Cádiz, Sevilla, Gibraltar, Alicante, Valencia…

En 1810 participa en la defensa de Tortosa, de donde sale de nuevo prisionera y otra vez se escapa. Es vista en Castelo Branco (Portugal), vuelve a combatir en Alba de Tormes y Vitoria y el 25 de agosto de 1814 es recibida por Fernando VII en el Palacio Real de Madrid.

En las décadas siguientes lleva una vida casi anónima entre Valencia, Almería, Sevilla y Ceuta, con nuevo matrimonio (Juan Cobo Mesperuza) y dos hijos (Juan Roca y Carlota Cobo) y en constante lucha burocrática con la Administración por la percepción de los emolumentos que le correspondían: un prosaico y un tanto fatigoso paisaje de reclamaciones, retrasos, cartas, demandas, retenciones.

Murió en Ceuta (por una afección pulmonar y después de hacer testamento), donde, según su hija, pasó muchos años “entregada solo a la religión y a practicar la caridad”, además de a las reivindicaciones económicas. Y separada de su segundo esposo.

Este anonimato cotidiano es compatible con el hecho de que Agustina apareciera en relatos, crónicas, poemas e imágenes tras la derrota de Napoleón, dentro y fuera de España, asociada a la percusión romántica y la cristalización de una narrativa “que convirtió los sitios de Zaragoza en uno de los mitos fundadores de la nación”.

Su fallecimiento pasó inadvertido y su hija inició una campaña para difundir su imagen de heroína nacional. Los restos de Agustina fueron trasladados a Zaragoza en 1870, con paradas en Cádiz, Sevilla y Madrid, que le dedicaron homenajes.

La memoria de Agustina está en cuadros, novelas, poemas, biografías, zarzuelas, sellos, cromos, tebeos, postales, monumentos escultóricos, nombres de calles (de más de 20 municipios de ocho autonomías) y películas de Segundo de Chomón, Florián Rey y Juan de Orduña.

Y experimentó un oportuno refuerzo en las conmemoraciones del centenario y el bicentenario de la guerra, a la altura del cual (2008) la evocación de los sitios de Zaragoza ya “no generaba controversias políticas” y apuntaba más bien hacia un “objeto de consumo del pasado para la sociedad de masas”.