
Abdelkader El Djezairi salvando a cristianos durante la lucha druso-cristiana de 1860 (Jan-Baptist Huysmans , 1861). Foto: Wikimedia Commons
Damasco, 1860: sangre y fuego contra los cristianos en la ciudad fragante
El historiador Eugene Rogan analiza en un libro la espiral de violencia en la capital siria que hace 165 años provocó la muerte en ocho días de unas 5.000 personas.
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El origen de este libro está en uno de esos hallazgos en los que convergen la tenacidad y la casualidad y que conducen a los investigadores al centro de la felicidad. En 1989, en una expedición a los Archivos Nacionales de Estados Unidos en Washington en busca de documentación para su tesis doctoral, Eugene Rogan, profesor de Historia Moderna de Oriente Medio en la Universidad de Oxford, encontró los informes de Mijaíl Mishaqa (1800-1888), el primer vicecónsul estadounidense en Damasco, un hombre de perfil renacentista, médico, escritor, comerciante, político.
Mishaqa fue un testigo directo (además de víctima, pues fue agredido) del estallido de violencia que se produjo en la ciudad en julio de 1860, "los sucesos de Damasco", consecuencia de las tensiones intercomunitarias que se habían ido generando en las décadas anteriores en Siria y Líbano y que supusieron "una ruptura definitiva con el viejo orden otomano".
Rogan prosiguió su investigación en otros archivos y bibliotecas (Damasco, Beirut, Estambul), pero se le fueron cruzando otros proyectos (entre ellos, en forma de libros, Los árabes: del imperio otomano a la actualidad y La caída de los otomanos. La Gran Guerra en el Oriente Próximo) y demoró más de lo inicialmente previsto la escritura de Los sucesos de Damasco, recién publicado en España por la editorial Crítica.
Erudito, viajero, bien informado, Mishaqa era, según opinión muy extendida, "el hombre más culto de Damasco" en aquellos tiempos. Uno de los notables cristianos más relevantes de la ciudad, convertido al protestantismo. De ahí que el servicio consular estadounidense le propusiera el cargo. Damasco, un oasis al borde del desierto sirio, era conocida como "la fragante", orgullosa de su historia (fue la capital del primer imperio islámico, el califato omeya), una de las ciudades más grandes e importante foco comercial de los territorios árabes, con una población muy diversa y a la que acudían cada año miles de peregrinos en su viaje hacia La Meca.
La mezquita de los Omeyas era su centro espiritual, cultural y político. Para entender los sucesos de Damasco hay que examinar algunas claves. Entre ellas, el malestar de los notables musulmanes por los cambios (sociales, comerciales, políticos) que se produjeron a partir de la ocupación egipcia de Siria (1831-1840). La creciente presencia europea era vista por estos notables como una amenaza y una afrenta a la cultura y las tradiciones islámicas.
En un momento de aceleración histórica, de mutaciones estructurales, los agravios, la desconfianza, las tensiones iban en aumento
Más transformaciones llegaron a partir de 1839, de la mano de los estadistas otomanos, con las reformas del periodo Tanzimat, cuyo sesgo proeuropeo alarmaba a los conservadores. La clase dirigente musulmana rechazaba los nuevos derechos y privilegios que el gobierno otomano estaba concediendo a los no musulmanes.
Los notables cristianos crecían en las escalas social y económica gracias a sus vínculos con el comercio europeo y a la protección de las potencias extranjeras. En un momento de aceleración histórica, de mutaciones estructurales, de acceso de las minorías a nuevos estatus, los agravios, la desconfianza, los resentimientos, las tensiones iban en aumento.
Otro antecedente fue la prolongada disputa entre drusos y cristianos maronitas en Monte Líbano, que desembocó en una sangrienta primavera en 1860 cuyos ecos llegaron peligrosamente a Damasco, donde se va configurando un clima de miedo y de pasiones enardecidas. La hostilidad aumenta entre cristianos y musulmanes. El 7 de julio, un grupo de jóvenes musulmanes comete un acto de provocación contra los cristianos. Son detenidos y castigados.
El estallido y la sangre
A las dos de la tarde del día 9 estalla la violencia: los sucesos de Damasco, una oleada de saqueos, asesinatos e incendios contra la población cristiana de la ciudad. Se desata el terror en un pavoroso ambiente de venganza y sed de sangre. El doctor Mishaqa recibe un hachazo en la cabeza y un garrotazo que le deja ciego de un ojo.
La situación se descontrola y el gobernador Ahmad Pachá no sabe qué hacer. El emir argelino Abd al-Qadir, exiliado en Damasco, presta ayuda a los cristianos, que buscan refugio en la ciudadela, donde al pánico y la incertidumbre se unen el hambre y la deshidratación. Damasco es una ciudad saturada por las llamas, el caos y el olor a muerto.
La turba atacante (integrada por musulmanes suníes, drusos, chiíes, yazidíes, beduinos…, y a la que se incorporaron miembros del ejército y la policía) se ceba con las casas, edificios religiosos y lugares de trabajo de los cristianos. El gobierno otomano de Estambul nombra un nuevo gobernador, Muammar Pachá.
En los días siguientes la ciudad recupera cierta apariencia de normalidad. Hay rumores de intervención de las potencias europeas. Durante ocho jornadas, la antigua y cosmopolita Damasco se había sumido "en una espiral de violencia intercomunitaria que estuvo al borde de derivar en un genocidio". El objetivo de los atacantes era "erradicar definitivamente la presencia cristiana" en la ciudad.
"El ministro de Asuntos Exteriores, Fuad Pachá, completó en gran medida la tarea de castigar a los culpables con la pena capital, la cadena perpetua, los trabajos forzados o el destierro"
En el informe que envió al gobierno estadounidense, Mishaqa calculaba que habían sido asesinados unos 5.000 cristianos, y alrededor de 400 se habían convertido al islam para salvar la vida. Cientos de mujeres fueron secuestradas y violadas. Miles de personas huyeron de la ciudad, la mayoría hacia Beirut. Unas 1.500 viviendas y 200 tiendas fueron reducidas a cenizas. Hubo notables musulmanes que prestaron ayuda a los agredidos, con Abd al-Qadir a la cabeza. La masacre fue noticia de portada en Europa y Estados Unidos.
El gobierno otomano se enfrentaba al reto de una compleja reconstrucción, a la creación de un nuevo orden social "en el que las diferentes comunidades de Damasco compartieran un futuro común". Y confió la misión al ministro de Asuntos Exteriores, Fuad Pachá, que completó en gran medida la tarea de castigar a los culpables con la pena capital, la cadena perpetua, los trabajos forzados o el destierro.
También se formó una comisión internacional para las labores de represión, reparación y reorganización. Tras la reconstrucción, para la cual las autoridades otomanas tuvieron que recurrir a la "contabilidad creativa", surgió un nuevo Damasco, capital de la provincia de Siria, en el que las relaciones entre musulmanes y cristianos seguían siendo tensas pero sin conflictos sectarios. Mishaqa dimitió en 1870 por motivos de salud y se dedicó a escribir sus memorias.
1860 marca "un punto de inflexión entre el viejo orden otomano y el Oriente Medio moderno". Y, aunque han pasado 165 años, "los sucesos de Damasco siguen configurando Siria en la actualidad", advierte Rogan, cuyo libro ve la luz pocos meses después de la caída del régimen de Bashar al-Asad tras 13 años de guerra civil. De nuevo hay que reconstruir un país destrozado y rehabilitar una sociedad fragmentada.