Pío XII en su coronación, en marzo de 1939 (Popperfoto/Getty, fototeca Gilardi). A la derecha, Hitler y Mussolini en Roma, en 1938 (Archivo Apostólico Vaticano, 2021). Fotos cortesía Ático de los Libros

Pío XII en su coronación, en marzo de 1939 (Popperfoto/Getty, fototeca Gilardi). A la derecha, Hitler y Mussolini en Roma, en 1938 (Archivo Apostólico Vaticano, 2021). Fotos cortesía Ático de los Libros

Historia

Pío XII, el papa que calló ante los crímenes nazis: un libro revela sus conversaciones secretas con Hitler

El prestigioso vaticanista David I. Kertzer reconstruye en 'El papa en guerra' el polémico comportamiento del pontífice durante la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.

Más información: Teruel, la batalla de la Guerra Civil que se comparó con Stalingrado

Publicada
Actualizada

Eugenio Pacelli nació en Roma en 1876. Sus habilidades y sus conexiones familiares le permitieron obtener un puesto en la Secretaría de Estado del Vaticano, donde ascendió con rapidez hasta el cargo de subsecretario de Estado en 1911. Seis años después fue nombrado obispo y nuncio en Baviera. En Alemania asistió al ascenso del nacionalsocialismo.

El papa en guerra

David I. Kertzer

Traducción de Joan Eloi Roca
Ático de los Libros, 2024
768 páginas. 34,95 €

Regresó en 1929 a Roma, donde Pío XI le otorgó el sombrero rojo de cardenal y lo nombró secretario de Estado del Vaticano. Durante casi una década formaron una singular pareja: el “pontífice directo, de pecho ancho y temperamento explosivo”, y “el diplomático sumamente cauteloso, sosegado y de delgadez casi enfermiza”. A la muerte de Pío XI, en 1939, Pacelli fue elegido papa con el nombre de Pío XII. Vivió hasta 1958 y fue el pontífice que calló ante los crímenes nazis.

Y es, por tanto, “uno de los papas más controvertidos de la historia de la Iglesia, propuesto para la santidad por algunos y demonizado por otros”. Así lo constata el reconocido vaticanista David I. Kertzer en El papa en guerra, una obra en la que reconstruye uno de los periodos más tempestuosos de la historia contemporánea a partir de las acciones y actitudes del pontífice que guardó silencio mientras seis millones de judíos eran asesinados.

Es un vibrante relato en el que, junto a los tres protagonistas, el papa, Hitler y Mussolini, comparecen secundarios como Luigi Maglione, secretario de Estado del Vaticano; sus ayudantes Montini y Tardini; los ministros de Relaciones Exteriores italiano y alemán, Ciano y Von Ribbentrop; Clara Petacci, amante del Duce; el presidente estadounidense Roosevelt y su enviado en el Vaticano, Myron Taylor.

Enriquecido, además, con revelaciones y datos procedentes de archivos del Vaticano que fueron sellados tras la muerte de Pío XII y desclasificados en 2020. Entre ellas, las conversaciones secretas que Pacelli inició poco después de su elección con el dictador alemán a través de Philipp von Hessen, yerno del rey Víctor Manuel de Italia.

Un vibrante relato enriquecido con datos procedentes de archivos del Vaticano sellados tras la muerte del pontífice

¿Por qué el papa no condenó las atrocidades nazis? ¿Por qué evitó pronunciar la palabra judío mientras eran asesinados sistemáticamente? Como recoge el historiador, son cuestiones que han suscitado muchas respuestas e hipótesis. Desde un enfoque comprensivo con la estrategia papal de silencio, hay quienes invocan el convencimiento de Pío XII de que una actitud militante en contra de Hitler perjudicaría aún más “a aquellos a quienes se espera ayudar”. Para Pierre Blet, el pontífice consideraba que una declaración pública de su parte “habría proporcionado munición a la propaganda nazi”, que lo habría presentado como un enemigo de Alemania.

El papa sabía que casi la mitad de los ciudadanos del Reich profesaba el catolicismo, y millones de ellos eran partidarios de Hitler. Durante la primera fase de la guerra tenía razones para creer que el Eje resultaría vencedor. Le interesaba, ante la expectativa de un futuro en el que Alemania dominaría Europa y con el objetivo principal de proteger los intereses, la influencia y las prerrogativas de la Iglesia, mantener buenas relaciones con el régimen fascista italiano y evitar ofender al Führer.

Dos temores le invadían: las posibles represalias de las potencias del Eje (tanto Mussolini como Hitler le intimidaban, y no faltaron a lo largo de la guerra rumores sobre posibles invasiones o bombardeos del Vaticano) y el riesgo de que “denunciar a los nazis pudiera alienar a millones de católicos y abrir un cisma en la Iglesia”.

A partir de finales de 1942 empezó a parecer probable la victoria de los Aliados, pero la actitud del papa apenas cambió, quizá porque “cedió ante un nuevo miedo: el destino de la Iglesia tras una victoria de la Unión Soviética”. Tanto el nazismo como el comunismo (ambos eran “materialistas, antirreligiosos, totalitarios, tiránicos, crueles y militaristas”) representaban un peligro para la Europa cristiana. También pensaba en el papel preeminente que el Vaticano debería tener en la negociación de un acuerdo de paz.

A lo largo de la guerra, Pío XII se esforzó en sus discursos por utilizar un lenguaje ambiguo, abstracto, elusivo, cauteloso, equilibrista, y expresiones que los dos bandos “podían interpretar como apoyo a su causa”.

Las presiones que recibió para que denunciara los crímenes nazis fueron numerosas y desde muchos ámbitos, pero siempre se resistió. No obstante, Kertzer sentencia que “Pío XII no fue el papa de Hitler” y que, en muchos aspectos, el régimen nazi “era una abominación” para él.

El historiador señala que, si se le juzga por su protección de los intereses institucionales de la Iglesia católica en tiempos de guerra, “se podría argumentar que su papado fue un éxito”. La Iglesia salió de la guerra “con todos los privilegios que había obtenido del fascismo intactos” y la Ciudad del Vaticano nunca fue violada. Pero como líder moral en un periodo convulso su papel fue “un fracaso”.

Ya en la posguerra contribuyó al proceso revisionista al que se entregó Italia, que “necesitaba escribir una nueva historia en la que los italianos no hubieran sido fascistas, Mussolini no hubiera sido un héroe popular, Italia no se hubiera aliado a la Alemania nazi y el papa no hubiera pretendido convivir con los dictadores asesinos de Europa”.