Vuelven a Madrid dos de los más grandes pianistas de la actualidad. Buena ocasión para analizar sus características y para comentar los programas que han de defender. Maria João Pires (Lisboa, 1944) llega este jueves, 9 de febrero, en compañía de la histórica Orquesta del Mozarteum de Salzburgo dirigida por un experto y conocido maestro de la música barroca y clásica, el inglés Trevor Pinnock. El programa combina los nombres de Mozart y de Beethoven.

Christian Zacharias (Jamshedpur, India, 1950), a solo, propone este martes 7 un recital con partituras de Chaikovski y Schubert. Antes de comentar las obras vamos a trazar una semblanza musical de los dos artistas, frecuentes visitantes de las salas madrileñas.

Cada vez que escuchamos a la pianista, que anda ya por los 78 años, sabemos que vamos a tener la oportunidad de penetrar en un arte consumado, exquisito y esclarecedor. La calidad que atesora y que acrece con los años viene de muy adentro y a estas alturas de carrera continúa surgiendo y manando de forma muy fluida. Para alcanzar este punto, esta especie de nirvana permanente, ha sido preciso que transcurriera mucho tiempo y que en la piel fueran quedando las marcas de numerosas batallas y el enfrentamiento con maestros alemanes con los que no se entendía y de los que huyó incomprendida.

[Moisés P. Sánchez y Marco Mezquida: dos pianos, un monumento]

En muchas ocasiones, lo ha dicho, para ella lo más importante no es el teclado, el trabajo permanente sobre él, sino la reflexión y que lo único que en definitiva le puede valer a un alumno son tres o cuatro consejos básicos. No hay posibilidad de enseñar la técnica con las palabras: “La música es algo vivo y analizarla, disecarla, aplicarle conceptos que, por definición, no le convienen, es matarla un poco”.

Pires es en cualquier caso una virtuosa; no del tipo de los abarcadores de multitud de teclas con un golpe de mano –la suya es diminuta, proporcionada a su estatura– o de los que ensayan escalas vertiginosas, o de los que, de natura, poseen el don de atacar los pasajes más intrincados sin pestañear, y sin fallar ni una nota. El pianismo de nuestra artista, y no porque no pueda abordar compases complicados, es muy otro, no se encuadra en ese repertorio que podríamos calificar de orquestal. Posee un acusado sentido de la frase como integrante de un discurso continuo, unido a una capacidad sibilina para ligar períodos, para establecer nexos y para avanzar el final de una composición a medida que esta se va desarrollando. Algo que, unido a una visión impar de la ubicación y desentrañamiento de las voces medias, que en sus interpretaciones siempre están muy en primer plano como habitantes primordiales de la estructura general, le proporciona ventaja y dota a su piano de una elocuencia y un poder comunicativo excepcionales.

De muy otro signo es la naturaleza del pianismo de Zacharias, hijo artístico del gran Vlado Perlemuter, que le abrió las puertas del impresionismo y lo adiestró para situarse ante otros repertorios. Desde hace una buena quincena de años cultiva como pocos las sonatas de Domenico Scarlatti, del que es analista supremo. Toca Mozart y Beethoven como los ángeles y ha penetrado con fortuna en los claroscuros de Schubert.

Posee una pulsación de absoluta nitidez, una digitación muy limpia y un dominio exquisito de las dinámicas. Contempla con cuidado el uso del tempo y establece unos muy flexibles parámetros rítmicos, de manera que su discurso siempre resulta elástico y fluido sin que pierda por ello la cuadratura. A menudo alcanza un alto grado de concentración, que le lleva a desempeñarse con un cierto hermetismo.

Sus condiciones como solista ha sabido pasarlas con presteza y eficacia al tutti orquestal, ante el que adopta, cuando no está en el teclado, la actitud de un cazador dispuesto a lanzarse sobre su presa. Fraseo ágil, acentos vivos, timbres crudos son algunas de las cualidades que caracterizan sus interpretaciones. Su Mozart ha sido en todo momento ejemplar por la riqueza de planos y la claridad solar del discurso, animado de un permanente e inquieto impulso. Ha grabado los conciertos para piano del salzburgués al frente de la Orquesta de Cámara de Lausana con un alto grado de depuración, claridad y rigor estilístico.

Se trata por tanto de dos pianistas muy diferentes. La una es todo blandura y sensibilidad, finura y elegancia, de sonido muelle y efusivo, de fraseo fantasioso y milagroso legato. El otro, más acelerado, de ataque más percutivo, de sonido más musculado, es minucioso y de latido más ágil. Características que sin duda tendrán reflejo en sus respectivas interpretaciones.

Apetitosos manjares

La portuguesa se enfrenta al optimista y melodioso Concierto nº 3 de Beethoven, composición animada de un muy positivo romanticismo, todavía en deuda con las obras para teclado de Mozart. Es pintiparado para sus modos. Le permite respirar con tranquilidad, a tempo, y dibujar con fantasía sus numerosos vericuetos.

Pinnock la acompañará con su destreza habitual apoyado en los timbres de la orquesta salzburguesa, que lleva en sus arcos toda la historia de la música clásica. Antes se tocará la imponente obertura Coriolano, drama enjuto e intenso del propio músico de Bonn. Para cerrar con la majestuosa y complicada Sinfonía Júpiter, cierre del catálogo mozartiano. Su último movimiento, curiosa combinación de sonata, rondó y fuga, es de muy difícil ejecución.

Por su parte, Zacharias dará cuenta de un programa asimismo muy apetitoso. En primer lugar, brindará el ciclo de las Las estaciones de Chaikovski, un coloreado caleidoscopio en el que ha de aplicarse un pianismo muy variado. Doce cuadros muy diferentes. A su lado, la bellísima y original Sonata D 850 de Schubert, de una descomunal brillantez. La segunda del autor en ser publicada.