Riccardo Muti. Foto: Javier del Real

Riccardo Muti. Foto: Javier del Real

Música

Muti pauta el 2021 desde Viena

El director napolitano, elegante y severo a un tiempo, afronta su sexto Concierto de Año Nuevo al frente la Filarmónica de Viena, con la que 'produce' una sonoridad cristalina

29 diciembre, 2020 17:20

Y aquí está de nuevo, señores, el Concierto de Año Nuevo, que alcanza ya su octogésima primera edición, y que en esta oportunidad adquiere un carácter muy especial: a consecuencia de la pandemia y por primera vez se desarrollará, en el tradicional marco de la Musikeverein de Viena, sin público, solo –no es poco- con la presencia de las cámaras de televisión y los micrófonos de la radio, que se encargarán de llevarlo, como es tradicional, a todos los rincones del planeta; entre ellos, naturalmente, el que ocupa España. Como presentador intervendrá de nuevo, tras recoger el testigo del llorado José Luis Pérez de Arteaga en Televisión Española, Martín Llade.

El oficiante en esta oportunidad será el maestro napolitano Riccardo Muti. A punto de cumplir los 80. La verdad es que está como una rosa: ágil, despierto, elegante, severo, preciso y al tiempo elástico. Una garantía en plena madurez y en posesión de todas las claves que da la experiencia, el buen sentir y la buena y natural técnica, sin alardes ni artificios, con un poso que ha sabido traducir no solo ante los músicos, en plena actividad concertística y operística, sino literaria: ha publicado en los últimos tiempos unos jugosos opúsculos en los que nos revela los secretos y permanentes aspiraciones de su arte.

Qué duda cabe de que el napolitano es uno de los grandes directores del presente; y desde hace tiempo. Se ha impuesto desde muy joven por su seriedad, su seguridad y su sólido concepto musical. Sin aspavientos, con firmeza, este italiano del sur ha triunfado sin fisuras con su cara de póker y sus modos autoritarios que esconden un discurso elocuente y un criterio que alimenta concepciones plenas de una tensión heredera de las manejadas por Toscanini, aunque con el toque elegante y teatral de Giulini. Menos variado de registros, menos analítico que Abbado, Muti bucea con un temperamento más a flor de piel, vital y vivificante, en las estructuras dramáticas de la ópera italiana, tanto la romántica como la clásica, y en las de la música sinfónica de mayor calado.

Es sabida la probidad, el detallismo con los que el director napolitano sirve cualquier partitura, el trabajo que realiza para llevarla a escena y/o al disco con el fin de que todo esté en su sitio. Es, hoy en día, uno de los pocos maestros que se sienta al piano para ensayar y estudiar los modos y estilos interpretativos y que colabora desde ahí, de manera directa y eficaz, aconsejando, puliendo, dialogando, con los cantantes. Más allá de divismos, de autoritarismos, de soberbias; más allá de los efectos musicales que, en rigor, puedan alcanzarse; y que generalmente son más que dignos, y en muchos casos, excelentes.

Estas características las ha puesto de relieve también siempre que ha dirigido a la Filarmónica de Viena, con la que ha grabado numerosos discos y con la que ha colaborado justamente en esta cita de primero de año otras cinco veces: 1993, 1997, 2000, 2004 y 2018. En todo momento la relación con los vieneses ha sido excelente, lo que ha redundado en los resultados, marcados por la magnífica fusión de la sonoridad transparente y cristalina, plena y sensual, de los timbres del conjunto austriaco y el mando suave y felino, la práctica del sutil rubato y el dibujo gracioso de la batuta del maestro.

El programa anunciado no deja de tener su novedad y marca como es habitual una cota instalada fundamentalmente en la tierra de los Strauss vieneses. Comienza, a las 11’15, con la marcha Fatinitza, una pieza poco difundida de Suppé, compositor que abre también la segunda parte con, esta sí muy escuchada, obertura de Poeta y aldeano, música fácil, pegadiza, que suena como los ángeles en el Musikverein. La primera mitad se completa con el vals Schallwellen y la polka Nino, ambas de Johann Strauss hijo. Continúa con otra polka, esta rápida, Ohne Sorgen del hermano Josef. Dos piezas menos difundidas, de músicos menores, cierran la primera parte: Grubenlichter de Carl Zeller e In Saus und Braus, un galope desbocado de Carl Millöcker.

Después de Suppé, en la segunda parte, una nueva obra poco difundida, el vals Bad’ner Mad’in de Karl Komzák, inmediatamente seguido de la polka Margherita de Johann hijo y el Galop Veneciano de Johann padre. Cinco obritas del menor de los Johann concluyen oficialmente la sesión: el conocidísimo vals Voces de primavera, la polka francesa In the Krapfenwald, la cuadrilla Nuevas melodías, el imponente Vals del Emperador y la polka rápida Tempestuoso en amor y danza. Como colofón, lo esperado: el vals El Danubio azul y la Marcha Radeztky.