Image: Kendrick Lamar, el rapero de la metralleta

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Kendrick Lamar, el rapero de la metralleta

El rapero más influyente y exitoso de la década publica con una semana de adelanto, To Pimp a Butterfly, un canto a la negritud en el que se proclama como sucesor de Mandela y carga contra Obama

17 marzo, 2015 01:00

Kendrick Lamar. Foto: Archivo

Escogido por infinidad de medios como el mejor disco de 2012, good kid, m.A.A.d City convirtió a un joven rapero de Los Angeles en el fenómeno más espectacular del hip hop desde los tiempos de Eminem. Con apabullante sinceridad, Kendrick Lamar (1987) se dedicaba en su segundo disco a narrar en primera persona su tormentosa adolescencia y juventud en Compton, un "gueto" angelino conocido en todo Estados Unidos por sus altos índices de criminalidad. Sin tirar de actitud chulesca, el sensible Lamar ofrecía un retrato entre lo sarcástico y lo demoledor de la vida en un barrio en el que el tráfico de drogas es una actividad habitual y donde con frecuencia el sonido de las balas es tan frecuente como los caídos en batalla. Su espectacular éxito convirtió a Lamar no solo en el rapero del momento, también en la voz más escuchada por la comunidad afroamericana, que podía sentirse identificadas con las letras pegadas a pie de calle de uno de los suyos.

Entre la reivindicación política y el retrato de una intimidad torturada, Lamar interpreta el papel de artista sumido en un caos doble: el entorno en el que le ha tocado nacer pero también su propia agitada alma. Kendrick Lamar lo quiere hacer bien pero hay "una bestia en su interior" que lo aparta del buen camino. Su música trata de reproducir el sonido de la urbe (sonidos de sirenas de policía, ráfagas de música que podrían salir de la casa de un vecino) como si fuera un trovador contemporáneo que camina por las calles de su ciudad gritando a los cuatro vientos los motivos de su desesperación. El New York Times dice que "su actitud filosófica nos hace preguntar si no es un monje zen convertido en rapero". En su nuevo disco, To Pimp a Butterfly, la voz más influyente y escuchada de la comunidad afroamericana, ya no es tanto un "monje zen" porque está dispuesto para la batalla: "He afilado mi espada", dice en Rolling Stone. "El enemigo es poderoso y no se le puede combatir sin recursos". Y su espada, claro, son sus rimas.

good kid, m.A.A.d City (buen chico, ciudad loca) vendió un millón de ejemplares y hace unas semanas le dieron a Lamar dos Grammy's, uno de ellos por i, canción de adelanto de su nuevo álbum To Pimp a Butterfly, en el que vuelve a deslumbrar con esa mezcla tan personal entre la confesión de sus inseguridades ("me quiero a mí mismo", dice en i, como animándose) y muy notoriamente la turbulencia política, agitada por los disturbios de Ferguson: "Quieren decir que hay una guerra hay fuera una bomba en la calle / Una pistola en la capucha y una tanqueta de la policía", dicotomía que sigue siendo la base de un disco en el que Lamar no cae en la tentación de ejercer de estrella del pop y encadenar hits sino que se dedica a rapear con un tono en general más reflexivo y menos agresivo y burlón que no menos combativo y donde se dedica a hacerle un repaso a las corrientes de la música negra, del r&b al funk, el spoken work o el freejazz recordando en muchas ocasiones a su vecino de Los Angeles Flying Lotus, productor del tema que abre el disco, Wesley's Theory.

To Pimp a Butterfly es un canto a la negritud en cada una de sus facetas, porque de eso sobre todo va el disco: de ser negro. En esa primera canción, Wesley's Theory, se ríe a ritmo de funk de su estatus de rico y famoso y promete fidelidad eterna a sus "niggas" y en la fantastica King Kunta recuerda a Run DMC con ese bajo trotón en la que se parodia a sí mismo y se compara con el famoso rey negro y mete un sample del Smooth Criminal de Michael Jackson. Hay una cierta amargura detrás de esas letras, Kendrick Lamar viene a decir que por mucho éxito que tenga nunca dejará de ser un negro rico, pero negro en un mundo de blancos, queda claro en en The Blacker the Berry en la que dice "Soy afroamericano, Soy africano, Soy tan negro como la luna, heredero de un poblado/ Disculpa mi residencia/ Vengo del fondo de la humanidad/ Me odias, ¿verdad?".

El disco tiene en la portada una foto de unos negros de fiesta recortados sobre la Casa Blanca y Kendrick Lamar, que ha declarado su desencanto con Obama, fantasea constantemente con un gobierno literalmente "ocupado" por sus "niggas" creando surrealistas metáforas que funcionan como ataque a un sistema que los margina: "No hay nada nuevo más que los nuevos DemoPórcitas y los ReBloodicans (juego de palabras que mezcla republicanos con sangre)/ Nos dan armas y drogas, nos llaman matones/ Y Obama dice, y a mí qué?". En All Right vuelve a afilar la espada y carga contra los negros que aspiran a vivir la vida banal de los blancos: "¿Qué quieres, una casa o un coche? ¿40 acres y una mula, un piano una guitarra? Algo tipo Yo soy Lucy, aquí está tu perro/ Puedes vivir en el centro comercial gilipollas".

Termina el disco con una sofisticada pieza de Spoken Word en la que Lamar ejerce de profeta, Mortal Man, en la que comienza invocando "El fantasma de Mandela" añadiendo: "Espero que mis rimas le hagan justicia". Erigido por las masas en nuevo líder, Lamar trata de despertar la conciencia de su comunidad y le da una vuelta de tuerca a su condición visionaria: "Me quieres amar como a Mandela, quieres abrazarme como a Nelson / Te he liberado de ser un esclavo en tu mente, eres bienvenido / Me dices que mi canción no es una canción, es una bendición / Pero un profeta no es un profeta / Hasta que le demuestras tu amor". Porque además del espíritu de Mandela y Luther King, Kendrick Lamar invoca el espíritu de Michael Jackson "al que destrozaron". Ser negro nunca ha sido fácil y Kendrick quiere vivir para contarla. Y mandar.