ST-Clara-Sanchis

ST-Clara-Sanchis

Escenarios

La lengua en pedazos

2 enero, 2015 01:00
Cocina del monasterio de San José, al atardecer. Teresa corta cebolla. Hasta que, al darse cuenta de que alguien ha entrado, se levanta en actitud de respeto. El recién llegado observa a Teresa y luego avanza estudiando el lugar. Mira los alimentos, entre los que encuentra libros. Toma uno, lo acaricia sin llegar a abrirlo, lo deja donde lo encontró. Inquisidor: “Entre pucheros anda Dios”. Se os atribuye tan curiosa sentencia: “Entre pucheros anda Dios”. Es justo que nos encontremos aquí, entre pucheros. Porque de él se trata. ¿Sabéis quién soy? Teresa: Sé quién sois. Inquisidor: Entonces también sabéis por qué estoy aquí. Teresa: Eso no lo sé. Silencio. Inquisidor: Veintisiete años hace que tomasteis hábito. Durante lo más de ese tiempo, tuvisteis el amor de vuestras hermanas de la Encarnación. Nadie temía que vinieseis a ser causa de controversia. Mas de un tiempo acá, desafiando a vuestra madre priora, a vuestro confesor y al Provincial de vuestra orden, con otras que habéis arrastrado a vuestra parte, hacéis trato de fundar esta casa que llamáis monasterio de San José. Ya no os parece bastante buena la casa de la Encarnación, ya no os sirve para servir a Dios. Lo que habéis hecho divide a vuestras hermanas y causa escándalo a la ciudad. Nunca, Teresa, nos habíamos encontrado. Pero si vos sabéis quién soy, tampoco vos sois para mí desconocida. He caminado vuestro camino. He entrado en la casa en que nacisteis, he hallado a quienes os vieron crecer, he escuchado a vuestros amigos y a vuestros enemigos. He oído relatos de portentos que, según se dice, os acompañan en la oración. He discutido con vuestros médicos. He indagado cómo se ha hecho esta casa. Con lo que tengo sabido, me sobran razones para deshacerla. No es eso, sin embargo, lo que quiero. Quiero que vos misma cerréis la casa. Quiero que reunáis a las que os siguen y les pidáis perdón por guiarlas a tan desdichada aventura, y que las acompañéis hasta las puertas de la Encarnación, donde seréis acogidas con piedad. Ahora sabéis, Teresa, por qué estoy aquí. Si vos no cerráis esta casa rebelde, seré yo quien lo haga. Y esta misma noche buscaré justicia para vos. No estaréis sola en el castigo. Os acompañarán Guiomar de Ulloa, Antonia de Henao, María de la Paz, María de Ávila, Úrsula de los Santos, Inés de Jesús y Ana de la Encarnación, como os acompañaron el veinticuatro de agosto. Igual que Gaspar Daza, quien se atrevió a poner los hábitos. No, Teresa, no estaréis sola en el castigo si no deshacéis ahora esta casa. Teresa: Se hizo esta casa porque el Señor lo mandó y sólo se deshará si él lo manda. En cuanto a mi camino, en él hay tantas caídas como horas. Pero el Señor ha querido darme fuerza para vencerme y acrecentar mi alma y tomarme como medio para hacer esta casa. Silencio. Inquisidor: ¿Fingís inocencia o es ignorancia de quien sois? ¿Os conozco yo mejor que vos misma? Se sienta como si fuese a escuchar una confesión. Decidme quién sois, Teresa, si es que sabéis quién sois. Aunque me han advertido de su elocuencia, quiero que esos labios me digan quién es Teresa. Quiero oíros defender una vida en la que yo sólo hallo doblez y egoísmo. Fracasaréis. Al examinar vuestros pasos, los juzgaréis como yo los juzgo. Y como yo juzgareís que no puede ser de Dios esta casa, pues mala casa se ha de fundar sobre tal vida. Teresa: Mi vida ha sido de muchos trabajos del alma. Fuera de eso, no veo en ella nada que merezca recordarse. Inquisidor: Comenzad y yo diré si merece olvidarse. Y pensad que os doy palabra no para conoceros, sino para que os conozcais. Silencio. [...] Inquisidor: ¿No os enseñaron a medir las palabras antes de llevarlas a la boca? Las vuestras suenan a utopía, a república de mujeres, a disparate. Advertid que no es sólo esta casa lo que condenáis. Se trata de vuestra vida. Y de las vidas de quienes os siguen. Teresa: Nuestras vidas sólo deseamos que el Señor nos ofrezca en qué perderlas. Todo se gana en perderlo todo por él. Inquisidor: “Todo se gana en perderlo todo por él”. Sois amiga de paradojas, como suelen serlo los de hablar torcido. Vuestros escritos están llenos de ellas, y de imágenes cifradas. “La loca de la casa”. “Castillo interior”. Soy buen cazador, me educaron para distinguir el amigo del enemigo detrás de las palabras. Las vuestras, que esconden más que dicen, a mí no conseguirán confundirme. Sin duda son dictadas por demonio, tanto exceden medida de mujer. Teresa: A poco que hagamos las mujeres, se juzga exceso lo que hagamos. No hay acierto de mujer que no se ponga bajo sospecha. “Disparate de mujeres”, dicen en seguida. Nos tiene el mundo acorraladas, mariposas cargadas de cadenas. Pero el Señor hace a una niña sin letras más sabia que al obispo más letrado. Aunque no nos den libertad para dar voces, no dejaremos de decir nuestras verdades aunque sea en voz baja. Inquisidor: ¿Tanto habéis leído y no leísteis que Pablo mandó que las mujeres no enseñaran? Teresa: Jesús no nos aborreció cuando andaba por el mundo. Antes nos favoreció. Inquisidor: En encerramiento no ha de ser difícil a una fuerte gobernar a doce débiles que no puedan escuchar otras lenguas. Encerramiento significa que nadie desde fuera mire y nadie desde fuera oiga. ¿Qué palabras se dicen entre estos muros? ¿Qué palabras se leen? No dejaré que esta pequeña casa se haga pilar de un gran cisma. He aprendido que la mística es disfraz que suele tomar la subversión. A menudo se llama espíritu a lo que es desorden. Teresa: A veces se llama desorden a lo que es espíritu. El Inquisidor saca unos papeles manuscritos. Inquisidor: Se ha vuelto costumbre entre gentes de la Iglesia esconder escritos por si fuesen llevados a examen. Teresa: No tengo yo esa costumbre. El Inquisidor pone los papeles ante Teresa. Inquisidor: ¿Es letra de vuestra mano? Teresa: Vos sabéis que lo es. Inquisidor: (Lee.) “Oración mental es tratar a solas de amistad con quien nos ama”. Un libro sobre oración mental, ¿eso preparáis? ¿Es ésta la guía del nuevo monasterio? ¿Ésta la guía de vuestra reforma? Teresa: Estas líneas las compuse para una hermana que ha perdido la fe con que tomó hábito. Inquisidor: No os bastaba con hablarla. Mucho gustáis de escribir. Teresa: Escribiré mientras mi mano pueda sostener la pluma. Inquisidor: Lo que escribís, ¿lo presentáis a vuestro confesor? ¿O ya no precisáis de confesor? Teresa: Mis escritos los presento a mi confesor, pues debo hacerlo. Inquisidor: ¿Y qué dice él sobre lo que escribís? Teresa: No hay escrito que me devuelva sin notas y tachaduras. Con grandes cruces borra párrafos enteros. [...]

Espiritualidad y subversión

“La singularidad es subversiva”, decía Edmond Jabès. Recuerdo esas palabras cada vez que pienso en Teresa de Jesús. Nos han acostumbrado a verla como centinela de un cierto orden, pero basta abrir sus escritos y recordar el modo en que levantó sus fundaciones para reconocer en ella a una insurrecta. [...] Ganar para el teatro su palabra fue mi primer objetivo en La lengua en pedazos. Me propuse arraigar palabra y personaje en una situación ficticia pero verosímil en cuyo centro estuviese el grave gesto de la todavía monja de la Encarnación de abrir, con gran riesgo para sí y para las que la seguían, el monasterio de San José: la primera de sus fundaciones. Entonces apareció, en mi fantasía, el Inquisidor. Que fue creciendo hasta convertirse en el otro de Teresa, su doble: aquel con quien ella estaba a destinada a encontrarse y a medirse. El Inquisidor acorrala a la monja con incómodas preguntas, la enfrenta a momentos de su vida y prende en su corazón la duda, que, como todo en Teresa, es un incendio. Y poco a poco en el diálogo entre ambos personajes va apareciendo un tercero: la lengua misma, que transforma vidas y hace y deshace mundos. La pelea tiene lugar en la cocina del convento. Allí, entre pucheros, anda Dios.