Image: David Simon: The Wire no advirtió la magnitud del desastre capitalista, pero sí lo intuyó

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David Simon: "The Wire no advirtió la magnitud del desastre capitalista, pero sí lo intuyó"

12 abril, 2016 02:00

David Simon

Adepto a la polémica, mezcla de periodista callejero y literato con aires de intelectual, siempre político, Simon atiende a El Cultural a su paso por el Serializados Fest de Barcelona para conversar sobre su método creativo, su compromiso con la realidad, su visión de la Norteamérica contemporánea y sus proyectos soñados y todavía no realizados.

La conocida como "Nueva Era Dorada" de la ficción televisiva norteamericana no podría entenderse sin la imponente y trasgresora figura de David Simon (Washington D.C., 1960), creador de ese tótem seriéfilo llamado The Wire (HBO, 2002-2008), lúcido retrato de la crisis socio-económica e institucional de la ciudad de Baltimore. Pese a que en su currículum figuran otras obras de peso -de Generation Kill (2008) a Show Me a Hero (2015), pasando por Treme (2010-2013)-, es The Wire la que agrandó la leyenda de Simon hasta convertir su inconformista lema "que se joda el espectador medio" en una bandera contestataria y en un nuevo paradigma creativo para un medio, el televisivo, que se había acostumbrado a rendir pleitesía a su audiencia. La mayoría de las grandes series tienden a ser recordadas por su arranque o por su resolución, sin embargo, con The Wire, el punto de inflexión que profetizaría su grandeza hay que buscarlo en el inicio de la segunda de sus cinco temporadas, cuando los espectadores asistieron atónitos al modo en que Simon despachaba a los carismáticos protagonistas de la primera temporada (reaparecerían más adelante) para abrir nuevas tramas y un nuevo ámbito de estudio, de los barrios desintegrados por el narcotráfico a unos astilleros controlados por el contrabando. Más adelante, le llegaría el turno a las escuelas, las oficinas del ayuntamiento y las redacciones de los periódicos locales.

Cabe entender esta incursión final en el ámbito periodístico como un ajuste de cuentas personal: Simon trabajó durante 13 años en el diario The Baltimore Sun antes de escribir el libro Homicide: A Year on the Killing Streets, que sería comprado por la NBC para su adaptación televisiva. "Nunca pensé en dedicarme a escribir ficción televisiva", explicaba Simon el pasado jueves en Barcelona, invitado por el Serializados Fest a dar una Masterclass ante los estudiantes de la Universidad Blanquerna. "Todavía sería periodista si el periodismo no se hubiese ido a la mierda, si los periódicos no se dedicaran a hacer negocio incumpliendo con su obligación de pasar cuentas al poder". Así, tras abandonar el Baltimore Sun, Simon tuvo la oportunidad de incorporarse al equipo de guionistas de la serie Homicidio, de la que terminó siendo productor. "Veinte años después, sigo trabajando para televisión, aunque pienso que queda algo del espíritu periodístico en mi manera de trabajar. Con The Wire o Treme, mi objetivo era explorar, por un lado, el modo nefasto en que se estaba encarando "La Guerra Contra las Drogas" y, por el otro, las repercusiones del huracán Katrina. Los personajes e historias vinieron después. Esto es poco habitual en el mundo de la televisión".

En el trabajo de Simon, la heterodoxia ha devenido la norma: una apuesta por el realismo, el rigor y la cocción dramática a fuego lento que ha encontrado su perfecto escaparate en la programación de la cadena HBO. "Tengo la suerte de llevar 17 años trabajando para HBO con un contrato de exclusividad que me permite elaborar ideas y llevarlas a cabo con bastante libertad. Debo ser la persona que lleva más tiempo trabajando en televisión sin tener una audiencia cuantiosa". Pese a que, como apunta Simon, sus series no han sido grandes éxitos de público, sí se han convertido en fenómenos de culto y de crítica -The Wire ha sido reconocida como la mejor serie de la historia por la revista Time y por el periódico The Telegraph-. Un estatus crítico que Simon sigue utilizando para realizar proyectos a contracorriente, como la mini-serie Show Me a Hero (2015), en la que se retrataba la dramática cruzada del alcalde Nick Wasicsko en su defensa del programa de construcción de vivienda pública en su ciudad de Yonkers. "No es el tipo de historia que produciría cualquier cadena", afirma Simon. "¿Una serie sobre segregación racial, vivienda pública y política local? Esta vez me exigieron un actor de peso para dar luz verde al proyecto y tuve la suerte de encontrar a Oscar Isaac. Empecé a trabajar en Show Me a Hero antes de la producción de The Wire. Por desgracia, los problemas raciales de Norteamérica no se han resuelto, así que el debate que proponía la serie sigue vigente".

Adepto a la polémica, mezcla de periodista callejero y literato con aires de intelectual, siempre político, Simon se sentó frente al micrófono de El Cultural para conversar sobre su método creativo, su compromiso con la realidad, su visión de la Norteamérica contemporánea y sus proyectos soñados y todavía no realizados.

Pregunta.- Hoy en día, hay un montón de jóvenes aspirantes a guionistas de televisión que estudian su trabajo detenidamente en busca de la excelencia creativa y la fórmula del éxito. Como periodista transformado en showrunner, ¿cree que estudiar la televisión es la mejor manera de convertirse en un buen guionista?
Respuesta.- La verdad es que no me preocupa lo más mínimo si lo que hago puede ser instructivo a la hora de crear series de televisión. De hecho, no sé si soy un buen ejemplo de lo que significa hacer "buena televisión". Si miras los niveles de audiencia de mis series, la respuesta sería seguramente "no". Además, diría que el apartado formal, estilístico, de mi trabajo no es mi principal preocupación. Me interesa más que se hable de los temas y las ideas que mis series ponen sobre la mesa. Si el debate sobre mi trabajo trasciende el ámbito de las páginas de "entretenimiento" de los medios y alcanza las páginas de "opinión", entonces me doy por satisfecho. Luego, si la gente toma como ejemplo The Wire o Treme para hacer nuevas series me trae sin cuidado.

P.- Sus proyectos siempre mantienen un diálogo con problemas presentes. ¿Hasta qué punto es importante para usted ese vínculo con lo contemporáneo?
R.- Para mí es esencial. Ahora mismo estoy trabajando en un proyecto, The Deuce, sobre el auge de la pornografía en los años 70 y 80 en Nueva York, pero en realidad se trata de una historia sobre la mano de obra y el capital. La gente que trabajaba por aquel entonces en la industria del sexo no contaba con ningún convenio laboral. En sus inicios, aquella industria, ajena a toda regulación, fue financiada por el crimen organizado y el dinero empezó a circular en grandísimas cantidades. En todo ello, advertí un fuerte vínculo con problemas actuales: los convenios colectivos van en retroceso y la globalización ha permitido que el capital apuntara hacia los mercados más baratos en busca de su mano de obra. Todo es alegórico. De no ser así, lo único que haces es contar una historia rara sobre el pasado que no tiene ningún sentido, ninguna relevancia política. La historia de The Deuce me fascina porque retrata el momento en el que una pequeña industria inició su reconversión en una empresa de un billón de dólares. Además, cambió nuestra cultura. Todos hemos crecido en un mundo pornográfico. Mi educación sexual se basó en la observación de las recatadas modelos de un ejemplar de la revista Playboy que encontré escondido en la habitación de mi padre cuando tenía 8 años. Ahora que me toca criar a un hijo en un mundo con Internet, es otra historia. La pornografía ha transformado por completo el modo en que afrontamos las relaciones interpersonales y el sexo.

P.- Usted ha explicado en más de una ocasión que The Wire encontró al grueso de su público después de su emisión, que terminó en 2008. ¿Tiene la impresión de que la crisis económica posterior validó en cierta manera su retrato de una ciudad, Baltimore, destruida por la corrupción?
R.- Sí, creo que ha sido así. Empezamos a escribir The Wire cuando empezaban a aparecer escándalos de gente que había estado vendiendo mierda a precio de oro, como WorldCom, aunque por aquel entonces no podíamos imaginar el estallido de la burbuja inmobiliaria y las hipotecas basura. No es que Ed Burns y yo fuésemos unos adivinos, pero sí divisamos el enquistamiento de una cultura de la avaricia para la cual los informes periódicos de beneficios eran la piedra angular de todo. Y también empezaba a ser evidente que el gobierno se había prestado a desregularizar el Oeste Salvaje del capitalismo. Cuando concebimos The Wire, nos propusimos retratar a unas instituciones que habían perdido el norte, que habían renunciado a sus funciones. Los bancos habían dejado de ser bancos para convertirse en empresas especuladoras. No advertimos la magnitud del desastre, pero sí lo intuimos.

P.- En sus series, el espectador puede advertir que la mayoría de los personajes tienen sus razones para hacer lo que hacen. Da la impresión de que usted renuncia a emitir juicios morales.
R.- Tienes razón. La moralidad es aburrida. Y se abusa de ella en televisión. El bien y el mal han sido tan exprimidos por el drama, que parece que ya no es posible hablar de nada más. No quiero decir que no haya cosas buenas y malas, pero me interesa mucho más el modo en que el poder y el dinero corrompen la realidad de manera implacable, algo que no ocurre a través de personas buenas o malas, sino de gente que tiene deseos, necesidad, virtudes y defectos. Eso es lo que me interesa. Hay otros escritores mucho mejores que yo que han dicho la palabra definitiva sobre el bien o el mal. Si ves una buena representación de Ricardo III, aceptas la villanía del protagonista gracias al modo dinámico en el que despliega sus complots y traiciones. Pero no tengo claro si, con esta obra de Shakespeare, llegamos a conocer el modo en que se mueve el poder y el dinero en el mundo actual o en la Inglaterra preisabelina. Shakespeare estaba demasiado consumido por el personaje y su maldad. Ese era su principal preocupación como escritor. Y hay muchos dramas modernos que funcionan de esa manera. Los Soprano no era así. David Chase se ocupaba de dejarte claro que Tony Soprano no era una buena persona en muchos sentidos, pero al mismo tiempo te lo presentaba como un hombre decente en sus quehaceres cotidianos. Era muy real. Pero en la mayoría de series tenemos a los buenos y a los malos, o al malo que conseguirá redimirse antes del siguiente corte publicitario.

P.- Esa ambigüedad ha provocado que algunas de sus series, como The Wire o Generation Kill, hayan sido respaldadas por personas pertenecientes a extremos opuestos del espectro político.
R.- En realidad, nunca sabes cómo va a ser recibido e interpretado el mensaje que quieres transmitir. Mis ideales políticos son totalmente contrarios a los de los liberales. Sus posturas me parecen las de un mal ciudadano. Sin embargo, muchos liberales abrazaron el mensaje de The Wire porque se alineaba con su crítica al intervencionismo del estado en "La Guerra Contra las Drogas", algo que puedo compartir, ya que soy muy crítico con la política de encarcelaciones en masa de pequeños criminales. Si con The Wire conseguimos concienciar o movilizar a algún político, sea del color que sea, me doy por satisfecho. Además, teniendo en cuenta que mi público es más bien escaso, no puedo empezar a dar por perdidos a aquellos que no concuerdan con mis posturas políticas [risas].

P.- Ya que hablamos de política, permítame preguntarle por su valoración del legado que dejará el presidente Obama tras sus años de gobierno.
R.- De partida, debo decir que no me siento decepcionado por la labor de Obama. Él no es el problema. Los Estados Unidos son una república centrista a nivel político. El péndulo ideológico se mueve lentamente de izquierda a derecha o viceversa, pero nunca se aleja demasiado del centro porque es necesario gobernar por consenso. Yo soy un tipo de izquierdas, pero no represento a una mayoría. En cuanto al funcionamiento del gobierno de mi país, el rol del presidente no ha cambiado demasiado a lo largo de los años. El problema está en el poder legislativo, que ha sido comprado por el capital. El dinero ha comprado el Congreso. Y cada nuevo presidente termina descubriendo que eso supone una limitación brutal de cara a la aplicación de sus políticas. Pese a todo, Obama ha conseguido poner en marcha un sistema sanitario a nivel nacional que tiene como horizonte la universalidad de la sanidad. Ha hecho cosas extraordinarias, sobre todo en su segundo mandato, cuando le hemos visto en plan "me-importa-una-mierda-lo-que-penséis". Mira lo de Cuba. A nivel administrativo, ha hecho todo lo posible para reformar el sistema de encarcelamientos masivos que había sido la punta de lanza en "La Guerra Contra las Drogas". Pero hay cosas que no puede hacer por culpa de un Congreso configurado de tal manera que, aunque el país virase hacia la izquierda, lo más probable es que siguiese en manos republicanas.

P.- ¿Cómo percibe el fuerte resurgimiento de Donald Trump?
R.- Creo que es una fuerza profunda. Debido al colapso del Partido Republicano, desde 1968 el partido se ha fundado en la coalición del miedo. Han desconectado el futuro de la clase trabajadora blanca con el de sus principios en Washington. Los blancos han sido marginados económicamente, y aquí llega Trump con un mensaje sencillo y claro: 'Sé que te jodieron y que este partido no te está dando lo que querías...'. Lo que muestran los medios en la televisión apenas invoca la realidad. Trump es un maestro para monopolizar el momento. Es como el circo: dos primeras horas de diversión, pero luego pasa las tres horas y al final solo hay payasos cansados y mierda de elefante. Todas las mentiras de Trump han sido justamente documentadas, han puesto en evidencia su demagogia. Está jugando con el pluralismo de un porcentaje mínimo del electorado. El periodismo no ha podido pararle.

P.- ¿Usted ve series de televisión? ¿Cuál nos recomendaría?
R.- La verdad es que no veo demasiadas series. Solo veo algunas cuando ya ha terminado por completo su emisión y me comentan que el conjunto vale la pena, que sostienen su nivel de calidad hasta el final. Vi Los Soprano después de que terminara. Lo mismo con Deadwood. Braking Bad me pareció que estaba bastante bien. Hace unos años, vi una serie de tres temporadas titulada Slings & Arrows que me pareció brillante, sobre una compañía teatral que ponía en escena obras de Shakespeare. Cuando hago caso a la gente y empiezo una serie que está en marcha, al llegar al episodio 6 suelo descubrir que los creadores han abandonado su idea inicial para construir una franquicia. Le dan al público lo que quiere ver. Van sumando personajes e historias y la idea original se pierde por el camino. Me dejo guiar por la gente en quien confío, que suelen ser otros guionistas. Si George Pelecanos o Richard Price me recomiendan una serie, seguramente le echaré un vistazo. De los críticos no me fío. Suelen entusiasmarse con cosas que no valen la pena.

P.- ¿Podría hablarnos de algún proyecto soñado que no haya conseguido poner en marcha?
R.- Hay muchísimos, aunque el más importante parece que podría hacerse realidad gracias a la colaboración de la BBC. Es una historia sobre la intervención de la CIA por el mundo desde 1945 hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001. Sería una serie muy cara de producir, con escenas y tramas en múltiples países de diferentes continentes. Los de HBO me dijeron que si fuese Martin Scorsese o David Chase entonces quizás podrían plantearse hacerla, pero con los números de David Simon era bastante complicado [risas]. Entonces una productora británica con la que había trabajado llevó el proyecto a la BBC con el permiso de HBO y parece que les ha interesado. Junto a Ed Burns y el novelista Dan Fesperman, estamos integrando en la historia el MI6 británico. Vamos a intentar desarrollarlo con la BBC para luego volver a HBO y proponer una coproducción.

P.- ¿En qué más está trabajando?
R.- Hay otros dos proyectos con mucho potencial que no han funcionado por el momento. Uno está centrado en el conflicto palestino-israelí. Creo que es posible abordar la cuestión de forma honesta integrando a guionistas y actores palestinos e israelíes en el proyecto. Y, luego, tengo una historia sobre la Brigada Abraham Lincoln en la Guerra Civil Española, pero nadie parece verle ningún potencial económico al proyecto. Cuando se lo cuento a los americanos, ni siquiera saben de qué estoy hablando. Es una gran historia: trágica, compleja, muestra los límites de la ideología y del espíritu humano. Está claro que mi corazón está más cerca de un lado que del otro, pero hay que reconocer que todos cometieron errores durante ese periodo. Mucha gente corriente, muy comprometida, llegó a estas tierras con sueños y buenas intenciones, y se toparon con la barbarie de la guerra. El proyecto lo tiene todo en contra: al ser histórico la producción sería cara. La mayoría del pueblo norteamericano sabe muy poco de la Guerra Civil Española. Y, por último, está el pequeño detalle de que más o menos la mitad de los miembros de la brigada eran comunistas. Ni siquiera Bernie Sanders podría ayudarme a sacar esto adelante [risas]. Aunque a veces ocurren cosas extraordinarias: hace poco murió el último superviviente de la Brigada Abraham Lincoln y John McCain publicó un artículo en el New York Times dejando claro que no compartía los ideales comunistas de estos hombres pero elogiando su luchar por la democracia. Ver a un veterano de Vietnam como McCain, un hombre conservador, rendir tributo al último sobreviviente de la Brigada... Eso da esperanza.

@ManuYanezM